Comienza el Domingo de Ramos, donde rememoramos la entrada triunfal de Jesús en la ciudad Santa de Jerusalén, la ciudad que unge a los reyes y mata a los profetas. Entró aclamado por los niños de Dios, por la gente sencilla, por sus discípulos y amigos, que decían: Hosanna a Dios, viva el hijo de David.
Se lee la Pasión, que nos ayuda a entender que la condena injusta de Jesús no ocurrió por accidente, sino que fue conocida y aceptada con antelación por Jesús. Y nos prepara para lo que va a venir a continuación, durante el jueves y el viernes.
Saltamos al Jueves Santo, en el que se celebra la Cena del Señor. Fue un momento culminante en la vida de Jesús, que llegó a decir que deseaba intensamente que llegara este momento. Decimos culminante porque el amor llegó a su culmen, hasta el extremo. La Cena del Señor también es culmen para la vida cristiana, porque durante siglos ha alimentado su fe, su caridad y su esperanza.
En este momento se instituye la Eucaristía, es por eso que la celebramos todos los domingos, y también se instituye el Sacerdocio.
También celebramos el Jueves Santo el Día del Amor fraterno, porque es en este día donde aprendemos las más hermosas lecciones sobre el amor, por ejemplo en el servicio a los demás. Jesús interrumpe la comida y comienza, sin decir nada, a lavarle los pies a los discípulos. Lavar los pies era un oficio reservado para los esclavos. Los invitados al banquete esperaban a que algún sirviente les quitaran las sandalias y les lavaran los pies.
Llegamos al Viernes Santo. En este día rememoramos la muerte de Jesús en la cruz. Se vuelve a leer el relato de la Pasión, donde se narra con detalle todos los sufrimientos que recibió Jesús hasta llegar a la cruz, donde muere. La crucifixión era la máxima pena que imponía el imperio. Era un castigo tan denigrante que estaba reservado únicamente para los esclavos que se rebelaban contra el gobierno. Jesús muere al estilo de los sediciosos y revoltosos.
El testimonio de Jesús les hizo comprender que el camino de la cruz no era de ultraje y maldición, sino una manera radical de optar por la justicia y la paz. La cruz se convirtió, con el tiempo, en el símbolo de los cristianos.
Hay que decir que el Viernes Santo es el único día del año en que se venera la cruz. También recordar que el viernes también se celebra de manera especial el Via Crucis, en el que se recuerda el camino del calvario que realizó Jesús.
Llegamos al Sábado Santo, día de reflexión y de preparación para la fiesta culminante de los cristianos: la Vigilia Pascual. En ella vamos a gritar la gran noticia: “CRISTO HA RESUCITADO”. Y Cristo se hace presente en nuestra reunión y nos hace participar de su vida resucitada.
Es una noche santa, en la que se abren las fuentes de la gracia. Se lavan todos los pecados. El agua y la sangre. El bautismo y la Eucaristía. Todo huele a vida nueva del Espíritu. En esta noche se bendicen el fuego, que nos iluminará durante todo el año en el Cirio Pascual. Se bendice también el agua, símbolo de renovación.
Y a partir de este momento y durante cincuenta días celebraremos la Pascua.
Fernando (Ambigú)
Fuente: encuentra.com