Modo de practicarlo
Conforme a la mente su Santidad el Papa León XIII (1895)
Gracias concedidas por Su Santidad
En mayo de 1895, nuestro Santísimo Padre el Papa León XIII, expresó sus deseos de que los fieles se dediquen a la oración de una manera especial en los nueve días que preceden a la fiesta de Pentecostés, en recuerdo y a imitación de los Apóstoles que con la Santísima Virgen estuvieron orando y esperando la venida del Espíritu Santo. Para estimularlos a esta oración, concedió Su Santidad una indulgencia de siete años y siete cuarentenas de perdón, y además, comulgando y orando según las intenciones que después diremos, en el día solemne de Pentecostés, o en alguno de los días siguientes, hasta el domingo, concede una indulgencia plenaria.
Según las Letras Apostólicas de la fecha citada, cuyo asunto repite anualmente, quiere Su Santidad que se pida por la unidad entre los católicos y porque vuelvan a la misma unidad católica los que de ella se han separado.
Las gracias concedidas para los que hacen Las preces dichas en los nueve días precedentes a la fiesta, se ganan también durante los de la octava, con las mismas condiciones. Las indulgencias son aplicables a las almas del Purgatorio.
No habiendo preces determinadas para la oración de que se trata, hemos arreglado este devocionario para diez días; pues aunque Su Santidad sólo habla de Novenario, o sean los nueve días anteriores a la venida del Espíritu Santo, se agrega un día más para celebrar el Santo día de Pentecostés, con el que se completa el Decenario.
Cuando se quiere hacer Octavario, de domingo a domingo, se comenzará por el día 3° correspondiente al domingo de Pentecostés.
Si se hace el ejercicio en público será conveniente comenzar por la Estación del Santísimo, el rezo del Santo Rosario, y en seguida los actos siguientes. Mas si se hace sin el rezo del Rosario, se comenzará por el acto de contrición, continuándose con lo prescrito para cada día.
Por último, aunque este devocionario está arreglado para Pentecostés, puede hacerse en cualquier tiempo que por un motivo especial, se necesiten las luces y gracias del Espíritu Santo.
Arreglado por J.M.V.
DÍA PRIMERO
H I M N O
Ven ¡oh Santo Espíritu!
De amor sagrado fuego:
Envía acá a la tierra
Un rayo de ese incendio.
Ven, padre de pobres,
Ven, dador inmenso,
Alumbra nuestras mentes,
Enciende los afectos.
Ven, ¡oh dulce huésped!
Consolador excelso,
Del alma noble vida
Y dulce refrigerio.
Ven, bien infinito,
Al llanto da consuelo,
A la fatiga alivio
Y a todo mal remedio.
¡Oh clara luz, hermosa,
Que alegras esos cielos!
Baja a nuestras almas,
Llena todos sus senos.
Sin tu divino númen,
Sin tu fecundo riego,
Nada se ven en el hombre
Que no sea defecto.
Lava lo que es mancha,
Riega lo que está seco,
Destierra lo que es sombra,
Sana lo que está enfermo.
Abrasa lo que es tibio,
Quebranta lo que es terco,
Dirige lo torcido,
Mejora lo imperfecto.
Concede ya a tus fieles
Que viven de tu aliento
Con cúmulos de gracias
Tus siete dones bellos.
Aumenta sus virtudes,
Da a sus dones precio,
Haz feliz su muerte,
Dales el gozo eterno.
V/. Envía Señor tu Espíritu y serán creadas todas las cosas,
R/. Y se renovará la faz de la tierra.
ORACIÓN
¡Oh Dios, que enseñaste los corazones de los fieles con la ilustración del Santo Espíritu! Concédenos saber en el mismo Espíritu rectamente, y alegrarnos siempre con su consolación, por Nuestro Señor Jesucristo que contigo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
MEDITACIÓN
Retiro de los Apóstoles para esperar al Espíritu Santo.
PUNTO PRIMERO.- Un día después de la Ascensión del Señor, se recogieron en el Cenáculo los Apóstoles, apartándose del bullicio y comunicación de los hombres para entregarse a la oración más fervorosa, durante diez días. Su objeto era pedir con instancia la venida del Espíritu Santo; pues aunque su divino Maestro les había prometido enviarlo, sabían que las divinas promesas se cumplen por medio de la oración.
PUNTO SEGUNDO.- Estaban unidos, hacían su oración unánimemente, recordando que el Señor había dicho: “Si dos de vosotros se unieren para pedir algo, les será concedido por mi Padre, porque donde están dos o más juntos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.
No solamente estaban unidos unos con otros, sino cada uno consigo mismo, de donde resulta que la oración sea recogida, teniendo unidas las potencias para orar.
La oración, pues, de los fieles en común, es muy agradable a Dios, pero ha de ser no disipada, sino devota y recogida.
