El anuncio de Jesús no es una promesa de facilidades para quienes le sigan. Ni tampoco un anuncio de seguridades.

Quizá no podamos ni imaginar la impresión que, entre los que seguían a Jesús, produjeron las palabras del Maestro cuando anunció la destrucción del Templo de Jerusalén.

Cada año, en este tiempo, leemos páginas del evangelio que nos hablan del futuro. Palabras que a veces nos son difíciles de comprender. Por el lenguaje, las comparaciones, el conjunto de un modo de hablar característico de entonces y lejano al nuestro. Y también difíciles porque son palabras enérgicas, duras, radicales.

Jesús es duro y radical

Jesús anuncia la victoria, anuncia su venida final para dar vida total. Pero al mismo tiempo un largo y difícil camino de lucha hasta llegar a la victoria. Es decir, el anuncio de Jesús no es una promesa de facilidades para quienes le sigan. Ni tampoco un anuncio de seguridades. El ejemplo que presenta el evangelio de hoy es muy significativo: el pueblo judío estaba seguro y satisfecho de su Templo, centro de su vida religiosa. Para aquel pueblo pobre y humillado, el Templo era su orgullo. Pero la palabra de Jesús es dura y radical: todo aquello será destruido.

Duras palabras, pero también es palabra de esperanza: por más que el Templo sea destruido, el camino del hombre hacia la salvación, hacia Dios, podrá continuar y continuará.

Por otro lado, la dificultad nace porque siempre hay quien pretende colocarse en el lugar de Dios. Ideologías, o gobiernos, o partidos, o personas y grupos sociales o religiosos que pretenden identificarse con el bien, que aseguran que son la victoria. Se ha de estar con ellos o contra ellos. Nos lo anuncia Jesús: «Muchos vendrán usando mi nombre diciendo ‘Yo soy’ o bien ‘el momento está cerca’; no vayáis tras ellos».

Quizá en nuestro tiempo -que no es ciertamente un tiempo de tranquilidad sino más bien de luchas y conflictos en toda la sociedad y también en la Iglesia- estas palabras de Jesús tienen una actualidad propia. No falta quien se alarma, quien se pregunta si no estaremos en un tiempo final de calamidades, hay quien piensa que se ha perdido todo y que vamos de mal en peor. Un poco sucede como si también nuestras seguridades, nuestras instituciones (como lo era para el pueblo judío su Templo), se resquebrajen sin que sepamos qué sentido tiene todo ello.

Pero Jesús anunció estos conflictos y estas luchas, no anunció paz y tranquilidad. Su paz está en el corazón del hombre, pero para esta paz es necesario luchar. Con tenacidad y esperanza, porque Dios está en esta lucha.

Pbro. Jacinto Rojas Ramos

IFCJ

 

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