Entro en contacto a menudo con personas que sufren porque su vida está determinada por otros. No pueden desarrollar confianza en sí mismas, porque lo demás se la sustraen.

Son criticadas constantemente por los compañeros de trabajo o por el jefe, y están bajo la influencia de un vecino maniático o de una tía insatisfecha. A quien me pide consejo trato de mostrarle el espacio de la quietud que está en él. Y le animo a imaginar que allí ninguna fuerza tiene poder sobre él. Lo que el vecino piensa de él no puede entrar en ese lugar. Lo que los demás dicen de él, sus críticas, su rechazo, sus pretensiones, sus expectativas…todo ello no tiene ningún acceso a ese lugar. En la esfera emocional soy sensible a las críticas de los demás y me siento afectado por ellas. Pero detrás de esa esfera se encuentra este espacio de quietud, donde aquellas no pueden entrar. Si pienso en ese espacio, experimento una sensación de libertad. En ese lugar de quietud puedo respirar a pleno pulmón; en él no estoy determinando por los demás, ni tampoco por mis expectativas, ni por los plazos de tiempo que me impongo.

En una ocasión impartí un curso para consejeros matrimoniales sobre la espiritualidad y counselling. En él trate de transmitir a los psicólogos que en la espiritualidad en el counselling no significa pronunciar palabras piadosas, sino introducir a las personas en su verdadera esencia, en su dignidad inviolable, en el espacio de la quietud. Algunos consejos habían declarado que, con frecuencia, es imposible ayudar de manera eficaz a una pareja bloqueada, aunque se usen los mejores métodos de comunicación. Una esposa puede sentirse tan herida, que ni si quiera es posible dialogar con ella. O un esposo puede sentirse tan radicalmente rechazado, que se siente incapaz de decir una palabra a su compañera. Entonces puede ser útil conducir al cónyuge a este espacio interior, un lugar invulnerable y sano, en donde el otro no tiene acceso, donde las heridas y el rechazo no pueden entrar, donde cada uno descubre su dignidad intangible. Ya la misma idea de este lugar interior puede trasmitir, en medio del rechazo más completo y la herida más profunda, una nueva autoestima, una dignidad que nadie puede arrebatar.

Una vez vino una mujer que se sentía continuamente atormentada por su jefa. Durante la cena con su marido solamente era capaz de hablar de la jefa insoportable, que convertía su vida en un infierno. Le dije: yo no daría a mi jefa el honor de permitirle que me amargue la cena. No permitas que entre a tu causa, deberíamos servirnos de ella para alejarnos de quienes nos acaparan nuestra atención permanente, para expulsarlos fuera de nosotros. Algunos piensan que esto no seria cristiano es el perdón. Pero el perdón viene siempre después de la ira y no antes de ella. Si quien me ha herido permanece aun en mi corazón, el perdón no es más que masoquismo, pues lo único que hago de este modo es herirme. Solo cuando me he distanciado de quien me ha herido, cuando lo he alejado de mí, puedo perdonar verdaderamente, sabiendo que quien me ha ofendido no es más que un niño herido.

Alejar al otro de mi es solamente el primer paso para percibir en mí el espacio de la quietud: de este modo es posible defender este lugar interior frete a todos aquellos que quieren entrar él por la fuerza. Pero la defensa por sí sola no basta: en la meditación tengo que despedirme interiormente de todo aquello que me preocupa excesivamente, de las personas que acaparan mi atención, de mis pensamientos y proyectos. Debo hacer completo silencio y escuchar atentamente en mi interior e imaginar que hay en mí un misterio que me supera. Si escucho dentro de mí, no solo encuentro mi historia personal y mis problemas, sino que descubro, por debajo de este nivel, un espacio de quietud, un lugar donde Dios, que es el misterio habita en mí. Y allí donde Dios, el misterio, habita en mí puedo estar realmente en casa. Allí intuyo una profunda paz en mí. Allí sé que, por debajo del ruido cotidiano y de la confusión interior, hay un espacio de quietud.

 

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