Uno de los mitos más grandes que hay en la educación familiar es pensar que el tiempo libre es un tiempo para hacer nada. Y no es así. Es un tiempo para el ocio, no para la ociosidad. Y esto también vale para los fines de semana, por ejemplo.

Ojo, no estamos diciendo que tenemos que llenar a los chicos de miles de actividades y no dejarlos ni respirar. Sino que hay que tener claro que durante el tiempo libre, quizá bajo otra perspectiva y otras formas, el proceso de su formación continúa.

El tiempo libre sirve para educarse

“Entender el tiempo libre como ‘liberación’ de los principios y normas por las que uno rige habitualmente su vida es una contradicción, es incurrir en una doble moral y en una doble vida. Uno puede tomarse vacaciones con respecto a lo que hace (el trabajo), pero no con respecto a lo que es o con respecto a lo que cree o lo que ama”, dice Gerardo Castillo en su libro “La realización personal en el ámbito familiar”. Y es totalmente cierto. Si queremos cultivar, por ejemplo, la virtud del orden, no podemos decir que somos ordenados en la oficina, pero en la casa no. E igual creernos ordenados. O se es o no se es. Por eso, ¿queremos hijos ociosos o que se emborrachen todos los fines de semana? Entonces tampoco podemos poner límites al respecto solo en tiempo escolar. ¿O creen que si toman alcohol solo en verano no van a querer hacerlo después? Desde la época de Aristóteles se entendía el ocio como un tiempo para descansar del trabajo pero para aprender, cultivarse interiormente y desarrollar la personalidad.

Algunas pautas

La educación del ocio es un asunto muy amplio. Podemos escribir libros completos sobre cómo puede influir el uso del tiempo libre en las personas y hasta tratados históricos sobre el tema. Sin embargo, lo importante es tener claro cuál es el papel que jugamos los padres inicialmente en este usar el tiempo libre de nuestros hijos y entender que de esta área educativa depende mucho si nuestro hijo será una persona sin límites, incapaz de plantearse y conseguir sus objetivos, a quien lo único que le importa es “divertirse”, o será una persona con valores, buenos hábitos y capaz de conducir su vida con orden y responsabilidad. “El tiempo libre no es un tiempo “neutro”. Influye siempre en las personas que lo utilizan. Influye para bien o para mal, según sea la forma de plantear este tiempo. Después de un fin de semana o de unas vacaciones de verano, las personas no son las mismas, cambian (mejoran o empeoran “como personas”, se enriquecen o se empobrecen”), dice Castillo. “Muchos adolescentes plantean el fin de semana solo como “movida”. Estos jóvenes no son dueños de su tiempo libre; no eligen libremente la forma de llenar ese tiempo, sino que se limitan a hacer lo que hace la mayoría o lo que dicta la moda del momento. Y eso que “hacen” consiste en no hacer nada, confundiendo el ocio con conducta ociosa”.

Pero no todo es responsabilidad de los adolescentes. Los padres somos los responsables directos de su educación en todos los aspectos y, con respecto al ocio, no podemos esperar a que no venga a dormir una noche a la casa para preocuparnos. “La responsabilidad de los padres en el tema del tiempo libre no se limita a poner los medios ante posibles peligros de tipo físico y de tipo moral. (…) Los hijos necesitan (antes de la edad adolescente) aprender a descansar, aprender a jugar, aprender a divertirse, aprender a celebrar una auténtica fiesta. Y es muy difícil que obtengan estos aprendizajes sin la orientación y sin los buenos ejemplos de los padres”, dice el autor.

Así, nuestra responsabilidad no está sólo en preocuparnos en que vayan al colegio y que tengan una clase extracurricular de deporte. Está en enseñarles a nuestros hijos a usar productivamente un tiempo que no tiene un marco de acción definido como sí lo tiene, por ejemplo, el tiempo escolar. El tiempo es un bien escaso como para desperdiciarlo en asuntos sin importancia. Enseñemos a nuestros hijos —también con el ejemplo— a valorarlo.

Fuente: La Mamá Oca

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