Estos hombres se entregaron a la oración y a la penitencia en el desierto, con los años comenzaron a invocar a María con el nombre de “Santísima Virgen del Monte Carmelo”.
El origen de la devoción a la Virgen de Carmen se menciona en el Primer Libro de los Reyes, cuando en tiempos del profeta Elías, hubo una gran sequía en el país y se ofrecían sacrificios en el Monte Carmelo. Entonces Elías prometió a Dios que el rey Ajab y el pueblo abandonarían al dios Baal para que Él terminara con la sequía que asolaba a la región. Después de varias veces que Elías subió al monte, apareció una gran señal:
«Cuando volvió la séptima vez, subía desde el mar una nubecita no más grande que la palma de la mano» (1 Rey 18,44)
Desde entonces el Monte Carmelo, que se ubica al oeste del lago Galileo y cuyo nombre significa jardín, se convirtió en un lugar sagrado, hasta donde llegaron a vivir ermitaños que se dedicaban a rezar y que con el paso de los siglos fueron llamados carmelitas.
Estos hombres se entregaron a la oración y a la penitencia en el desierto, con los años comenzaron a invocar a María con el nombre de “Santísima Virgen del Monte Carmelo”.
En el siglo XIII, gracias a los Papas Honorio III e Inocencio IV, los ermitaños ordenaron su estilo de vida naciendo así la orden religiosa de los Padres Carmelitas, que se ha extendido por todo el mundo, tanto en su rama masculina como femenina.
En el año 1246 nombraron al monje Simón Stock general de la Orden Carmelita. Este comprendió que, sin ayuda de la Virgen María, a la Orden le quedaba poco tiempo. Simón recurrió a María poniendo la Orden bajo su amparo, ya que ellos le pertenecían. En su oración la llamó «La flor del Carmelo» y la «Estrella del Mar» y le suplicó la protección para toda la comunidad.
En respuesta a esta ferviente oración, el 16 de julio de 1251 se le aparece la Virgen a San Simón Stock y le da el escapulario para la orden con la siguiente promesa:
«Este debe ser un signo y privilegio para ti y para todos los Carmelitas: quien muera usando el escapulario no sufrirá el fuego eterno»
Con el tiempo muchos laicos se han enamorado de esta espiritualidad carmelitana en la que se ha comprometido y propagado su devoción.