El aborto no sólo mata al hijo, también es una terrible violencia ejercida contra la mujer.

Las feministas pro-aborto confunden a las mujeres diciéndoles que el aborto es un “derecho de la mujer” (¡no pueden haber verdaderos derechos si se niegan los deberes y responsabilidades que uno debe asumir ante un ser humano!) y que es un alivio contar con este “derecho”. Las que se llaman a sí mismas “defensoras de los derechos humanos y reproductivos” niegan, al mismo tiempo, un verdadero derecho a las mujeres a quienes empujan a abortar: el derecho a la información objetiva, a conocer las terribles consecuencias que trae a una mujer el abortar.

Quienes se aprovechan del “Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer” para promover el aborto son precisamente las que ejercen una violencia maquiavélica ─pues logran hacerles creer que lo que es el asesinato de su hijo es un bien para ellas, una verdadera “liberación”─ al manipularlas y ocultarles el daño físico y psicológico ─no podemos exigirles que además les hablen del daño espiritual─  que un aborto traerá para ellas mismas y el modo como éste afectará profundamente toda su vida y relaciones sociales.

Cuando hablan del aborto evitan hablar del tremendo trauma que significa que una madre mate a su propio hijo en el lugar donde debería encontrar la mayor protección y cobijo: el seno materno. Una mujer está “hecha” para ser madre, y para defender la vida de sus hijos con su propia vida. Eso está inscrito en su propia naturaleza, naturaleza que no puede negar sin crear en sí misma una profunda y traumática ruptura interior. Este “descuartizamiento interior”, si lo permite la mujer creyéndose el discurso de ideologías falaces, no se produce sin dejar heridas profundas y un sufrimiento inmanejable. El daño a la salud psicológica, y muchas veces física, es profundo, muy doloroso e irreparable. Como lo expresó una joven que abortó a los 18 años: “Lo que ocurrió ese día fue una tortura, que recuerdo con mucho dolor hasta el día de hoy. Me sentí morir junto a mi hijito. Regrese a casa (aunque hubiera preferido no hacerlo) y quería desaparecer. ¡Me odié! No me soportaba a mí misma, no podía verme ni al espejo. No soportaba vivir en mi casa, no podía ver a mis papás, odiaba despertar y hallarme aún aquí sola. No había día en el que no llorase, en el que no me doliese lo que había hecho, en el que no pidiese perdón”.

El dolor y daño aumentan porque nadie puede cargar este dolor y sufrimiento con ella: tiene que hacerlo sola, tiene que cargar sola con el peso de su culpa, que no es una culpa impuesta por una “ideología religiosa”, sino por su misma conciencia de haber matado a su propio hijo. Lo antinatural sería que una mujer que se sabe madre no sienta NADA luego de haber eliminado no un quiste, sino a quien ella sabe que era un ser indefenso, su propio hijo, por más que haya sido “indeseado”.

Para que nadie diga que se trata de un sentimiento de culpa impuesto por creencias religiosas, o un fenómeno inventado por quienes defienden la vida para asustar a las mujeres, es un hecho que ha sido sustentado recientemente en el foro: “Consecuencias del aborto en la mujer y la familia”, organizado en el Perú por la congresista Fabiola Morales Castillo, presidenta de la Comisión de la Mujer y Desarrollo Social. En este foro se presentaron los dramáticos resultados de una investigación de campo en la que se trabajó con más de 1800 mujeres, especialmente del sur del país que se sometieron, por diversas razones, a alguna práctica abortiva. Un aborto ─afirmaron los especialistas─ afecta incluso a los familiares cercanos de la persona que decidió abortar.

La Magister Neldy Mendoza del Proyecto Esperanza del Instituto para el Matrimonio y la Familia de la Universidad Católica San Pablo, brindó estadísticas detalladas relacionadas a todos los trastornos que se producen después de un aborto durante su exposición “Síndrome Post-Aborto (SPA) y la repercusión en la mujer, la familia y la sociedad”. Los médicos psicólogos y psiquiatras saben bien que las mujeres que deciden poner fin a la vida de un hijo en camino padecen del llamado “Síndrome Post-Aborto”, una patología que origina trastornos psicológicos y psicosomáticos. Mendoza indicó en su ponencia que las manifestaciones del SPA siempre suceden y generan en la persona que ha sufrido un aborto sentimientos de dolor, tristeza, culpabilidad y vacío, que en muchos casos llevan a la madre a querer terminar con su propia vida y a hacerlo de verdad en algunos casos.

Ante los hechos objetivos la gran pregunta que nos hacemos es ésta: ¿por qué las feministas bien organizadas y financiadas se empecinan en promover el aborto y ocultar esta terrible realidad a las mujeres a quienes dicen representar y defender?

Publicado originalmente en La opción V

Comparte:

About Author

Comments are closed.