PUNTO TERCERO.- Estaban los Apóstoles en la oración en compañía de la Santísima Virgen, a la cual sin duda tomaban por intercesora, sabiendo que podía ella sola con Dios, mucho más que todos ellos. La oración de la Virgen Santísima fue tan eficaz que así como ella alcanzó con su oración que se apresurase la Encarnación de su Hijo, así también alcanzó que se apresurase la venida del Espíritu Santo.
Pidamos pues, que descienda sobre nosotros el Divino Espíritu; pero para que nuestra oración sea eficaz, debe ser perseverante y recogida, pidiendo a la Santísima Virgen valorice nuestras súplicas uniendo las suyas, como lo hizo con los Apóstoles en el Cenáculo.
ORACIÓN DEL DÍA PRIMERO
¡Oh Espíritu Divino! Bien sabemos que en medio de la disipación del mundo no podremos gozar de tus misteriosas comunicaciones, ni dedicarnos a la oración devota y recogida. Concédenos, pues, te suplicamos, el espíritu de recogimiento aun en medio de nuestras indispensables ocupaciones, para no dejarnos seducir de nuestros enemigos; concédenos también el espíritu de unión y caridad con nuestros semejantes, a fin de que no encuentres obstáculo alguno para poseer nuestros corazones. Amén.
LETANÍAS DEL ESPÍRITU SANTO
ORACIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
Para todos los días
¡Oh Virgen Inmaculada, escogida entre todas las mujeres para ser la cándida Esposa del Espíritu Santo! Por los dones con que tu divino Esposo te enriqueció desde que fuiste concebida sin la culpa original, y especialmente por la plenitud de gracia con que fuiste enriquecida cuando por obra suya concebiste en tu purísimo seno a tu divino Hijo y nuestro Redentor Jesucristo, te pedimos, soberana Reina de cielos y tierra, que nos alcances de tu divino Esposo, los siete dones que derramó en los Apóstoles y Discípulos, el día que descendió sobre ellos. Y así como entonces Tú valorizaste sus oraciones con la tuya, así también ahora, une tus súplicas a las nuestras y hazlas dignas de que nos conceda lo que Tú, como Madre nuestra, sabes bien que más necesitamos. Y así también, como entonces vino sobre la Iglesia congregada en el Cenáculo, alcánzanos con tu mediación, asista al Sumo Pontífice y a la Iglesia toda en la difícil y angustiada situación en que se halla. Haz, por fin, Señora, que iluminados todos con las luces que en otro tiempo regeneraron al mundo y renovaron la faz de la tierra, sepamos honrar, venerar y servir al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, para bendecir a la Augusta Trinidad y glorificarle eternamente. Amén
DÍA SEGUNDO
(Himno, como en el primer día)
Meditación
Motivos por los que envió Dios al mundo al Espíritu Santo
PUNTO PRIMERO.- Quiso Dios enviar al Espíritu Santo al mundo por tres motivos: Primero, por su infinita bondad y caridad, pues así como ese fue el motivo de mandarnos a su Hijo como Redentor, lo fue también para darnos al Espíritu Santo como Santificador. Así como, según dijo Jesucristo: De tal modo amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito, así podemos decir, que le amó tanto que le envió a su divino Espíritu; y esto no sólo sin mérito alguno de nuestra parte, sino con gran demérito, pues habiendo el mundo tratado tan mal a la Persona del Hijo, no merecía recibir la Persona del Espíritu Santo.
PUNTO SEGUNDO.- EL segundo motivo fue los ruegos y merecimientos de Jesucristo nuestro Señor; el cual con su pasión y muerte, nos mereció este Don y estando a la diestra del Padre abogaba por los hombres mostrándole sus llagas y pidiéndole cumpliese la palabra que dio de enviarles este divino Consolador. Y fue tan eficaz esta petición, que luego la oyó y aceptó el Padre Eterno, premiando así los trabajos del Redentor.
PUNTO TERCERO.- El tercer motivo fue nuestra propia necesidad y miseria, la cual movió a compasión al Padre de las misericordias para enviar el último remediador de todos los males, que era el Espíritu Santo. La justicia y la paz se pusieron de acuerdo para esta venida; la justicia, de parte de Jesucristo que la mereció; la misericordia, de parte de la bondad de Dios, atendiendo a nuestra miseria.
Demos gracias al Padre Soberano por la infinita caridad que le movió a darnos todo lo bueno que de El procede: el Hijo que procede por su entendimiento y el Espíritu Santo que procede de su voluntad. Ofrezcámosle por tan inmenso Don, nuestro entendimiento y voluntad con las obras que de ellos proceden para que todas sean para su gloria.
ORACIÓN
Padre de las misericordias, que sólo por el inmenso amor que tuviste a los hombres mandaste al Espíritu Santo como habías mandado a tu divino Hijo. Bien conocemos que lejos de merecer que venga a nosotros el Espíritu Consolador, tenemos tanto deméritos cuantos son nuestros pecados; pero por ese amor inmenso que nos tienes, por los méritos infinitos de nuestro Redentor Jesucristo, y por la compasión que te causan nuestras mismas miserias, te suplicamos venga a nosotros el Espíritu que ilustra los entendimientos, y mueve los corazones, para abrazar la verdad y practicar siempre el bien. Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo que contigo y con el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Sigue la Letanía del Espíritu Santo y la oración a la Santísima Virgen, como el día primero.
