Esta pregunta es difícil responderla porque nuestra época se caracteriza por la sobreabundancia de filosofías ligeras, por religiones en las que el esfuerzo y el sacrificio están fuera del verdadero sentido de la vida, y los principios parecen no ser más que un estorbo.

Hablar de principios es sumamente complejo, pues se trata de aspirar a llegar al núcleo específico que tienes tú como mujer: tu corazón.

Una mujer de principios es la que tiene claro cuales son los fundamentos de su existencia, en definitiva quien tiene clara cual es su identidad y desde esa identidad proyecta toda su vida para realizarla con mucha coherencia. De analizar quien soy yo, porqué actúo de cierta manera, etc. Los principios no son una serie fría de normas que de modo inflexible rigen toda la existencia. Si no se quien soy, no podré ser coherente con ello. Por eso tener clara la identidad. Si no sé lo que es ser una mujer cristiana, o una esposa, o una madre, ¿cómo voy a ser coherente con ello?

Como el cuento del patito feo, que no sabe quien es y por eso vive traumado, hasta que descubre que es un hermoso cisne…

Los principios son los ejes desde los cuales la persona crece y se desarrolla en todos los ámbitos, sin perderse a sí mismo en medio de las diversas circunstancias de la vida.

Una mujer de principios se caracteriza por tener convicciones profundas, que no ceden ante la moda o presión de la sociedad en la que se mueve. Un ejemplo de la conducta de estas mujeres fueron las vidas de Juana de Arco, Teresa de Ávila, Dorothy Grey, Edith Stein, Teresa de Calcuta. Eran mujeres de oración y de temperamento recio cuando era necesario, mujeres profundamente enamoradas de su Dios y comprometidas con lo trascendente y con los demás. Por ello, una mujer así, no le tendrá miedo a la renuncia cuando esta sea necesaria, o al sacrificio cuando haya que echar mano de él. No le tendrá miedo a la opinión del mundo que le rodea, ni actuará por el aplauso o la burla.

Ser un «hombre -mujer- de principios» es difícil, pero no hay otras alternativas para el hombre del Reino llamado a ser coherente con su fe, fiel a la palabra dada, enviado a una misión difícil en medio de un mundo materializado. Pídele, pues, mucho a Jesucristo que te dé la fortaleza para vivir así, imitando su ejemplo: «Yo siempre hago lo que me manda el Padre» (Jn 8, 29) Eso es vivir de principios, y Getsemaní es un ejemplo hiriente de la coherencia de Cristo en esta afirmación (cf. Lc 22, 39 ss.). (CNP 16 de junio de 1979)

En una mujer de principios sus convicciones son prácticas, es decir, que en su forma de ser no hay actitudes demasiado extraordinarias. Ella está en el mundo de una manera natural, como todos los demás, pero con un sentido de integridad diferente, pues no son las circunstancias las que le marcan su estilo de vida, sino que sabe interpretar las circunstancias para ser fiel a sus principios.

No puedo vivir de las circunstancias pero tampoco al margen de ellas. Hay etapas que nos marcan mucho, pero no por eso es un problema. Una mujer de principios no es alguien quien borda en el aire, las circunstancias de la vida son la tela sobre la que se borda. Adaptarse a cada momento de la vida, de los hijos, del matrimonio, etc. Ej: una mujer de principios que acaba de dar a luz no puede pretender orar como Santa Teresa de Jesús, pero aunque sea una Avemaría, si es mujer de principios, puede rezar.

Una mujer de principios tiende a ser una gran líder pues sus convicciones son reales, las cree, las vive, las transmite y enseña a otros. Sabe con prudencia y moderación mostrar respetuosa y claramente a los demás el camino que lleva a la felicidad que ella misma ha encontrado con sinceridad y humildad.

La mujer de principios es aquella que se ha dado cuenta de es absolutamente necesario vivir de una forma contemplativa en medio del mundo, para cristianizarlo. Mujer de oración. Por eso busca en la medida de sus posibilidades el ser coherente, pero no desde la autosuficiencia, como si los principios de los que se alimenta fueran de su propiedad, sino desde la sencillez de Dios, de la fortaleza que da el estar cerca de Dios para dar testimonio y no temer la contradicción o el rechazo, pues sabe que el fruto no depende de ella, sino de Dios. Mujer de Dios.

