(Himno como en el primer día)

Meditación

Del modo como el Espíritu Santo vino sobre los
Apóstoles el día de Pentecostés

PUNTO PRIMERO.- Diez días después de su Ascensión cumplió Jesucristo la promesa hecha a sus Apóstoles, de enviarles el Espíritu Santo. Cuando se cumplían los días de Pentecostés, dice San Lucas, estaban todos congregados en un mismo lugar. Y vino de repente un estruendo del cielo, como de viento impetuoso y llenó toda la casa en donde estaban sentados y aparecieron unas lenguas repartidas, como de fuego, que reposaron en cada uno de ellos, y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en varias lenguas, según el Espíritu Santo hacía que hablasen.

He aquí la sencilla historia, referida por San Lucas, del asombroso acontecimiento que transformó a los Apóstoles, de rudos, ignorantes y carnales, en hombres espirituales, elocuentes y consumados en sabiduría, santidad y celo; capaces de transformar el mundo y de cambiar la faz de la tierra.

Nosotros celebramos hoy el aniversario de ese acontecimiento, no sólo recordando su memoria, como sucede cuando celebramos otras festividades, sino esperando se repita en nosotros. Así, esta solemnidad es muy distinta de las demás; pues en aquellas damos gracias a Dios por los misterios pasados, y que no subsisten más que en sus efectos; mas en la de Pentecostés, solemnizamos además un misterio que se renueva continuamente en la Iglesia y que se reproducirá en el alma de los fieles hasta el fin del mundo. Podemos, pues, pedir y esperar, en virtud de los méritos de Jesucristo y con la misma confianza de los Apóstoles, la venida del Espíritu Santo sobre nosotros y comunicación de sus dones; si no en toda la extensión con que ellos lo recibieron, porque no tenemos su misma misión, sí en cuanto convenga al bien espiritual de cada uno.

PUNTO SEGUNDO.- Vino con estruendo y como viento impetuoso. Como viento o aire, porque el Espíritu Santo obra por inspiración, dándonos la vida espiritual de la gracia, y así Jesucristo sopló sobre sus Apóstoles cuando les dijo: Reciban el Espíritu Santo. Como viento vehemente, para significar el ímpetu y fervor con que mueve a las obras de virtud; con fuerza, pero no fuerza que violenta, sino suave y amorosa, que hace obrar con grande gusto y espontaneidad, con esa prontitud enemiga de la tibieza y pereza, pues como dice San Ambrosio: “La gracia del Espíritu Santo no admite tardanzas”

Ese viento vehemente causó un estruendo que se oyó en toda la ciudad, para significar que la venida del Espíritu Santo hace en los justos y por ellos tales obras, que tienen resonancia en todo el mundo, por el admirable ejemplo de su vida, a veces por sus milagros, y sobre todo, por la fuerza de su predicación, como se vio en los Apóstoles de quienes fue dicho en toda la tierra se oyó su sonido y en los confines de ella se oyeron sus palabras.

PUNTO TERCERO.- Apareció en forma de fuego, para significar que, así como el fuego purifica, alumbra, enciende, sube hacia arriba y es muy unitivo, haciendo que todo se transforme en sí mismo, esto es, en fuego, así el Espíritu Santo, purifica las almas consumiendo la escoria de sus vicios y pecados, y apartando del oro de las virtudes las sustancias viles de las faltas e imperfecciones que suelen mezclarse con ellas. Alumbra los entendimientos con una luz sobrenatural, tan excelente, que hace ver con certeza las verdades y misterios de la fe. Enciende las voluntades con el ardor de la caridad, abrasándolas en el amor de Dios y de los prójimos. Levanta los corazones de la tierra a las cosas celestiales. Finalmente, enciende cuanto toca, comuni-cando a otros sus virtudes y asimilándoselos por la caridad.

Apareció por fin, en forma de lenguas, y no en forma de corazones de fuego, porque no se daba a los Apóstoles para que sólo ellos amaran y se convirtieran en fuego, sino para que con sus lenguas, movidas del divino Espíritu, predicaran al mundo la ley de Cristo y su muerte y pasión.

¿Vendrá el Espíritu Santo sobre nosotros el día de hoy, y obrará los maravillosos efectos que en los Apóstoles congregados en el Cenáculo? Pidámoslo con instancia y fervor, y no desoirá nuestros ruegos.

ORACIÓN

¡Espíritu divino; Espíritu vehemente, que eres todo fuego y todo amor! ¿Será posible que después de haber meditado las riquezas inefables que comunicas a quien te recibe dignamente, me quede yo tan indigente y miserable como hasta ahora he sido? ¿Esos incendios de amor divino que han derretido tantos corazones y que los han trasformado en hogueras purísimas, serán insuficientes para calentar, o para mover siquiera este corazón helado, corazón de roca? No sea así, Espíritu vivificador: muévate a piedad esta alma tan digna de tu compasión, esta alma redimida a costa del inmenso sacrificio de un Dios hecho hombre.

Si para obtener estas gracias es necesario orar, infúndeme el Espíritu de oración y ora Tú conmigo; si es necesario gemir por mis faltas y delitos pasados, Tú tienes gemidos inefables que robustezcan mi débiles peticiones e inclinen en mi favor las divinas misericordias; si por último, soy ignorante, vicioso y carnal, Tú puedes transformarme en un hombre del todo nuevo, como transformaste a los Apóstoles.

Ven, pues, oh Espíritu divino, y comience desde hoy para mi vida una nueva era, una era de gracia, como comenzó para el mundo que estaba sentado en las sombras y las tinieblas de la muerte.

Y después de haberte pedido estas gracias que tanto para mí necesito, te pido por la Iglesia, por el Sumo Pontífice, por el Episcopado, por la unión de los fieles entre sí, y por la de los que se han separado de esa unión, pidiéndote todo esto según las intenciones de nuestro Santísimo Padre el Papa, Para que unidos todos en el espíritu de unión y caridad, te alabemos y bendigamos en unión del Padre y del Hijo, durante el tiempo y por toda la eternidad. Amén.

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