DÍA TERCERO
(Himno, como en el primer día)
Meditación
Con qué fines vino el Espíritu Santo al mundo.
PUNTO PRIMERO.- El primer fin de la venida al mundo del Espíritu Santo fue para suceder a Cristo Nuestro Señor en el oficio de protector, abogado y consolador, haciendo esto invisiblemente con los Apóstoles, como Él lo hacía visiblemente con ellos. Yo rogaré a mi Padre, les dijo, y El les dará otro Paráclito, el cual tendrá cuidado de ustedes y será su protector en sus trabajos, consolador en sus tristezas e intercesor en sus necesidades, pidiendo por ustedes con inefables gemidos; impeliéndolos y moviéndolos a pedir lo que les conviene.
PUNTO SEGUNDO.- El segundo fin es venir a ser nuestro Maestro, enseñándonos y aleccionándonos en el secreto de nuestro corazón, según dijo Jesucristo: Cuando venga el Espíritu Santo que les enviará mi Padre en mi Nombre, Él les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que les he dicho. Él, pues, nos enseñará grandezas de Jesucristo y la magnificencia de su triunfo; nos enseñará todas las cosas que nos convenga saber para nuestra salvación y perfección y para cumplir con nuestro oficio y estado.
PUNTO TERCERO.- El tercer fin es reprender y corregir los vicios del mundo y convencerle de ellos y de la victoria que el Salvador obtuvo sobre el demonio. Por esto dijo Jesucristo: Cuando venga el Espíritu Consolador, argüirá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. Esto es, poseyéndolo los justos, el Espíritu Santo, por medio de ellos, reprenderá al mundo de sus pecados e infidelidades, convenciéndolo del mal que hace en no creer en Jesucristo, en no guardar su ley, y convenciéndole también de la santidad de la vida del Señor, así como de la justicia con que ha reprobado todo lo que ha merecido reprobación. Eso que hace el Espíritu Santo con todo el mundo, lo hace con este mundo abreviado, que es cada hombre, poseyéndolo, exhortándole y reprendiéndole para enseñarle así el juicio que debe formarse de las cosas de este mundo.
Ven, pues, ¡Oh Espíritu Santo!, Ven Consolador, Maestro y Corrector nuestro y ejerce en nosotros los santos fines de tu venida al mundo.
ORACIÓN
Espíritu divino, Consolador de los tristes y afligidos en este valle de miseria y llanto; Maestro en las rudezas de nuestra ignorancia, y Corrector en los desaciertos a que nos conducen nuestras pasiones: Ejerce ¡oh Espíritu vivificador! Esos santos oficios que fueron los fines que te trajeron al mundo, en nosotros, que por tantos títulos los necesitamos. Consuélanos, especialmente, en los abatimientos de nuestro ánimo y en la desconfianza de nuestra salvación, en vista a nuestra mala vida. Haznos dóciles a tus enseñanzas e inspiraciones, y si para conseguirlo fueren necesarios los castigos de esta vida, corrígenos, dándonos la paciencia en las adversidades, para que todo sea para nuestro provecho y merecimiento. Amén.
Sigue la Letanía del Espíritu Santo y la oración a la Santísima Virgen, como el día primero
DÍA CUARTO
(Himno, como el primer día)
Meditación
cómo el Espíritu Santo es “Don de Dios” por excelencia.
PUNTO PRIMERO.- “Don de Dios Altísimo” llama la Iglesia al Espíritu Santo, porque es el supremo de todos los dones, como lo explica Santo Tomás, y fuente de todos ellos.
Es propio de la bondad comunicarse, y de la bondad infinita comunicarse infinitamente. No contenta la bondad divina del Padre con habernos dado a su mismo Hijo, ni con habernos dado la gracia, la caridad, las virtudes sobrenaturales y los siete dones del Espíritu Santo, también nos da al que es principio y causa de todos ellos, para que Él los conserve, aumente y perfeccione. Ha hecho como quien tiene una fuente y no se contenta con dar el agua de ella, sino que da también la misma fuente que está produciendo el agua.
PUNTO SEGUNDO.- De este don o fuente de gracias hablaba Jesucristo cuando decía: El que cree en mí, de su vientre correrán ríos de agua viva; lo que explicando el Evangelista dice, que Jesucristo habla del que recibe al Espíritu Santo.
Su vientre, esto es, su corazón, cuando reciba al Espíritu Santo, se hará como una fuente abundante, de donde se derramará la gracia como una agua viva, sobre sí y sobre los otros, por el ejemplo de sus buenas obras y virtudes.
