“Queridos jóvenes, no tengan miedo del matrimonio: Cristo acompaña con su gracia a los esposos que permanecen unidos a él” les ha dicho el papa Francisco, encontrar el amor en la vida es un don del Señor, que viene acompañado del compromiso personal: «Sí, acepto» que conlleva buscar hacer feliz al otro. Les compartimos una bella y profunda reflexión en primera persona de una feliz joven en vísperas de su matrimonio religioso.
«He escuchado a mucha gente quejarse de ver a tantas personas cansándose y teniendo hijos, refiriéndose a éstos como personas retrógradas y faltas de libertad, «¡Qué prisa tienen en casarse, caray! » escucho esto a menudo.. y he aquí lo que yo pienso.
Los que hemos decidido casarnos, iniciamos este sueño mucho antes de conocer a nuestra pareja, tal vez a destiempo, pero todos iniciamos haciendo un discernimiento vocacional, y no precisamente profesional sino personal. Nos preguntamos a qué estábamos llamados en la vida, de qué manera podríamos trascender y acercarnos a nuestra meta de vida, unos le llaman plenitud y otros, como yo, le llamamos cielo/santidad.
En este proceso nos dimos cuenta de que nuestro llamado era A AMAR.. porque sólo amando llegaríamos a donde queremos. Y entonces nos preguntamos, ¿DÓNDE PODEMOS AMAR MÁS? Resulta que nosotros creímos que aprenderíamos a amar más en familia e iniciando con el apoyo de nuestra pareja, sabiendo que pueden haber dificultades, pero seguros de que en familia lograríamos algún día amar con un AMOR GENUINO, ese amor libre (sin ataduras, ni prejuicios, ni presiones), total (sin reservarnos nada para nosotros, dándolo todo, sirviendo y perdonando siempre), fiel (que no pierde confianza en el otro a pesar de todo) y fecundo (que da frutos palpables, que hace crecer y se manifiesta en el mayor don que es la vida).
De modo que al final no fue prisa por casarse, si no por empezar a aprender a amar, a realizarnos y a buscar nuestra plenitud y dejar huella a nuestra manera, según nuestro llamado muy personal. Y es haciendo uso de nuestra libertad que decidimos dejar de priorizar «mi trabajo, mis viajes, mi carro, mi vestir, mi mi mi… » para convertirlo en un yo que desaparece para que florezca lo mejor de otro, y en esta entrega y servicio hacer nuestros sueños realidad, nuestro espíritu más libre, y nuestra humanidad más plena y alegre.
¡No fue prisa, sino emoción por comenzar nuestra carrera hacia el cielo, con quien creemos que es el compañero ideal!
Así que felicidades a los que están buscando su llamado y a los valientes que lo encontraron en el matrimonio o en el celibato tan generoso y entregado, y han hecho caso a su corazón sin dejarse engañar por tantos, que por miedo, piensan que no puede ser un camino pleno y dichoso que dé sentido a nuestro existir.»
Autor: Cecy Ralo