Quejarse es uno de los siete hábitos mortales. Los otros son: castigar, culpar, amenazar, perseguir, criticar y sobornar. Como la mayoría de los hábitos, lo aprendemos en nuestra infancia, de personajes significativos en nuestra vida. Después tendemos a reproducir ese hábito, quejándonos continuamente, ya sea con nosotros mismos o con los demás.
Ojalá nuestra queja o las quejas de los demás fueran suficiente para lograr cambios. Sin embargo, parecería que estamos genéticamente programados para resistir cuando alguien nos trata de obligar a hacer algo que no queremos. Tal vez el hábito sea más pronunciado en una persona que en otra; pero al reconocer lo que estamos haciendo (quejarnos) y aprender a aceptar las cosas o a las personas como son, podremos convertir nuestras relaciones en algo más que una lucha de poder que hace sufrir a todos los involucrados.
En muchas ocasiones es más fácil cambiar nuestra percepción de algo o nuestra expectativa que quejarnos. Por otra parte, hay cosas en la vida de las que no podemos quejarnos, pues detrás de cada evento hay aprendizaje, evolución, transmutación y muchas cosas más.
Pongamos por ejemplo a nuestras grandes maestras de vida: la enfermedad, la muerte y la soledad. Ante ellas no hay queja que tenga validez. Cada uno necesitamos enfrentar y asumir nuestras vivencias, esas que forman parte de la vida y que si logramos aprender de ellas se convierten en experiencia y sabiduría.
¿Para qué?
Algo que podemos hacer ante cada situación que nos genere y dispare el hábito de quejarnos sería preguntarnos no sólo ¿por qué?, sino ¿para qué?, ¿para qué nos va a servir quejarnos? Responder esta pregunta nos puede hacer ver el verdadero sentido de las cosas.
Hay ocasiones en las que presentar formalmente una queja nos sirve para cambiar una situación injusta, pero siempre hay que reflexionar si quejarnos resultará útil o si sólo alimentará un círculo vicioso.
Quejarse no debe confundirse con la crítica constructiva a través de la cual le hacemos saber a alguien que ha cometido un error o que tiene alguna deficiencia, de modo tal que pueda mejorar. Abstenerse de quejarse no necesariamente significa soportar malas conductas o actitudes. No hay nada malo en decirle al mesero que nuestra sopa está fría y que necesita ser calentada, pero es mejor hacerlo de un modo respetuoso, en lugar de decirle: “¿Cómo te atreves a darme la sopa fría?”, utilizando un estilo mordaz en la queja.
Will Bowen, dentro de su comunidad en Kansas, en julio del 2006, propuso el “reto de los veintiún días” con el propósito de ayudar a eliminar cualquier rastro de queja, volver a empezar. El que logra erradicar el hábito de quejarse habrá hecho de su vida un paraíso, con salud, mejor ánimo, relaciones más favorables, mayor autoestima, etc. Será una persona más feliz, al vivir más en sintonía con el universo.
Círculos viciosos
Cuando criticamos, nos quejamos o juzgamos, estamos emitiendo una energía discordante que por “ley de atracción”, será devuelta a nosotros pero multiplicada, ya que nuestra acción negativa alimenta aquello de lo que nos quejamos y lo hace más grande.
Con la queja nos conectamos con campos de baja energía que nos debilitan, haciéndonos más vulnerables a enfermedades, conflictos sociales y carencias. Por el contrario si hablamos con gratitud y bendecimos, nos conectamos con campos de alta energía creando una resonancia muy positiva a nuestro alrededor.
Está comprobado que nuestros pensamientos y emociones influyen sobre nuestro cuerpo; provocan reacciones bioquímicas y pueden generar adicción. Y precisamente es el motivo por el cual buscamos experimentar reiteradamente cierto tipo de situaciones que cubrirán el ansia bioquímica de las células de nuestro cuerpo, provocándonos una satisfacción momentánea, pero que a mediano y largo plazo nos provocan multitud de efectos no deseados y alimentan círculos viciosos.
Aprendamos a generar círculos virtuosos
El experimento de los veintiún días –mencionado anteriormente– parte de que ese tiempo será suficiente para dejar el hábito de la queja y formar el nuevo hábito de la gratitud.
De manera consciente y voluntaria podemos generar en nuestra vida una corriente alternativa positiva, incluyendo en ella hábitos como pueden ser: el canto, la danza, la lectura, el contacto con la naturaleza, etc. El simple hecho de disfrutar profundamente oliendo una flor, mantener diálogos positivos con quienes nos rodean, ver películas propositivas, leer buenas revistas, comer alimentos sanos, o respirar profundamente, es decir, tomar decisiones conscientes y hacer elecciones que sabemos que pueden modificar nuestro ser, incluso a un nivel molecular, conduciéndonos a establecer círculos virtuosos y no círculos viciosos.
Dependiendo del tipo y cantidad de hábitos beneficiosos que adquiramos, podemos demorar semanas o meses en erradicar las “células adictas”. Esto resulta esperanzador. Básicamente es una cuestión de conciencia, elección y voluntad. Se trata de querer ser felices aquí y ahora