PUNTO TERCERO.- ¿Qué no deberemos esperar, si ese don magnífico, don por excelencia se no da con tanta liberalidad? Hablando de la dádiva que Dios nos ha hecho dándonos a su Hijo, dice san Pablo: Quien nos dio a su Hijo ¿cómo no nos dará con Él todas las cosas? Del mismo modo podemos decir: Quien nos da su divino Espíritu, ¿Cómo no nos dará todas las cosas que de Él proceden pidiéndoselas en virtud del mismo Espíritu y por los merecimientos del Hijo? ORACIÓN
¡Oh Espíritu divino, que te complaces en regalarte como don a quien con ansias te desea, como te diste a los Apóstoles, que oraban por tu venida! Yo no dudo que por más vil e indigno que yo sea, vendrás a mí, si te deseo y pido tu venida con todo mi corazón , conforme a lo que anunció el Profeta: Derramaré mi Espíritu, sobre toda carne. Aquí tienes una vil criatura toda carne, donde resplandecerá mucho más tu misericordia, viniendo a mí, que a otras criaturas más dignas.
Ven, pues, oh Espíritu vivificador; y dame, no sólo tu gracia y dones, sino a Ti mismo, espiritualizándome y previniendo mi corazón con fervientes deseos de recibirte, para hacerme digno de un don tan inestimable como eres Tú. Amén.
Sigue la Letanía del Espíritu Santo y la oración a la Santísima Virgen, como el día primero.
DÍA QUINTO
(Himno, como en el primer día)
Meditación
El Espíritu Santo se nos da como “Amor”
PUNTO PRIMERO.- Así como el Hijo de Dios se nos da como Verbo, o como Palabra del Padre, porque es engendrado por el entendimiento del Padre, así el Espíritu Santo se nos da como Amor, y a los Apóstoles vino en figura de lenguas de fuego que significa amor, porque es el término de amor del Padre y del Hijo. Por eso dijo San Pablo: El Amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado.
Contemplemos el origen inefable de la dádiva de valor infinito que se nos hace en el Espíritu Santo.
La teología nos enseña que el Espíritu Santo es amor personal, o como dice San Bernardo, el corazón del Padre y del Hijo, el beso sagrado que se dan mutuamente, el lazo indisoluble, que liga al Padre y al Hijo en unidad de amor, como ellos no son sino una misma cosa en unidad de esencia.
El Padre y el Hijo, pues, nos dan todo su amor, personificado en el Espíritu Santo.
PUNTO SEGUNDO.- Una vez que el Espíritu Santo toma posesión del corazón del hombre, ese corazón se inflama en el amor de Dios. Así es como la criatura corresponde al amor inmenso de su Creador, valiéndose de la misma dádiva que su Creador le hizo, al darle al Espíritu Santo. Así es que, si el Padre y el Hijo dan al hombre su Corazón, que es el Espíritu Santo, el hombre da también a Dios su propio corazón, pero modificado, santificado e inflamado en el amor que le comunica el Espíritu divino.
Si no sentimos, pues, ese fuego divino, ese ardiente amor a Dios, es porque no reside en nuestro corazón el Espíritu Santo, al menos en la plenitud con que quiere comunicársenos.
PUNTO TERCERO.- ¿Quién podrá, pues, comprender cuánta es la ingratitud del hombre que no corresponde a tanta solicitud, a tanta liberalidad del amor que Dios nos tiene? No contento el Padre con habernos dado a su Hijo en quien tiene todas sus complacencias y no contento el Hijo con habérsenos dado hasta morir por nosotros, nos dan ambos al que es su Corazón mismo, al que es todo su amor, al Espíritu Santo. ¡Ah, dice San Bernardo: la Inmensidad nos ama; la eternidad nos ama; la caridad que es superior a todas las ciencias, nos ama; Dios, cuya grandeza es infinita, la sabiduría incomprensible a todas las inteligencias, nos ama! ¡Y nosotros ponemos límites a nuestro amor!
ORACIÓN
¡Oh Dios y Señor mío! ¿Qué cosa es el hombre para que lo tengas tan presente haciéndole tan inmensos favores? ¿Y qué es el hijo del hombre para que así lo visites? Cuando pienso en que el Hijo de Dios se ha hecho hombre y ha muerto por mí, que se ha quedado para ser mi compañía y mi alimento en este destierro, que me ha dado por madre a su misma Santísima Madre, y que, por fin, me ha dado todo su amor en el Espíritu Santo, no puedo menos de confundirme de mi monstruosa ingratitud, cuando no sólo no correspondo a tanto amor, sino que le correspondo con ofensas y crímenes. ¡Espíritu divino, Espíritu de Amor! Cambia mi corazón, ilústralo, para que conociendo mis ingratitudes, comience desde ahora a amar como debo a mi Dios. Amén.
Sigue la Letanía del Espíritu Santo y la oración a la Santísima Virgen como en el día primero.
DÍA SEXTO
(Himno como en el primer día)
Meditación
Efectos principales que produce el Espíritu Santo en las almas.
