Angélica Cortés
En estos días en todo el mundo y especialmente en nuestro país vivimos con miedo. Sí, miedo a que la inseguridad siga extendiéndose cada vez más, miedo a que nuestros hijos o alguien de la familia se vea involucrado en las drogas o que sea lastimado por alguna circunstancia que se derive de esta realidad.
A través de los medios de comunicación, nos enteramos de las noticias internacionales, de las catástrofes mundiales y crece la alarma dentro de nosotros y de nuestro entorno. Muchas personas mirando hacia el futuro, se preguntan: ¿qué nos deparará el destino? ¿qué les espera a nuestros hijos? E imaginamos lo peor: guerras nucleares, actos terroristas y vemos un futuro desolador.
Lucas nos presenta las palabras de Jesús: “Habrá señales en el sol, en la luna, en las estrellas; y en la tierra los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas. Los hombres desfallecerán de miedo ante la expectativa de lo que sobrevendrá al mundo porque los astros se conmoverán”(Lc 21, 25 y ss). Y así nos imaginamos el fin del mundo, pero Jesús continua diciendo: “Cuando comiencen a suceder estas cosas, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque se acerca su liberación” (Lc 21,28)
Jesús nos dice que su llegada nos liberará del miedo. No debemos quedarnos en las catástrofes, sino que debemos levantar la mirada al cielo de donde venimos. Una mirada de fe es luz en la oscuridad, como la presencia de nuestros mártires en los campos de concentración. Ellos no se deprimieron ante las crueles circunstancias, ni las hambrunas que pasaron, ni las miserias; lo que hicieron fue transformar un mundo de muerte: se olvidaron de sí mismos y fueron capaces de consolar a otros infundirles confianza en Dios, de renunciar a su frugal comida que constituía todo su alimento, para darlo a quien más lo necesitaba, y hasta llegaron a dar su vida por el hermano en una muerte dolorosa.
En realidad en el fondo de nuestro corazón se encuentra el miedo a la muerte y de ahí derivan muchos de nuestros miedos.
Es lo que hizo comprender la beata Humbelina a su esposo Guido, para convencerlo de que no es que temamos tanto la muerte, sino lo que sigue después de la muerte: el juicio de Dios. Y lo hace comprender amorosamente que la única y mejor forma de corresponder a Dios es entregándose enteramente a su servicio y así toman una decisión: ella se va al convento de Cluny y él se va al Císter con san Bernardo.
Hoy te invito a “tener ánimo y levantar la cabeza” como nos dice Jesús, te reto a dar lo mejor de ti, a llenar tu vida de buenas obras, a acercarte a Dios a través de la oración en tu vida, y a buscarlo sinceramente, esto te llenará de paz y te fortalecerá para afrontar lo que venga sea lo que sea.
Es probable que no sea suficiente esta exhortación para deshacerte del miedo, pero sí puedes decirte a ti mismo: “No tengo nada asegurado de que viviré mañana, o de que la crisis empeore o de que mi negocio se venga abajo; pero confío en que Dios me tiene en sus manos, y nada pasará que Él no permita para mi bien. No sé cómo viviré el momento de la prueba, pero hay algo de lo que siempre estaré seguro: de que Dios estará conmigo y nada podrá pasarme”.
Ten presente a la Morenita del Tepeyac que te dice como habitante de estas tierras: “No se turbe tu corazón ni te inquiete cosa alguna. ¿No estoy yo aquí que tengo el honor y la dicha de ser tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No estás por ventura en mi regazo?…” y confía, Dios siempre tendrá respuestas y nada pasarás sol@ en esta vida.