Historia de una mamá que gustaba mirar pornografía y las consecuencias nefastas en su vida. Hay que contar la verdad a los hijos.
Tengo que ser honesta, estaba renuente a compartir mi historia en público. Renuente porque las mujeres no tienen problemas con la pornografía, ¿cierto?
El internet no era accesible para mí cuando era una adolescente, todavía no se había infiltrado en cada aspecto de nuestra vida cotidiana. No tenía acceso a ninguna forma o conocimiento real de lo que era la pornografía, así que no fue parte de mis años de formación.
Desarrollé una curiosidad por la pornografía cuando mi esposo y yo teníamos algunos años de casados. Habíamos dejado de ir a la iglesia, nuestra relación con Dios era prácticamente inexistente y el círculo de amigos que teníamos veía porno, no era la gran cosa, era solo algo que «todo el mundo» hacía.
Así que decidí introducir la pornografía en nuestro matrimonio. Teníamos una relación sólida, nuestra vida sexual era activa, pensé que solo podía agregarnos pasión, ¿Qué daño podía causar?
No fue lo que yo esperaba
La pornografía no fue lo que yo esperaba, sabía que sería gráfico pero eso iba más allá de lo gráfico. Ese sexo no era solo sexo. El sexo de porno era diferente, los cuerpos eran «perfectos», las posiciones acrobáticas.
Nadie tenía ni un solo vello visible en ninguna parte de sus perfectos cuerpos. Y sus cuerpos estaban completamente expuesto, microscópicamente, así que nada quedaba a la imaginación.
No había besos, ni intimidad, ni amor, era animal, solo auto-gratificantes actos sexuales. Y sin embargo piqué el anzuelo… estaba enganchada.
Mi vida con la pornografía
Mi esposo me rogaba que viniera a la cama, preguntando si podíamos ser «solo nosotros esa noche», en lugar de nosotros y cualquier pareja al azar que hubiese atrapado mi interés en la pantalla. Pero no podía parar. No quería detenerme.
Me sentaba pegada a la pantalla de la computadora, esperando por el cuerpo perfecto, la pareja perfecta, la imagen perfecta, una imagen que nunca puede encontrar.
Me encontré a mí misma en la calle mirando a otras mujeres, preguntándome como serían en la cama. Mis pensamientos eran repugnantes, y no, no siento atracción sexual hacia las mujeres, sólo que las imágenes que había estado viendo deformaron mi forma de pensar, se habían grabado a mi memoria.
Mi vida después de la pornografía
Ya no lucho contra la adicción al porno o al deseo de verla, ya no tengo imágenes pornográficas acechando mi mente. Mi Dios es el Dios de la libertad, para aquellos que realmente lo deseen.
Aun tengo que tomar la decisión de no dejar que mi mente divague, aún tengo que elegir no hacer clic en los artículos de internet, links o videos que puedan quizá contener esa clase de material.
Aún tengo que tomar la opción de retirarme de conversaciones sexualmente explícitas. Aun tengo que tomar la decisión de ver a cada persona que me encuentre; hombre o mujer, como Dios los ve. Para honrarlos y valorarlos como seres humanos, creados a Su imagen y semejanza.
Educar a los niños sobre la pornografía.
Una amiga cercana me comentó que recientemente encontró un blog escrito por un joven, que les imploraba a las mujeres que mostrarán algo de respeto por si mismas removiendo todos sus vellos púbicos pues era «asqueroso».
Quiero que entiendan que este es el mundo en el que nuestros hijos están viviendo, esta es la razón por la que necesitamos tener con ellos un diálogo abierto y especifico, apropiado con su edad, sobre estos temas.
Nuestras hijas no necesitan crecer creyendo que hay algo mal con sus cuerpo porque hace lo que se supone que está diseñado para hacer, creer que ellas son indignas, poco atractivas y repugnantes a menos que remuevan todo su vello corporal.
Ellas no necesitan crecer creyendo que tienen que llevar a cabo todo tipo de actos sexuales con el fin de merecer y recibir amor.