PUNTO PRIMERO.- Los que han sido engendrados por el Espíritu Santo en el ser de gracia por el bautismo, se hacen semejantes al Espíritu Santo y por medio de sus inspiraciones los va levantando a tanta altura y santidad, que se pueden como él, llamar espíritus. Así lo dice expresamente Cristo Señor nuestro a Nicodemus: Lo que ha nacido de carne, carne es, y lo que ha nacido de espíritu, espíritu es. Así, pues, el que nace del Espíritu Santo por generación espiritual, es semejante a Él, de quien recibe la gracia, virtudes y dones, que son participación de la divina naturaleza, y en virtud de los cuales se puede llamar espíritu, esto es, hombre espiritual, semejante al Espíritu Santo. Por esto dijo San Agustín: “Si naces del Espíritu Santo, serás como Él y en virtud suya podrás vivir en carne, como si estuvieres libre del cuerpo, ilustrado con verdades, rico de virtudes, encendido en caridad, obrando en fin, como el Espíritu Santo obra”.
PUNTO SEGUNDO.- El Espíritu Santo, continúa diciendo Jesucristo a Nicodemo, inspira donde quiere; oyes su voz, mas no sabes de dónde viene ni a donde va: así es todo hombre que nace del Espíritu. Efectivamente, el Espíritu Santo obra con absoluta libertad, pues inspira donde quiere. No lo obliga la fuerza, no el temor, no el interés. Y esa misma libertad, la libertad de los hijos de Dios, es la de los justos que perfectamente han nacido del Espíritu Santo. Con su inspiración hacen lo que quieren, no lo malo ni lo vano, ni lo impertinente, pues el Espíritu Santo no mueve a esas cosas; sino cosas buenas, santas y provechosas. Y esas cosas las hace el justo con suma libertad de espíritu, no forzado como esclavo, no con repugnancia o tedio como los tibios, ni por miedo del infierno, como los imperfectos, ni aun por interés del premio, sino porque quiere agradar a Dios, por lo mucho que le ama. Así es como se verifica lo de San Pablo: Donde está el Espíritu de Dios, allí hay libertad.
PUNTO TERCERO.- Para obrar con toda libertad y para hacer lo que se quiera, es necesario tener cierta plenitud de poder, cierta participación de la omnipotencia divina; y este es precisamente el carácter del que recibe con plenitud al Espíritu Santo. El justo hace siempre lo que quiere. Pero ¿qué es lo que quiere? No tiene voluntad propia, porque su voluntad es la de Dios, y la de su divino Espíritu y haciendo lo que quiere Dios, hace juntamente lo que él mismo quiere, porque su querer no es otro que el de Dios. Por eso dijo San Buenaventura: “Los que están conformes con la divina voluntad, son como dioses omnipotentes, para hacer lo que quieren”.
¿Quién no apetecerá hacer en todo su propia voluntad, haciendo al mismo tiempo la de Dios?
ORACIÓN
¡Oh Dios, de bondad inefable! ¿Qué riquezas y qué prerrogativas serán comparables a las que comunicas al que plenamente recibe tu divinísimo Espíritu? El, sin dejar de vivir en esta carne mortal, se espiritualiza, porque se hace semejante al Espíritu que recibe; participa de la libertad del mismo Espíritu, obrando con la santa libertad de los hijos de Dios, e identificando su voluntad con la de Dios, hace en todo su voluntad propia. Concédeme, Dios y Señor mío, que recibiendo y poseyendo al Espíritu Santo en mi corazón, goce esos sus caracteres y prerrogativas, y especialmente, haz que me determine desde hoy a renunciar a mi voluntad propia, a no querer sino lo que Tú quieres, no por fuerza, ni por temor, ni por interés, sino por puro amor tuyo. Amén.
La Letanía del Espíritu Santo y la Oración de la Santísima Virgen, como el primer día.
DÍA SÉPTIMO
(Himno como el primer día)
Meditación
De los dones del Espíritu Santo en general
PUNTO PRIMERO.- Los dones del Espíritu Santo, según Santo Tomás, son “hábitos sobrenaturales que nos disponen a obedecer prontamente al Espíritu Santo”. La Iglesia Católica llama a estas gracias dones, esto es, favores por excelencia, de la tercera Persona de la Santísima Trinidad. Pero qué, ¿Las brillantes cualidades de los ángeles y de los hombres, las magnificencias de la tierra y de los cielos, son todas ellas sin excepción, beneficios del Espíritu Santo? Sin duda alguna, “No hay, dice San Basilio, criatura alguna, visible o invisible que no deba al Espíritu Santo lo que tiene”. Pero ninguno de esos favores se llama don del Espíritu Santo. ¿Por qué? Porque los dones del Espíritu Santo aventajan en excelencia a todas las maravillas criadas, humanas y angélicas, visibles e invisibles; a todas las virtudes naturales, morales y sobrenaturales. ¡Ah! Esos dones tienen tanta riqueza, que la ínfima parte de ellos vale más que el universo entero, según explica santo Tomás.
