Magdalena significa “de Magdala», ciudad que se situaba al norte de Tiberíades, junto al lago de Galilea, fue una mujer fascinante en la historia de la salvación, nos lo cuentan los Evangelios en diversas escenas.
Lucas nos la presenta como una mujer de la que habían salido siete demonios y pertenece al grupo que acompaña a Jesús (Lc 8, 1-2), permanece al pie de la cruz con la madre de Jesús (Jn 19,25), es a la primera a quien se aparece Jesús Resucitado (Jn 20, 1-2).
Más allá de identificarla en los textos bíblicos, debemos descubrirla como una mujer apasionada y valiente que se rindió al Amor; ella vio morir al que es la Resurrección y la Vida; y esperando contra toda esperanza fue recompensada llegando a ser la primer testigo de la Resurrección.
Nos narra san Juan que María lloraba junto al sepulcro creyendo que se habían llevado a su Señor, era la intensidad del amor que ardía en su corazón (1) la que no le permitía alejarse, por ello cuando ve a los dos ángeles que le preguntan la razón de su llanto, su respuesta es “porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”, con estas palabras quiere decir, se han llevado mi motivo de vivir, la razón de mi única felicidad, el alma de mi alma y si no le veo, si no le tengo, mi angustia es mortal.
Magdalena parece querer decir con san Juan de la cruz en el cántico: “no quieras enviarme de hoy más mensajero que no saben decirme lo que quiero”(2), después de esto viene el silencio, el silencio que da paso a la voz de la Vida, la tenue luz que se ve a la salida del túnel que un momento antes le había llenado de oscuridad y temor; la Vida le habla, ella se vuelve y lo ve sin mirarlo.
En ese momento la angustia y el llanto le ciegan aún para descubrirle, pero el Amor nunca se da por vencido, así que vuelve a hacerle la misma pregunta, “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?” y ella creyendo que es el cuidador, sin pensar le dice «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo» el amor no repara en lo imposible, busca incansablemente con el corazón deshecho, a tientas, un consuelo en su dolor; y es ahora cuando la ternura estalla al escuchar su nombre pronunciado como jamás nadie puede pronunciarlo “¡María!” es ahora cuando de las cenizas renace la vida, el canto y la belleza escondida en el dolor de su alma para dar lugar a la más genuina alegría que hace parecer la noche medio día “¡Raboní!” Y el amor se hizo un abrazo…
(1) Homilía de san Gregorio Magno