En ese hombre, ya anciano, yo vi al mismo Cristo. Y tu, ¿qué viste? Sus palabras sonaban y olían a Cristo. Y tú, ¿qué viste? Sus palabras sonaban y olían a Cristo; ese hombre era su transparencia; su Vicario en la tierra. Y nos bendijo, y nos repitió que Dios siempre perdona
¿Qué vimos el jueves a las 11:00? A mí no se me olvida. Yo vi a un hombre solo de 83 años, cojeando, conmovido, enfrentando la lluvia y el peligro de contagio. Lo vi tan vulnerable y tan digno; en la Plaza que Bernini diseño con 30 columnas; una Plaza que nunca está vacía, pero ese día estaba solitaria.
Ese hombre anciano, como un piloto humilde, caminó para decirle al virus que nos podía matar, pero que no nos podía obligar a no amar, porque el amor es lo que nos hace humanos. Ese “viejo”; ese “hombre tan humilde y digno”, nunca ha sido tan Pontífice como ese día. Millones lo vieron, así tan desarmado y desarmante. Creyentes y no creyentes; de una ideología y otra; niños y mayores; de todos los continentes y saberes; lo vieron, pero ¿lo miraron a fondo?
Y solito y triste, nos habló como Pedro a los primeros cristianos. Salió a decirnos, más con gestos que con palabras, que nos estamos solos; que la vida tiene sentido; que no somos producto del azar; que la humanidad es una historia de amor; que el amor es más fuerte que la muerte.
En ese hombre, ya anciano, yo vi al mismo Cristo. Y tu, ¿qué viste? Sus palabras sonaban y olían a Cristo. Y tú, ¿qué viste? Sus palabras sonaban y olían a Cristo; ese hombre era su transparencia; su Vicario en la tierra. Y nos bendijo, y nos repitió que Dios siempre perdona; que el virus no es castigo de Dios; que Dios está en cada uno, especialmente en los más vulnerables; que hemos de ser solidarios; que en la barca estamos todos; que no se hundirá si no permitimos… Nos abrazó a todos.
Por eso, desde el jueves, no duermo igual. La vida y los corazones de muchos cambiaron. Y tú ¿qué viste? No era un artista de fama, ni un héroe, ni era un partido de futbol; era el mismísimo Cristo. Así lo vi yo. Por eso, me apena que a muchos ya se les haya diluido ese momento. A mi me recordo a Cristo que, hace más de 20 siglos, salió para ser crucificado por amor. Muchos lo vieron, pero pienso que no a fondo. Yo hubiera querido abrazarlo, ponerle un paraguas, ofrecerle mi brazo para que caminara más seguro. Pero él fue quien nos abrazo; así cojeando. Y nos concientizó de los vulnerables que somos; nos recordó que la humanidad necesita ser abrazada por Dios, nos invitó a ser más hermanos; nos alentó a que el pecado no nos hunda, etc. Nos recalcó que somos amados; muy amados.
Ese momento no se me puede olvidar. Y tú y yo, ¿ya volvíamos a las andadas, como si nada hubiera pasado? y caricia de Dios al planeta que, por desgracia, nos estamos acabando; un cariño a los niños; un abrazo a los que estamos mas para allá que para acá. Tal vez muchos lo vieron sin fe, la verdad es que yo lo vi, con la fe que recibí de mis padres y antepasados.
Y ti ¿qué viste? ¿qué afectado quedaste? ¿vibró y se ablandó tu corazón? ¿cómo te sientes desde ese día?
Con mucho afecto, te bendigo y te pido que ores por mí.
+Rafael Sandoval Obispo