El Encuentro de Oración por la Reconciliación Nacional en el Parque Las Malocas de Villavicencio coronó la segunda jornada de la visita pastoral del Papa a Colombia, centrada en la violencia que durante décadas ha sido un cáncer para el país, aún no enteramente resuelto.
Si por la mañana Francisco beatificó como mártir (además del Cura de Armero, Pedro María Rodríguez, asesinado por seguidores liberales en 1948) a Jesús Emilio Jaramillo, obispo de Arauca, asesinado por todavía activa guerrilla comunista del ELN (Ejército de Liberación Nacional) en 1989, por la tarde escuchó y aplaudió el testimonio de cuatro personas relacionadas con ese conflicto, como actores (guerrilleros o autodefensas) o como víctimas.
Pastora Mira García contó su historia, marcada de principio a fin por la violencia contra sus seres queridos. De niña, antes del conflicto ocasionado por la guerrilla, perdió a su padre en un asesinato, y años después cuidó al asesino, al encontrarlo anciano y abandonado. Tiempo después, fueron asesinados su primer esposo y dos de sus hijos, ambos a manos de los paramilitares. Se dio la circunstancia de que acogió, herido, al asesino de su hijo menor, quien al ver las fotos confesó formar parte del grupo que lo había matado.
Y afirmó: “Doy gracias a Dios que, con la ayuda de Mamita María, me dio la fuerza de servirle sin causarle daño, a pesar de mi indecible dolor. Ahora coloco este dolor y el sufrimiento de las miles de víctimas de Colombia a los pies de Jesús Crucificado, para que se una al suyo y, a través de la plegaria de Su Santidad, sea transformado en bendición y capacidad de perdón para romper el ciclo de violencia de las últimas cinco décadas en Colombia”.
Consuelo en la Eucaristía
Deisy Sánchez Rey, tenía 16 años cuando fue reclutada junto a su hermano por el grupo paramilitar Autodefensas Unidas de Colombia (AUC): “Por 3 años hice parte del conflicto armado hasta cuando fui capturada. Después de más de dos años de estar privada de mi libertad a causa de mis decisiones equivocadas quería cambiar de vida”, expresó la joven.
Deisy contó que estar cerca de la Iglesia y de la Eucaristía le brindó “consuelo y una orientación para el futuro”. Tiempo después decidió estudiar psicología y ahora ayuda a la población víctima de la violencia, jóvenes vulnerables y adultos en rehabilitación por consumo de drogas.
Ex terrorista de las FARC
Juan Carlos Murcia formó parte durante doce años de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y perdió su mano izquierda manipulando explosivos: “Al pasar el tiempo me di cuenta de que estaba equivocado y tomé la decisión de reintegrarme a la vida civil, inspirado por el deseo de comenzar un nuevo proyecto de vida junto con mi esposa y mis tres hijos, que en ese entonces contaban con 1, 2 y 5 años de edad”.
Finalmente explicó que al detectar las carencias en su comunidad decidió poner en marcha una fundación para el desarrollo a través del deporte como forma de “prevenir el reclutamiento infantil y los actos delictivos”.
Superó el odio por sus lesiones
Luz Dary Landazury estuvo a punto de perder la pierna izquierda en 2012 al ser víctima de la explosión de un artefacto puesto por la guerrilla. Pero cuenta que lo que más le dolió fue ver a su hija de siete meses, que sobrevivió, cubierta de sangre.
Su recuperación física requirio más de dos años, durante los cuales tuvo que luchar contra el odio que la invadía y que consiguió vencer: «Frente a las emociones, las integro a mi vida, no las dejo atrás, las acojo porque ellas me han servido para encontrar paz”, explicó. Cuando superó el odio con el perdón, decidió entregarse a ayudar a otras personas víctimas de atentados semejantes.
«Desearía llorar con ustedes»
Según recoge Aciprensa, tras escuchar estos testimonios, Francisco tomó la palabra para expresar su «conciencia clara de estar» en una tierra «regada con la sangre de miles de víctimas inocentes y el dolor desgarrador de sus familiares y conocidos».
«Si me lo permiten», continuó, «desearía también abrazarlos y si Dios me da la gracia, porque es una gracia, desearìa llorar con ustedes, quisiera que recemos juntos y que nos perdonemos (yo también tengo que pedir perdón) y que así, todos juntos, podamos mirar y caminar hacia delante con fe y esperanza».
Francisco hizo referencia al Crucificado de Bojayá, un Cristo que quedo mutilado entre los restos de la iglesia donde el 2 de mayo de 2002 decenas de personas que se habían refugiado en el templo fueron asesinadas por las FARC: «Ver a Cristo así, mutilado y herido, nos interpela. Ya no tiene brazos y su cuerpo ya no está, pero conserva su rostro y con él nos mira y nos ama. Cristo roto y amputado, para nosotros es «más Cristo» aún, porque nos muestra una vez más que Él vino para sufrir por su pueblo y con su pueblo; y para enseñarnos también que el odio no tiene la última palabra, que el amor es más fuerte que la muerte y la violencia».
Dirigiéndose a las cuatro personas que habían hablado, Francisco confesó su emoción: «Estoy conmovido. Son historias de sufrimiento y amargura, pero también y, sobre todo, son historias de amor y perdón que nos hablan de vida y esperanza; de no dejar que el odio, la venganza o el dolor se apoderen de nuestro corazón».
«Gracias, Señor», añadió, «por el testimonio de los que han infligido dolor y piden perdón; los que han sufrido injustamente y perdonan. Eso sólo es posible con tu ayuda, con tu presencia. Eso ya es un signo enorme de que quieres restaurar la paz y la concordia en esta tierra colombiana».
Tras agradecer también individualizadamente los cuatro testimonios a sus protagonistas, con algún comentario personal, Francisco recordó los tres conceptos que deben guiar ese proceso de reconciliación: «La verdad es una compañera inseparable de la justicia y de la misericordia. Las tres juntas son esenciales para construir la paz y, por otra parte, cada una de ellas impide que las otras sean alteradas y se transformen en instrumentos de venganza sobre quien es más débil».
Posteriormente rezó una oración ante el Cristo Negro de Bojayá, uno de cuyos pasajes invitaba a reintegrarle simbólicamente sus miembros:
«Oh Cristo negro de Bojayá,
haz que nos comprometamos
a restaurar tu cuerpo.
Que seamos tus pies para salir al encuentro
del hermano necesitado;
tus brazos para abrazar
al que ha perdido su dignidad;
tus manos para bendecir y consolar
al que llora en soledad».
Fuente: Religión en libertad