Nuestras hijas necesitan saber que alguien que busque intimidarlas, molestarlas u obligarlas a hacer cualquier cosa con la que no se sientan cómodas, realmente no las ama, y no tienen que complacerle.
Nuestros hijos no necesitan tener pensamientos deformados y carentes de amor, con imágenes llenas de lujuria que les muestran las porno. Imágenes que son editadas y producidas para crear y llenar una necesidad que jamás podrá ser satisfecha con una imagen.
Ellos no necesitan tener expectativas irreales de las mujeres, las relaciones y actos sexuales.
Nuestros hijos no necesitan sufrir de disfunción eréctil en el futuro, porque las imágenes que se han repetido en sus mentes les han formado una nueva y falsa percepción de lo que es «normal».
Los hijos deben evitar la pornografía
Debemos decirle a nuestros hijos que eviten el porno, no solo porque es malo, sino explicándoles por qué es tan malo. Necesitamos explicarles exactamente como devalúa a ambos sexos y cómo daña el alma y el espíritu.
Si yo, como mujer adulta, mayor de 25 años, cuyo cerebro se había desarrollado completamente, pude deformar mi pensamiento viendo pornografía, ¿Cuánto más susceptibles son nuestros hijos adolescentes al daño que puede causar el material pornográfico?
Necesitamos educar a nuestros hijos acerca de lo que está alimentando la industria del porno: esclavitud sexual, trata de personas, explotación infantil.
Yo no tenía idea de que esta industria alimentaba una existencia infernal para tantas mujeres y hombres jóvenes. Me pregunto, si hubiese sabido entonces lo que sé ahora, ¿el porno me hubiese atraído?
No deberíamos educar a nuestros hijos para hacerlos sentirse culpables, sino proveerlos de buenos argumentos y darles el poder para que tomen decisiones que los beneficien no solo a ellos, sino a otros.
Debemos enseñarles que el sexo no es sucio y no está mal, sino todo lo contrario. El sexo fue creado para ser una hermosa expresión del amor, cumplido dentro de la seguridad, la santidad, la estabilidad, la entrega y el respeto mutuo del matrimonio.
Nuestros hijos valen mucho más.
El matrimonio es realmente duro, no es todo vallas blancas y campos de flores. Algunas veces está lleno de enredaderas y alambres de púas.
Pero tener el privilegio de convertirnos en una sola carne con alguien que te entiende totalmente y que está comprometido contigo durante los tiempos difíciles, es un regalo que no debería perder su valor ante imágenes de lujuria, infravalorado por un mundo que comercia lo viejo por lo nuevo, y que está empeñado en la gratificación instantánea y egoísta.
Necesitamos decirles a nuestros hijos que entendemos y recordar lo que es tener hormonas descontroladas, para decirles que entendemos lo que es sentirse curiosos respecto a la sexualidad.
Tenemos que mostrarles que los apoyamos y sugerirles mentores o adultos confiables con los que puedan hablar abiertamente.
Debemos enseñarles que Dios no solo creó el sexo, sino todo el sistema biológico que permite el deseo sexual. Que nuestro Dios es un Dios cercano, que está feliz de proveernos una manera de luchar con cualquier problema que tengamos que enfrentar en la vida, incluyendo los problemas sexuales.
Y sobre todo, tenemos que creer nosotros mismos profundamente en Dios, tenemos que relacionarnos con Él.
Soy madre de un adolescente y podemos protegerlo y escudarlo todo lo que queramos, pero eventualmente él va a descubrir el mundo, como se supone que debería. Crecerá y madurará, y establecerá sus propios límites y parámetros.
Le diremos en lo que hemos fallado, le diremos los resultados de nuestro fracaso y dónde nos gustaría haber tomado decisiones diferentes.
Pero más que nada, enfatizaremos la gracia de Dios que nos acompaña en el fracaso, en las malas decisiones, en nuestras rebeliones. Gracia para un viaje y no para soluciones rápidas. La Gracia del perdón, de la redención y de la conversión.
Publicado originalmente en Píldoras de fe