Pensemos ahora en el caso, no infrecuente -especialmente en nuestra Patria-, de madres que prefieren llevar su embarazo adelante, a pesar de que eso pone en riesgo su vida. Pensemos en el caso de médicos que atienden gratis a miles de pacientes que no tienen con qué pagar en zonas rurales o de misión.

Pbro. Jacinto Rojas R

La Iglesia nos manda dirigir en este día una mirada al cielo, que es nuestra futura patria, para ver allí con san Juan, a esa turba magna, a esa muchedumbre incontable de Santos, figurada en esas series de 12,000 inscritos en el Libro de la Vida, con el cual se indica un número incalculable y perfecto, y procedentes de Israel y de toda nación, pueblo y lengua, los cua- les revestidos de blancas túnicas y con palmas en las manos, alaban sin cesar al Cordero sin mancilla. Cristo, la Virgen, los nueve coros de ángeles, los Apóstoles y Profetas, los Mártires con su propia sangre purpurados, los Confesores, radiantes con sus blancos vestidos, y los castos coros de Vírgenes forman ese majestuoso cortejo, integrado por todos cuantos acá en la tierra se desasieron de los bienes caducos y fueron mansos, mortificados, justicieros, misericordiosos, puros, pacíficos y perseguidos por causa de Cristo. Entre esos millones de Justos a quienes hoy honramos y que fueron sencillos fieles de Jesús en la tierra, están muchos de los nuestros, parientes, amigos, miembros de nuestra familia parroquial, a los cuales va hoy dirigido nuestro culto. Ellos adoran ya al Rey de Reyes y Corona de todos los Santos y seguramente nos alcanzarán abundantes misericordias de lo alto.

La llamada a la santidad es una llamada universal. No se dirige sólo a los sacerdotes, religiosos o religiosas. No. Es una llamada universal que toca a todo cristiano. Toca a todo hombre que, en Cristo, ha sido llamado a formar parte de la Iglesia desde el bautismo. La santidad no es el dedicarse a grandes rezos o sacrificios. La santidad es la comunión con Dios. La santidad es la obediencia filial y amorosa al Padre de las misericordias. Y a los santos los encontramos por todas partes. Están ciertamente los santos canonizados solemnemente por el Papa, pero se encuentra también ese ejército innumerable de santos que viven en sus hogares, en su trabajo, en sus familias, haciendo siempre y con amor la voluntad de Dios. Personas que por su humildad transmiten a Dios, llevan a Dios en el corazón, en su palabra y en su testimonio de vida. Sin ellos darse cuenta, difunden a Cristo, predican a Cristo, hablan de Cristo. Pensemos ahora en el caso, no infrecuente -especialmente en nuestra Patria-, de madres que prefieren llevar su embarazo adelante, a pesar de que eso pone en riesgo su vida. Pensemos en el caso de médicos que atienden gratis a miles de pacientes que no tienen con qué pagar en zonas rurales o de misión. Pensemos en el caso de maestros y maestras de escuelas que han dado su vida entera a la enseñanza de sus alumnos sacrificando horas de esparcimiento y descanso personal. Todos conocemos casos de esta índole. Es fácil encontrarlos en cualquier latitud, pueblo y nación. Por eso, surge siempre la inquietud: ¿por qué no ser yo también santo? ¿Por qué no dejar paso abierto a Dios en mi vida? ¿Por qué no darle a Él, que es amor, el primer lugar en mi corazón?

DECÍA AMADO NERVO:

Si amas a Dios, en ninguna parte has de sentirte extranjero, porque Él estará en todas las regiones, en lo más dulce de todos los países, en el límite indeciso de todos los horizontes.
Si amas a Dios, en ninguna parte estarás triste, porque, a pesar de la diaria tragedia, Él llena de júbilo el universo.

Si amas a Dios, no tendrás miedo de nada ni de nadie, porque nada puedes perder, y todas las fuerzas del cosmos serían impotentes para quitarte tu heredad.
Si amas a Dios, ya tienes alta ocupación para todos los instantes, porque no habrá acto que no ejecutes en su nombre, ni el más humilde ni el más elevado.

Si amas a Dios, ya no querrás investigar los enigmas, porque le llevas a Él, que es la clave y resolución de todos.

Si amas a Dios, ya no podrás establecer con angustia una diferencia entre la vida y la muerte, porque en Él estás y Él permanece incólume a través de todos los cambios.

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