Los padres desean conversar con sus hijos adolescentes y saber que piensan, sienten y hacen, pero los jovencitos no hablan… ¿Es algo normal?

“A veces siento que hablar con las murallas es más fácil que sacarle palabra a mi hijo”, dice una madre que luego agrega: “cuando responde con monosílabos siento que hemos tenido una larga conversación”.

Claramente esta es la etapa del silencio donde la nueva forma de comunicarse es el mutismo y en el mejor de los casos las frases entrecortadas. Quienes se libran de caer en esta etapa son muy pocos, y por lo mismo, es normal ver a tantos padres desesperados con la indolencia de sus hijos. Tomar conciencia de qué se trata y por qué sucede es una buena ayuda, pues así es posible aprender lo positivo, que en éste caso, no es poco.

En la infancia los niños están totalmente volcados hacia el mundo exterior, se comunican y reciben órdenes sin problemas. Pero ya en la pre pubertad y como parte de un proceso absolutamente normal, comienzan a tener una preocupación por otros aspectos de sí mismos. Esto inicialmente toma la forma de introversión pasiva para ir progresivamente haciéndose activa y se caracteriza por:

– El joven retira el interés del mundo externo para centrarse cada vez más en su propia persona.

– Trata de diferenciarse del resto y por lo mismo hay una ruptura con la autoridad, tanto con los padres como con los profesores. Busca la autonomía, que a la vez implica un período de crítica hacia ellos y pierde por ejemplo, el interés por participar en las actividades familiares.

– En términos de conocimiento, se incrementa la fantasía a través de la cual compensan las inseguridades que experimentan en el mundo real. Por eso, es tan difícil hablar con ellos: están en un mundo propio.

– En el ámbito de las amistades se dejan los grupos grandes y nace la época del amigo íntimo, lo que puede ir unido, pues no es excluyente, a una intensa vida social.

La consecuencia final: un niño aislado, que se vuelve callado y absolutamente egocéntrico. El objetivo: desligarse de todo lo externo para conocer su interioridad y encontrarse con su intimidad. Necesitan una cierta cuota de aislamiento para pensar y reflexionar acerca de quiénes son, de sus nuevas vivencias y formas de sentir el mundo. Hay una especie de retiro y un abandonarse a no hacer nada, pueden pasar el día entero echados en una cama.

Un poco más grandes, el silencio permanece pero se acompaña con una búsqueda de modelos con los cuales identificarse para crear un ideal de sí mismo.

En definitiva, la filósofa Carolina Dell Oro, explica que el adolescente se da cuenta que tiene algo dentro de sí y quiere desarrollarlo. Es el momento en que algo nace en alguien y para descubrirlo necesita estar solo y callado.

RESCATANDO EL SILENCIO

Aunque lo más normal ante esta actitud es que los padres pierdan la paciencia, es importante que ellos tomen conciencia de este proceso y conozcan de qué se trata. Así, teniendo en cuenta ciertos puntos y conociendo cuáles son sus consecuencias positivas, será más fácil entender los años de introversión.

Para ello la psicóloga Beatriz Zegers, explica un importante punto de partida: “En el mundo actual las personas nos hemos vuelto más intolerantes frente a los silencios individuales. Vivimos en un ambiente que es crecientemente extravertido: todo se habla, todo se dice y no se respetan los momentos de silencio, que son fundamentales para el desarrollo de la intimidad”. Esto no significa que el adolescente corte la comunicación verbal para siempre y no tenga nada más que contar, también hay momentos en los que se involucran, eso es lo normal, pero en esta etapa son menos.

Y como el silencio es el estado predominante, un segundo punto es que: “el estar callado es también una forma de comunicación. Uno entrega información a través de las palabras, pero también a través del silencio, por lo tanto, los adolescentes nos están diciendo algo y nosotros, los padres, debemos desarrollar la habilidad de descifrar qué está pasando”.

El silencio normal en esta edad es el explicado anteriormente, es decir, el que tiene que ver con la búsqueda de la intimidad, es una reflexión que se expresa con la tendencia al aislamiento. Este, es distinto al silencio que se acompaña de hostilidad o de problemas de relación con los padres o de bajo rendimiento escolar. “Aquí el silencio está significando otra cosa, es un problema que hay que solucionar”. Mientras más áreas comprometan el silencio, más preocupante es. Si el silencio es excesivo, pues implica una ruptura total con los demás, éste ya es negativo.

