Algo común en las familias cristianas es que desde pequeño se aprenda a dirigirse a Dios con el Padre nuestro y el Ave María, si fue al catecismo aprendió mucho más, pero son pocos los que llegan a profundizar en la oración y al llegar a la adolescencia la gran mayoría abandona las prácticas religiosas y todo aquello que en otro tiempo llenaba de alegría el corazón.

Es difícil en el tumulto de distracciones en el que se vive hoy tener un tiempo y un espacio de silencio para encontrarse con Dios, sin embargo esos gemidos inenarrables del que nos habla san Pablo en su carta a los Romanos sigue latente dentro de nosotros, el Amor y la Misericordia están a nuestra puerta y nos llama, y se hace presente de las formas más inesperadas: cuando te sientes triste e inexplicablemente sientes el alma abrazada en paz, cuando pareces absorta en el trabajo y de pronto alguien te sonríe y sin alguna razón sientes el corazón inundado de felicidad, cuando anhelas ver a alguien muy querido y gritas de emoción porque no lo esperabas en ese momento, cuando en un trance que creías sin salida llegó la solución deseada.

Así es el amor de Dios, en el libro Silencio en llamas nos dice el Padre Shanon que nunca podemos estar fuera de la presencia de Dios porque si Él no estuviese un sólo segundo en nosotros, simplemente no existiríamos; con esto deducimos que somos nosotros los que sí olvidamos que en toda circunstancia hay una Presencia Amorosa velando por nosotros, esta es la razón de las oraciones diarias en nuestra vida, Dios siempre va a estar al cuidado de mí, y en mi constante oración yo soy quien debe hacer conciencia y aceptar que el amor me envuelva.

Y mi oración no debe consistir en rezar formulas frías repetidas incesantemente, ya lo decía Santa Teresita que la oración es “un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada al cielo, un grito de reconocimiento y de amor, tanto en la tristeza como en la alegría”; es hacer lo que más me gusta y me apasiona respondiendo esa mirada llena de Amor y Verdad que me ha creado para ser feliz, es cumplir el deber de la mejor manera por más sencillo o difícil que éste sea.

Así que la próxima vez no olvides mirar al cielo y devolver esa mirada llena de amor, diciendo desde lo más profundo de tu corazón la constante oración: ¡Gracias y esto que hago va por Ti mi Dios!

IFCJ

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