La vida del ser humano de hoy está envuelta por un sinfín de actividades: trabajo, hogar, escuela, relaciones sociales, necesidades que cubrir, entre otras. La persona puede estar saturada de actividades, que incluso no le alcanza el tiempo para realizarlas; ello le ocasiona preocupación, y en un momento el activismo se vuelve su mejor aliado, pues día a día se debe de enfrentar variadas situaciones que desestabilizan el equilibrio emocional y generan estrés. Se tiene tiempo para todo, pero se comete un grave error: “el ser humano se olvida de sí mismo”.

No solo es la falta de tiempo u organización, la que perjudica la homeostasis de la persona. Considerar lo que la sociedad actual ofrece: consumismo, materialismo, relaciones sociales superfluas, ruido, etc. Todo ello viene a ser una preocupación agotadora, que hace que la persona busque por los distintos medios alcanzar lo que este mundo ofrece. Se logra una aparente satisfacción, pero la realidad no es del todo placentera;  es agotador y a medida que pasa el tiempo el individuo puede buscar otras alternativas dañinas que en vez de ayudarle a analizar lo que le está sucediendo, lo hunden más.

En este momento se encuentra perdido, desesperanzado, lastimado, afectado. Si bien puede reaccionar… darse un minuto para sí, o por el contrario seguir huyendo de la realidad personal, refugiándose en el activismo o el “no tengo tiempo”.  Poco a poco se cae en la rutina, el desaliento, y la pérdida de sentido de lo que se vive. El ser humano se ocupa en tantas cosas, cae en lo banal y se olvida de sí mismo; ocasionándole sentimientos de tristeza, desesperación, angustia.

¿Dónde quedo el hombre?, ¿Qué está haciendo? La realidad es frustrante, cae en la crisis  y el sin sentido de vida. La respuesta es simple, la persona se ocupó de todo, quizá fue egoísta, pero se perdió a sí mismo.

Redescubrir “mi yo”, es tocar el fondo de la realidad que no se apreciaba, es aprovechar la crisis, analizar, aprender y crecer. Redescubrir “mi yo” es quitarse la venda de los ojos, sentarse un momento y respirar con calma. Cuando la persona aprovecha este espacio, inicia en ella una serie de cuestionamientos existenciales, ¿Quién soy?, ¿Qué busco?, ¿A dónde voy?, ¿Qué quiero para mi vida?, ¿Qué estoy haciendo?, ¿Qué podría hacer?, ¿Cuáles son mis metas y objetivos?, ¿De quién o quienes me he olvidado? Estas y otras muchas preguntas pueden surgir del interior de la persona en ese levantar la mirada y verse al espejo; pidiendo perdón a sí mismo por el error, por el olvido. Redescubrirse a sí mismo es, verse al fondo del alma, es realizar la propia introspección y sacar el fruto del parto espiritual. Tomarse el tiempo, tratando de recuperar el tiempo perdido.

Realizar un alto en la vida es necesario,  tanto, que incluso cuando no se identifica o se quiere ver la realidad, el cuerpo lo grita, gime y pide se le preste atención: a través del dolor, del agotamiento, la enfermedad. Darse un espacio en la vida alejados del bullicio, es permitirse a sí mismo la oportunidad de buscar nuevas alternativas de solución a lo que se está enfrentando, es buscar la calma perdida por el estrés. Un encuentro consigo mismo es abrazarse, amarse, dirigir la vida hacia el camino correcto, es encontrar el sentido de la vida.

 

Lic. Emma Monjaraz Anguiano

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