POR UNA VIDA MEJOR

El silencio reflexivo, que se da en la etapa de la adolescencia es fundamental. Beatriz Zegers dice: “Sin silencio nos privamos de la posibilidad de oírnos a nosotros mismos, perdemos la capacidad de desarrollar la contemplación y la meditación”.

De hecho una de las características propias del ser humano, es la capacidad para entrar en su propia intimidad y según Carolina Dell Oro, es justamente en la adolescencia donde se madura y consolida el mundo interior. “La adolescencia es el inicio de un crecimiento cualitativo, donde nace la conciencia de la propia intimidad que es fundamental para el desarrollo como persona”. Entonces, hay que dejar de pensar que ésta es una etapa oscura y crítica, por el contrario es el momento más determinante de la persona, pues es el momento donde, en el silencio, el individuo toma toda su infancia, descubre el mundo interior y prepara su adultez de manera de saber actuar a futuro, como alguien que piensa y no porque así lo hacen todos. Carolina agrega: “Una persona que tiene un buen mundo interior actúa desde sí mismo, con menos peligro de dejarse llevar por cualquier tontera, es un niño que sin duda tendrá una vida mejor”.

¿CÓMO NOS ENTENDEMOS?

Por muy positivo que sea todo lo que surge del silencio reflexivo, a los padres, en la vida diaria tanta indolencia puede ponerles los pelos de punta, sobre todo, si se dan cuenta que pese a los más grandes intentos por conversar con el “semi mudo” no ha habido respuesta alguna. Para no caer en la desesperación y saber cómo actuar, Carolina Dell Oro da algunas recomendaciones claves:

– Conocer el proceso. La primera de ellas es tomar conciencia del proceso que está viviendo el niño. “Él está en un momento de ajuste, está desconcertado, no se maneja, es torpe, y tener esto en cuenta es fundamental para no violentarse y por el contrario, armarse de paciencia”. Además, es importante entender que la actividad exterior no es la única alternativa, la actividad interior también es clave.

– Estar y acompañar. Como acción concreta lo más recomendado es la compañía. “Acompañar y estar ahí junto a ellos, es la mejor forma de comunicación. Hay que evitar caer en la tentación de que: como no me habla, lo dejo solo”, dice la filósofa, quien agrega: “es un estar presente que no implica ni hablar, ni increpar, sino que garantizar que de esos pensamientos que deslumbran al adolescente se obtengan buenos resultados”.

– Saber esperar. Pero la paciencia vale oro, porque esos resultados hay que esperarlos por un tiempo, respetando el silencio y evitando enojarse porque no hay respuesta. “Hay que ser fino en la relación con los hijos y no acosarlos con preguntas o con temas sin sentido. Eso no va a resultar. Lo mejor es crear instancias de silencio y de contacto personal y directo, marcando siempre el límite de lo que es correcto y permitido”. De esta manera, un niño que siente que lo respetan, finalmente, al término de su adolescencia será, sin duda capaz de verbalizar sus pensamientos y combinar muy bien las dos perspectivas humanas: la intimidad y la capacidad de vincularse con los demás.

CUANDO ALARMARSE

– Cuando el silencio va acompañado de manifiesta agresividad.

– Cuando la mala relación con los padres y los profesores exija buscar otras causas que la simple adolescencia.

– Cuando existan fundadas sospechas de que el hijo no anda en buenos pasos.

– Cuando haya bajas del rendimiento escolar.

GUARDAR LOS LÍMITES

Si bien la recomendación es respetar el silencio de los adolescentes y permitirles que desarrollen un mundo propio, para todo hay límites y estos deben ser debidamente establecidos:

– Está bien que oigan su música y que les encante estar enchufados a los audífonos del “walkman”, pero esto no se puede hacer a la hora de comida.

– Que no se preocupen de sus hermanos las 24 horas del día, es algo normal y aceptable, pero si se presenta algún motivo especial debieran estar dispuestos a hacerse cargo de ellos.

– Si van por la calle y arrastran los pies de tal manera que pareciera que van a desmayarse, acéptelo porque es probable que ya haya tenido una importante actividad física por ejemplo, en el colegio.

– Lo normal es que no les nazca enseñar matemáticas a la hermana chica, pero sí lo hacen sin problemas con el amigo. No es preocupante. Lo mismo pasa con las obras sociales, les encanta ir a los asilos, pero no se dan cuenta de que en la casa hay alguien enfermo. Eso es normal y está dentro de los límites, pero también es superable.

Fuente: ENCUENTRA

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