Gerardo Cruz González

El padre Alejandro Solalinde tiene claro lo que implica caminar. Se ha definido como un hermano en el camino de los migrantes. Para él es significativo el vocablo “camino”. Por ello su albergue, ubicado en Ixtepec, Oaxaca, a las orillas del paso de “La Bestia”, se llama “Hermanos en el Camino”.

En esa ruta de “La Bestia” caminan muchos hermanos nuestros excluidos del sistema económico, social, político, educativo… Van en busca de una vida más digna. Pero ahora, Alejandro Solalinde camina en los Estados Unidos y encabeza la “Caravana Abriendo Puertas a la Esperanza”.

Ha recorrido ya varios kilómetros y ha convivido con muchos mexicanos y centroamericanos, migrantes todos. La caravana partió hace varios días desde Los Ángeles y llegará hasta Washington para impulsar una reforma inmigratoria humana en los Estados Unidos.

Defensor de los derechos fundamentales de los migrantes, el Padre Alejandro Solalinde no camina solo en esa caravana, le acompañan inmigrantes hispanos —como dicen en Estados Unidos—. En los trayectos comparten sus experiencias, platican sobre sus familias, sus casas, sus pueblos, sus tierras dejadas atrás; comparten sus esperanzas y sus sueños; pero también hablan sobre los abusos que sufren a manos de autoridades y delincuentes, quienes no logran distinguirse de modo tan claro.

La caravana recorre Estados Unidos de costa a costa, en busca de apoyo de iglesias y otras organizaciones para que apoyen una reforma migratoria más humana y que se solidaricen contra las deportaciones.

Hace casi un año el P. Solalinde viajó a Chicago, en esa ocasión tras haber sido amenazado de muerte y de haber denunciado a la policía, militares, miembros del Instituto Nacional de Migración y narcotraficantes que conforman una confusa red de complicidades delincuenciales.

En Estados Unidos, puedo saber qué piensa y dice el P. Solalinde. Me lo ha dicho antes de partir a esa caravana y me lo ha dicho muchas veces y de muchos modos en otras ocasiones. No me equivoco, sé lo que piensa porque lo constatan los reportes periodísticos que leo: “No sólo la voz del norte sino también la del sur, la voz de los pobres, la voz de los migrantes”.

El hombre sencillo, de figura menuda que es Alejandro Solalinde, con 68 años de edad, vestido modestamente con su camisa blanca, el chaleco color crema, contrasta con su firme determinación y su voz clara en defensa de los migrantes y de los excluidos o marginados. Me han dicho muchas veces: “No sé cómo vivir con miedo”.

 

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