PUNTO SEGUNDO.- ¿Quién podrá medir la grandeza del beneficio de los dones del espíritu Santo? Dar la vida natural a un ángel y a millones de ángeles, a un hombre y a millones de hombres, a un ser cualquiera y a millones de seres, volver la vista a un ciego y a millones de ciegos, el oído a un sordo y a millones de sordos, el movimiento a un paralítico y a millones de paralíticos; todos estos son sin duda beneficios, inmensos beneficios. Pero recoger de entre la basura en que se arrastra a este gusanillo que se llama hombre y después comunicarle la vida misma de Dios, y llenar su entendimiento de luces divinas, y su corazón de sentimientos divinos y voluntad de fuerzas sobre humanas, para hacer el bien y vencer el mal, he ahí beneficios y beneficios muy superiores a los primeros.
PUNTO TERCERO.- Estos dones lo son del Espíritu Santo y no del Padre o del Hijo, porque son propios del que es la caridad misma de Dios, el amor en persona. A la manera que en la naturaleza física no hay más que un sol, principio del calor y de la vida; así en el mundo moral no hay más que un principio santificador, el Espíritu Santo.
Poseer los dones del Espíritu Santo y con ellos todo lo que hay de más rico en los tesoros de la gracia, ¡qué felicidad y qué gloria! ¡Perderlos, qué vergüenza y qué desdicha! ¡Con cuánta solicitud debemos cuidar de no perder la gracia! ¡Con cuánto empeño debemos procurar recuperarla si la hemos perdido!
ORACIÓN
¡Espíritu Creador y Santificador! Por más que desde lo profundo de la abyección en que me encuentro me reconozco indigno de esos dones que transforman al hombre y lo deifican, tu bondad misma que es infinita, me da valor para pedirte humildemente me concedas la participación de tus divinos dones. Levanta a este gusanillo que se arrastra sobre la tierra, comunícale esa vida divina que das a aquellos a quienes te comunicas en abundancia: para que, venciendo el mal con todas las energías de mi voluntad, y obrando el bien con todo el ahínco de mi corazón, pueda merecer la corona de la inmortalidad. Amén.
Sigue la Letanía del Espíritu Santo y la oración a la Santísima Virgen, como el día primero.
DÍA OCTAVO
(Himno como en el primer día)
Meditación
De los tres primeros dones
del Espíritu Santo en particular, Sabiduría,
Entendimiento y Consejo
Preludio para esta meditación
El Espíritu Santo nos aparta del mal, con los siete dones, ayudándonos a vencer los vicios y tentaciones, según lo expresa San Gregorio en estas palabras: “Contra la necedad nos arma la sabiduría; contra la rudeza el entendimiento; contra la precipitación el la ignorancia la ciencia; contra la pusilanimidad la fortaleza; contra la dureza de corazón la piedad y contra la soberbia el temor”.
De modo que estos siete dones son armas ofensivas y defensivas que nos da el Espíritu Santo, contra las principales raíces de las tentaciones que combaten la vida espiritual, para que no la destruyan. Veamos esto en cada don en particular.
PUNTO PRIMERO.- La Sabiduría, como don del Espíritu Santo, son las razones conque nos persuade para hacernos gustosos y apetecibles los bienes celestiales, de modo que les tomemos sabor y gusto, pues la sabiduría viene de sabor, como sabe al paladar y le es deleitable lo que es dulce y sabroso. Así es como, por el don de sabiduría, se combate ese tedio y hastío que tenemos de las cosas de Dios y que San Gregorio llama estulticia o necedad; porque la carne no gusta ni halla sabor en las cosas del espíritu, ni tiene estimación alguna de las cosas eternas. Deja esas cosas de Dios que le enfadan y busca los deleites sensuales, como los israelitas, que enfadados del maná suspiraban por las ollas de Egipto.
PUNTO SEGUNDO.- Otras tentaciones proceden de la rudeza y obscuridad que tenemos en las cosas de la fe, de donde nacen dudas, vacilaciones, desconfianzas y tibiezas, así en el crecer como en el obrar. Contra estas tentaciones nos favorece el Espíritu Santo, por medio del don de Entendimiento, arrojando en nuestro espíritu ilustraciones y rayos de luz que disipan esas tinieblas y nos llenan de gozo y de reposo en lo que creemos.
PUNTO TERCERO.- Otras tentaciones nos vencen, por ser indiscretos y precipitados en nuestras determinaciones, o por falta de prudencia, o porque esas tentaciones nos cogen desprevenidos sin darnos tiempo para pensar lo que hemos de hacer. En tales casos suele acudir el Espíritu Santo con el don de Consejo, inspirándonos con especialísima providencia el medio de que nos hemos de valer para vencerlas. Así inspiró a José que dejase la capa en manos de la mujer que quería hacerlo caer en pecado.
