Tanto San Mateo como San Lucas nos hablan de San José como de un varón que descendía de una estirpe ilustre: la de David y Salomón, reyes de Israel

Sabemos, que no era una persona rica: era un trabajador, como millones de otros hombres en todo el mundo; ejercía el oficio fatigoso y humilde que Dios había escogido para sí.

De las narraciones evangélicas se desprende la gran personalidad humana de José: en ningún momento se nos aparece como un hombre apocado o asustado ante la vida; al contrario, sabe enfrentarse con los problemas, salir adelante en las situaciones difíciles, asumir con responsabilidad e iniciativa las tareas que se le encomiendan.

A San José, Dios le encomendó la enorme responsabilidad y privilegio de ser el esposo de la Virgen María y custodio de la Sagrada Familia. Por eso es el santo que más cerca está de Jesús y de la Santísima Virgen María.

José, como padre del recién nacido, le circuncida al octavo día y le impone el nombre de Jesús, que era un derecho inherente a la misión del padre.

Reflexionemos sobre la fiesta de San José celebremos a este hombre que Dios llamó a vivir de manera sencilla y su entrega y respuesta total a la realización del proyecto de Salvación de Dios.

San José es el santo del modelo de la fe, porque supo esperar contra toda la desesperanza, por la fe aceptó a María y por la fe aceptó ser padre de Jesús hecho niño.

Pío IX lo declaró Patrono de la Iglesia Universal el 8 de diciembre de 1870; aunque la fiesta fue suprimida más tarde. Actualmente le recordamos y celebramos el 19 de marzo.

José nos enseña a conocer a Jesús, a convivir con El, a sabernos parte de la familia de Dios. Este Santo nos da esas lecciones siendo, como fue, un hombre corriente, un padre de familia, un trabajador que se ganaba la vida con el esfuerzo de sus manos.

 

 

 

 

 

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