Su Santidad el papa Francisco, en reciente catequesis sobre la familia, enfatizó la importancia del diálogo entre esposos. “Para resolver sus problemas de relación, el hombre y la mujer deben, en cambio, hablarse más, escucharse más, conocerse más, quererse más. Deben tratarse con respeto y cooperar con amistad. Con estas bases humanas, sostenidas por la gracia de Dios, es posible proyectar la unión matrimonial y familiar para toda la vida”.
Preocupado por la urgencia de un diálogo constructivo en la familia, quise profundizar en la esencia del diálogo. Entonces visité a mi amigo José Luis, experto en diálogo psicológico, y le pregunté qué pensaba al respecto, y me dijo: “En un diálogo constructivo lo primero que hay que cuidar es tu actitud. No enjuicies a tu interlocutor, mantén una actitud de aceptación, porque cuando enjuicias a la otra persona, ya la estás rechazando. Y así, no hay diálogo posible”.
Por el contrario, hay que ser empático, me dijo. La empatía es la capacidad de captar a la otra persona desde su circunstancia, con un sentimiento de respeto y aceptación positiva. Y se ha demostrado que esto es sumamente favorecedor del diálogo, ya que crea confianza y apertura en la comunicación. Pero, no así el enjuiciamiento, que provoca temor y que la persona se cierre para defenderse. Para esto conviene aprender a escuchar. Cuando la otra persona habla, primero intenta repetir lo que ella dijo para ver si la escuchaste correctamente. No podrás repetir nada si la estás juzgando.
Esto es lo mismo que promueve el gran físico David Bohm. Hay que suspender el enjuiciamiento, él lo llama “diálogo abierto” un dialogo en libertad un intercambio de ideas sin estructura, ni restricciones, en un clima de total respeto, afecto y ausencia de juegos de poder. El respeto implica saber escuchar totalmente a la otra persona buscando comprender sus ideas y sus sentimientos, en un acercamiento respetuoso de atención total.
Esto lo señala muy bien el Santo Padre, los que acusaron a Cristo tenían el corazón duro como de piedra y mantenían una actitud de segregación o rechazo. Los maestros de la ley buscaban enjuiciar a partir de ella y esta actitud los cerraba al diálogo. “Este es el drama de estos doctores de Israel, de estos teólogos del pueblo de Dios: no sabían escuchar, no sabían dialogar. El diálogo se hace con Dios y con los demás” dijo Su Santidad.
Si enjuicias estas rechazando y segregando, pero si aceptas empáticamente estás construyendo confianza y la relación mejorará.
Seguramente por esto Jesús nos dijo: “Sean compasivos, como es compasivo el Padre de ustedes. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados”. (Lu 6, 36-37). Y Él mismo nos da muchos ejemplos: en su diálogo con la samaritana segregada a quien no enjuicia; con Mateo, cobrador de impuestos para los romanos, pero futuro apóstol, con quien come; o con el también publicano, Zaqueo, quien luego de sentirse aceptado, opta por restituir todo lo que ha robado.
Por Yoltéotl Martínez