Un pregón de Adviento
Con este manifiesto quedáis todos convocados a la esperanza que nos trae el Adviento. Sí, ya viene. ¿Qué viene? ¿Quién viene? Los hombres desconfían de su destino, del porvenir, de lo que se les viene encima. Por el contrario, el Adviento es el jubiloso anuncio de lo que viene, de quien llega, del objeto ignoto de la esperanza de los hombres. ¿Qué esperan los hombres? Esperan lo que no tienen: la vida digna que se esfuerzan en alcanzar, constatando su incapacidad para lograrla. Pero, entonces, ¿quién es el que viene? Viene el “Viniente”, el que vive para siempre, el Dios amigo de la vida. Viene el que ya vino en la carne humana de Jesús de Nazaret, el que mostrará su gloria, que no es otra que el hombre alcance el objetivo de su esperanza, o sea, la vida.
El Adviento es el tiempo que los cristianos disponemos, como preámbulo a la celebración del misterio de la humanización de Dios en Jesús, para alentar nuestra esperanza en su venida definitiva, en su Parusía. ¿Qué nos traerá el Señor en su venida que esperamos? No cabe duda que traerá lo que trajo: la salvación, la vida eterna para que el hombre la viva abundantemente. Pero eso ya lo tenemos en virtud de la fe en él que profesamos, nosotros ya poseemos las primicias del Espíritu, ya estamos salvados, aunque sólo en esperanza. Esa esperanza en la que ahora vivimos, lo que no vemos y esperamos, pero sí conocemos, eso es el contenido luminoso de este pregón de Adviento. Esperamos para nosotros lo que tenemos en esperanza y ya conocemos, pero, sobre todo, esperamos para todos lo que ellos esperan y no tienen ni conocen. Es obvio que con nuestras solas fuerzas no llegamos a hacer partícipes de nuestra esperanza a todos los hombres. El mundo vive errado y aturdido entre luces de neón y villancicos almibarados, un consumo compulsivo que no sacia y una paz efímera que nunca se firma. Nosotros esperamos, por nosotros y por todos, que la humanidad, junto con toda la creación, sea liberada de todas sus servidumbres y reciba la visita del “Viniente” que trae para todos la gloriosa libertad de los hijos de Dios.
Éste es mi pregón de Adviento que os llama a la esperanza compartida, a la espera anhelante, velando por el que llega y por aquéllos a los que llega. Que él os encuentre en vela y os colme de gracia y de paz. Amén.
- Primera lectura: Is 2, 1-5
– Visión de Isaías:
Al final de los días
estará firme el monte de la casa del Señor.
Hacia él confluirán los gentiles,
caminarán pueblos numerosos.
Él nos instruirá en sus caminos;
de Sión saldrá la ley,
de Jerusalén la palabra del Señor.
No alzará la espada pueblo contra pueblo,
ni se adiestrarán para la guerra.
– Caminemos a la luz del Señor.
La visión del profeta se proyecta sobre el futuro final, o sea, sobre el sentido actual de la existencia. La visión se transforma entonces en revelación: Dios garantiza al hombre su propia firmeza. Ante tal firmeza, se presenta la doble imagen del monte de su presencia y de la confluencia universal que asciende hasta él. ¿Cabe una visión más esperanzada y esperanzadora que ésta? Frente al desvarío general actual, se nos promete un camino que conduce a la paz. Tal paz no llegará sin que la justicia universal se imparta, cuando la ley dará paso a la Palabra. La conclusión que se desprende es la exhortación a la esperanza de poder caminar a luz del Señor que es Cristo.
Todo oráculo profético, si es interpretado cristológicamente, contemplando la Cruz sobre el monte de Jerusalén, abre la perspectiva de la esperanza cristiana que contempla la llegada del Dios que viene en la Parusía del Señor, al que nosotros ya reconocemos por la fe en su venida en la carne humana de Jesús. La escatología cristiana, entonces, más que de un final, de lo que habla es de un comienzo que lo renovará todo. Eso sí, los que tienen los días contados, que no nos quepa ninguna duda, son los instrumentos de guerra de los hombres. La paz no sólo es posible, está garantizada por el Shalom prometido por Dios, que será la bendición de una existencia digna para todos.
- Segunda lectura: Rm 13, 11-14
– Daos cuenta del momento en que vivís;
ya es hora de espabilarse,
nuestra salvación está más cerca.
– Dejemos las actividades de las tinieblas
y pertrechémonos con las armas de la luz.
– Conduzcámonos como en pleno día,
con dignidad.
– Vestíos del Señor Jesucristo.