ORACIÓN
¡Oh Espíritu vivificador! ¿Cómo podré en lo sucesivo creer que por mí mismo soy capaz de alguna acción, de algún movimiento bueno? Sin tu auxilio, sin tu don de sabiduría, yo no podré ni apetecer las cosas de Dios; sin tu don de entendimiento, me dominarán las tinieblas que el pecado ha arrojado en el alma; y sin tu don de consejo, seré indiscreto, imprudente y precipitado en mis resoluciones, equivocando y transtornando todo el orden que debo seguir para bien obrar. Dame, Señor, estos santos dones, para apetecer, juzgar y querer practicar con gran deseo todo lo que sea la voluntad de Dios y para que haciendo en la vida su voluntad santísima, consiga el premio que tiene prometido a los que la practican. Amén.
La Letanía del Espíritu Santo y la Oración de la Santísima Virgen, como el primer día.
DÍA NOVENO
(Himno como en el primer día)
Meditación
De los dones de Ciencia, Fortaleza, Piedad
y Temor de Dios.
PUNTO PRIMERO.- La ignorancia, el engaño del mundo y de nuestros demás enemigos, y aun el olvido, o inadvertencia, son muchas veces causa de perder la gracia por el pecado. Contra estas tentaciones viene el Espíritu santo, Maestro divino, a socorrernos con el don de Ciencia, ilustrándonos con sus inspiraciones, para hacernos conocer las astucias del demonio, los artificios del mundo y las seducciones de la carne. En este caso hace también oficios de Maestro, haciéndonos recordar las verdades que son más a propósito para vencer a esos enemigos, aficionándonos a esas verdades que nos enseña o recuerda.
PUNTO SEGUNDO.- Sucede muchas veces al alma entrar en una terrible lucha entre sus propios sentimientos; entre el deber y el temor, como cuando, si no se hace una acción que implica pecado mortal, se perderán los bienes, la honra o la vida, sucumbiendo entonces el hombre, por flaqueza de ánimo. Para evitar esas caídas por debilidad, acude el espíritu Santo con el don de Fortaleza, robusteciendo con su gracia nuestro cobarde corazón, y animándole a padecer cualquier mal temporal por evitar el eterno. Así lo hizo con los mártires, quienes antes de faltar a su fe, sufrieron valerosamente el martirio.
PUNTO TERCERO.- De la dureza de nuestro corazón procede no tener compasión de nuestros prójimos, ni inclinarnos a hacer el bien, ni querer sufrir el mal que nos hacen; por el contrario, se levantan ímpetus de ira, de impaciencia, que se desatan en injurias y venganzas. Contra estas tentaciones nos ayuda el Espíritu Santo con el don de Piedad, ablandando nuestro corazón, dulcificando nuestro carácter y moviéndonos a compasión y caridad.
Por último: contra las tentaciones que nacen de soberbia, presunción y vanidad, nos arma con el don de Temor de Dios, arrojando con su ilustración sentimientos que nos hacen reflexionar y temblar por los juicios de Dios y sus castigos, reprimiendo así nuestro orgullo y vanidad. Pidamos este santo temor, a ejemplo de David, cuando decía: “Penetra, Señor; traspasa mis carnes con tu santo temor”.
ORACIÓN
¡Oh Espíritu Santísimo! ¡Qué grandes son mis miserias y necesidades, y con cuánta frecuencia me veo atribulado y combatido de ellos! Pero también, cuánta es la eficacia de tus auxilios, y de auxilios tan oportunos como los de tus inefables dones! ¡Gracias te doy por las armas que me has dado contra mis crueles enemigos y por la solicitud con que me asistes y mueves para librarme de ellos! Teniéndote a Ti por ayuda, ¿a quién temeré? ¿Siendo Tú mi luz y mi ilustración, quién me hará temblar? Ponme junto a Ti y arme guerra cualquiera contra mí. Bien pueden venir del demonio tentaciones para derribarme, si tus auxilios me previenen, no podrán vencerme. Prevénganme, Señor, en mis peligros tus santas inspiraciones para que no quede sepultado entre mis miserias. Amén.
La Letanía del Espíritu Santo y la Oración de la Santísima Virgen, como el primer día.
DÍA DÉCIMO
SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS
(Himno como en el primer día)
Meditación
Del modo como el Espíritu Santo vino sobre los
Apóstoles el día de Pentecostés
PUNTO PRIMERO.- Diez días después de su Ascensión cumplió Jesucristo la promesa hecha a sus Apóstoles, de enviarles el Espíritu Santo. Cuando se cumplían los días de Pentecostés, dice San Lucas, estaban todos congregados en un mismo lugar. Y vino de repente un estruendo del cielo, como de viento impetuoso y llenó toda la casa en donde estaban sentados y aparecieron unas lenguas repartidas, como de fuego, que reposaron en cada uno de ellos, y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en varias lenguas, según el Espíritu Santo hacía que hablasen.
He aquí la sencilla historia, referida por San Lucas, del asombroso acontecimiento que transformó a los Apóstoles, de rudos, ignorantes y carnales, en hombres espirituales, elocuentes y consumados en sabiduría, santidad y celo; capaces de transformar el mundo y de cambiar la faz de la tierra.