En este sentido la oración será una muy importante fuente para descubrir y arraigar los principios en nosotros. Los principios no serán unas verdades frías de la mente, sino que nacerán del corazón que quiere llegar a Dios y darlo a conocer en los diversos ambientes en los que se mueve. Sin ser contemplativa, “la mujer de principios” puede ser una autosuficiente o una soberbia.
Una mujer de principios tiene convicciones, y las fundamenta al saber el porqué las tiene, esforzándose por comprender la verdad que está detrás de cada una de su convicciones. Razones fundadas en la razón. Esto evita caer en el fanatismo. No vale “porque lo dice la Iglesia”, o “porque lo dice el Papa” o “porque así me enseñaron”. Por lo tanto, sus decisiones, no deben ser inseguras, arrebatadas o emocionales, sino nacidas de la verdad y del amor que se encuentran en cada una de esas mismas convicciones.

La fe y la razón son las dos alas que elevan el pensamiento humano (JP II)

¿Cuales son los principios rectores de la vida?

Ya hemos dicho que el primer principio es el amor que nace del encuentro con Cristo. Sin embargo el amor se desarrolla para nosotros en un arco iris de principios que brotan naturalmente. El primer principio es la esencia de toda la vivencia moral: haz el bien y evita el mal y esto tendría que iluminar de modo muy sencillo muchos momentos de nuestra vida. En el instante en que descubrimos que estamos haciendo el mal y seguimos haciéndolo, en ese momento estamos yendo contra el primero de los principios no solo morales, sino esenciales de nosotros mismos, pues comenzamos a destruirnos al orientarnos no hacia el bien sino hacia el mal de modo consciente.

Luego podríamos enumerar toda una serie de principios naturales que de algún modo se encuentran en las tablas de la ley de Moisés. Estas diez palabras o diez principios, no son sino la especificación de todo lo que de modo natural se encuentra escrito en la conciencia de los seres humanos.

En un tercer momento podríamos descubrir los principios que nacen del evangelio, estos principios los podríamos condensar en el mandamiento central de Cristo: Ámense los unos a los otros como yo los he amado.

Ahora bien, ser hombre o mujer de principios requiere una serie de elementos muy importantes para que estos principios no se corrompan. Es necesaria la capacidad de aplicar los principios a la vida, esto implica una conciencia que distingue con claridad los medios o los fines, los medios para lograr un recto fin, que en definitiva es la verdadera felicidad. Es necesaria la sabiduría para descubrir lo que implica la concreta vivencia de los principios en la vida diaria. Es necesaria la fortaleza para no dejarse vencer por las circunstancias adversas.

Por tanto cuestionarme:
¿En que cifro mi vida?
¿Cómo es mi experiencia de Cristo? ¿En que puede mejorar?
¿Están mis decisiones y mi vida basadas en los criterios de Cristo?
¿Estoy conciente de que en la medida en la que me apegue al plan de Dios sobre mi, seré más feliz?
¿Qué me mueve? ¿Cuál es el motivo de mi actuar?
¿Qué esfuerzos hago para vencer el mal con el bien?
¿Vivo mi vida, o “me vive la vida”?
¿A que dedico mi tiempo? ¿Qué tanto reditúa para la vida eterna?
¿Es el principio del amor el que rige mis relaciones con los demás? (marido, hijos, familia política, amigos, apostolado etc)
¿Cómo es mi coherencia de vida? (“si no actúas como piensas, fácilmente acabarás pensando como vives”)

Hacer un propósito concreto para este inicio del mes…
Basta que analicemos los diez mandamientos y encontraremos la verdad de lo que nos dice el catecismo de la Iglesia Católica: 962.La Ley antigua es el primer estado de la Ley revelada. Sus prescripciones morales están resumidas en los Diez mandamientos. Los preceptos del Decálogo establecen los fundamentos de la vocación del hombre, formado a imagen de Dios. Prohíben lo que es contrario al amor de Dios y del prójimo, y prescriben lo que le es esencial. El Decálogo es una luz ofrecida a la conciencia de todo hombre para manifestarle la llamada y los caminos de Dios, y para protegerle contra el mal: Dios escribió en las tablas de la Ley lo que los hombres no leían en sus corazones. [San Agustín]. 2067. Los diez mandamientos enuncian las exigencias del amor de Dios y del prójimo. Los tres primeros se refieren más al amor de Dios y los otros siete más al amor del prójimo. Como la caridad comprende dos preceptos en los que el Señor condensa toda la ley y los profetas…, así los diez preceptos se dividen en dos tablas: tres están escritos en una tabla y siete en la otra. [San Agustín]

Fuente: Catholic net

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