La ética cristiana, que se alimenta de su esperanza, es una llamada a la responsabilidad ante la existencia de todos. Porque hemos sido salvados ya en esperanza, nuestra conciencia de la salvación universal que llega, que se acerca, despeja dudas, disipa oscuridades e ilumina la andadura vital del creyente. La ética perseguida por el cristiano está cifrada como la propia dignidad humana que todos merecen, pero cuya carencia manifiesta viene expresada por la torpeza y la agresividad que caracterizan la provisionalidad de todo en la vida de los humanos. La esperanza del cristiano, templada y sostenida por su búsqueda del bien que Dios es, queda toda ella revestida de Jesucristo, es decir, es vida participada “en Cristo”, a la que todo creyente es permanentemente llamado.
- Evangelio: Mt 24, 37-44
– Lo que pasó en tiempos de Noé,
lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del Hombre.
– Estad en vela,
porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.
– Estad también vosotros preparados.
Palabras enigmáticas que pertenecen al Discurso apocalíptico, puesto en boca de Jesús por Mateo. Al leerlas, lo que sí podemos decir es que la escatología cristiana tiene como protagonista a Jesús, el Hijo del Hombre. Todos los adornos literarios de la apocalíptica judía de su tiempo, tan difíciles de comprender para nosotros hoy, palidecen ante la promesa de su venida, de la Parusía. La advertencia de Jesús está dirigida a la toma de conciencia de lo relativo que es todo; los vaticinios y revelaciones que se puedan hacer acerca del final no valen nada.
Vivimos en un mundo que tiembla ante la posibilidad de su inminente hecatombe. A los hombres de hoy todo se les antoja peligroso y letal. Cada vez se sienten más amenazados por las enfermedades, por el calentamiento global, por el terrorismo, por todo. Y luego está la prisa por vivir, por no perder el tiempo, por abarcarlo todo.
Si comparamos ahora las predicciones fatalistas que nos rodean desde todos los campos con las palabras de Jesús, convendremos entonces que su mensaje no es nada amenazante ni catastrofista; sólo pide vigilancia, cordura, mantenerse firmes en una relación personal con él. Eso es lo que quiere decir: “Estad en vela”. Es verdad también que sus palabras no desmienten los peligros a los que la humanidad se encuentra sometida, aunque sostienen la esperanza de la venida del Hijo del Hombre, o sea, su Parusía.
“Cuando venga el Hijo del Hombre” es una expresión que resume todo el contenido de la esperanza cristiana. Supone la reserva escatológica del don de Dios que está pendiente pero garantizado ya por el misterio pascual de Cristo. Estar preparados y en vela significa ser capaces de saber qué esperamos en cada momento. Éste es un ministerio que los cristianos hemos de ejercer en nombre de todos los hombres nuestros hermanos. Esperamos la vida para ellos, aquí y ahora, en paz y sosiego, con la bendición del amor mutuo, la fortaleza en el trabajo, pero, sobre todo, esperamos la justicia para los inocentes y para los culpables. Sí, esperamos que nada quede como está ahora. Nosotros sabemos que el designio de amor del Padre es compartir su vida con los hombres y formar con ellos una familia. “Cuando venga el Hijo del Hombre” todo eso quedará establecido definitivamente para todos.
Canto de los que esperan esperanzados I
La vida que todos esperamos,
la esperanza que todavía no alcanzamos,
el don que viene de mano del “Viniente”,
es el canto que esperanzados cantamos.
Es una venida que ya se realizó
en la carne humanada de Jesús,
pero es la venida pendiente en gloria
para la salvación de todos.
Es la esperanza de lo que no vemos,
pero que por la fe ya conocemos;
se nos da en el rostro humano de Jesús,
imagen fiel del Dios amigo de la vida.
Uno de los nuestros, Jesús,
es el objeto aún desconocido
de la esperanza que los hombres
con incansable anhelo persiguen.
Todos los hombres y mujeres esperan
poder llegar a ser gentes de bien;
y Jesús es el modelo y artífice
de su esperanza de plenitud.
La esperanza de todo hombre es personal,
pero su realización ha de ser universal;
todos experimentan un objetivo común,
y en cada uno un fruto nuevo dará.
El signo de su consecución es la paz,
la paz que no hay, la paz que no se hace,
la paz que todos pregonan y nadie da.
Es la paz laboriosa que está por llegar.
Esperamos la dignidad de hombres de bien
que con sobriedad vamos gestando,
a la luz de la Palabra, en vela constante,
con la cautela de nuestra esperanza.
¡Ay, que todavía esto no es!
Aunque la esperanza anuncia su llegada.
Ya se siente, su luz ya se vislumbra.
La paz de los hombres la cantan los ángeles del cielo.