Nosotros celebramos hoy el aniversario de ese acontecimiento, no sólo recordando su memoria, como sucede cuando celebramos otras festividades, sino esperando se repita en nosotros. Así, esta solemnidad es muy distinta de las demás; pues en aquellas damos gracias a Dios por los misterios pasados, y que no subsisten más que en sus efectos; mas en la de Pentecostés, solemnizamos además un misterio que se renueva continuamente en la Iglesia y que se reproducirá en el alma de los fieles hasta el fin del mundo. Podemos, pues, pedir y esperar, en virtud de los méritos de Jesucristo y con la misma confianza de los Apóstoles, la venida del Espíritu Santo sobre nosotros y comunicación de sus dones; si no en toda la extensión con que ellos lo recibieron, porque no tenemos su misma misión, sí en cuanto convenga al bien espiritual de cada uno.
PUNTO SEGUNDO.- Vino con estruendo y como viento impetuoso. Como viento o aire, porque el Espíritu Santo obra por inspiración, dándonos la vida espiritual de la gracia, y así Jesucristo sopló sobre sus Apóstoles cuando les dijo: Reciban el Espíritu Santo. Como viento vehemente, para significar el ímpetu y fervor con que mueve a las obras de virtud; con fuerza, pero no fuerza que violenta, sino suave y amorosa, que hace obrar con grande gusto y espontaneidad, con esa prontitud enemiga de la tibieza y pereza, pues como dice San Ambrosio: “La gracia del Espíritu Santo no admite tardanzas”
Ese viento vehemente causó un estruendo que se oyó en toda la ciudad, para significar que la venida del Espíritu Santo hace en los justos y por ellos tales obras, que tienen resonancia en todo el mundo, por el admirable ejemplo de su vida, a veces por sus milagros, y sobre todo, por la fuerza de su predicación, como se vio en los Apóstoles de quienes fue dicho en toda la tierra se oyó su sonido y en los confines de ella se oyeron sus palabras.
PUNTO TERCERO.- Apareció en forma de fuego, para significar que, así como el fuego purifica, alumbra, enciende, sube hacia arriba y es muy unitivo, haciendo que todo se transforme en sí mismo, esto es, en fuego, así el Espíritu Santo, purifica las almas consumiendo la escoria de sus vicios y pecados, y apartando del oro de las virtudes las sustancias viles de las faltas e imperfecciones que suelen mezclarse con ellas. Alumbra los entendimientos con una luz sobrenatural, tan excelente, que hace ver con certeza las verdades y misterios de la fe. Enciende las voluntades con el ardor de la caridad, abrasándolas en el amor de Dios y de los prójimos. Levanta los corazones de la tierra a las cosas celestiales. Finalmente, enciende cuanto toca, comuni-cando a otros sus virtudes y asimilándoselos por la caridad.
Apareció por fin, en forma de lenguas, y no en forma de corazones de fuego, porque no se daba a los Apóstoles para que sólo ellos amaran y se convirtieran en fuego, sino para que con sus lenguas, movidas del divino Espíritu, predicaran al mundo la ley de Cristo y su muerte y pasión.
¿Vendrá el Espíritu Santo sobre nosotros el día de hoy, y obrará los maravillosos efectos que en los Apóstoles congregados en el Cenáculo? Pidámoslo con instancia y fervor, y no desoirá nuestros ruegos.
ORACIÓN
¡Espíritu divino; Espíritu vehemente, que eres todo fuego y todo amor! ¿Será posible que después de haber meditado las riquezas inefables que comunicas a quien te recibe dignamente, me quede yo tan indigente y miserable como hasta ahora he sido? ¿Esos incendios de amor divino que han derretido tantos corazones y que los han trasformado en hogueras purísimas, serán insuficientes para calentar, o para mover siquiera este corazón helado, corazón de roca? No sea así, Espíritu vivificador: muévate a piedad esta alma tan digna de tu compasión, esta alma redimida a costa del inmenso sacrificio de un Dios hecho hombre.
Si para obtener estas gracias es necesario orar, infúndeme el Espíritu de oración y ora Tú conmigo; si es necesario gemir por mis faltas y delitos pasados, Tú tienes gemidos inefables que robustezcan mi débiles peticiones e inclinen en mi favor las divinas misericordias; si por último, soy ignorante, vicioso y carnal, Tú puedes transformarme en un hombre del todo nuevo, como transformaste a los Apóstoles.
Ven, pues, oh Espíritu divino, y comience desde hoy para mi vida una nueva era, una era de gracia, como comenzó para el mundo que estaba sentado en las sombras y las tinieblas de la muerte.
Y después de haberte pedido estas gracias que tanto para mí necesito, te pido por la Iglesia, por el Sumo Pontífice, por el Episcopado, por la unión de los fieles entre sí, y por la de los que se han separado de esa unión, pidiéndote todo esto según las intenciones de nuestro Santísimo Padre el Papa, Para que unidos todos en el espíritu de unión y caridad, te alabemos y bendigamos en unión del Padre y del Hijo, durante el tiempo y por toda la eternidad. Amén