La esposa de Antonino, quebrada emocionalmente, aunque no era una mujer que frecuentara la parroquia o los sacramentos, luego de escuchar hablar de Medjugorje, decidió ir allí para pedir ayuda a la Santísima Virgen María. A su regreso ella venía renovada, confiada a la voluntad de Dios, leía la Biblia, iba dos veces por día a misa, una por su esposo, otra por ella y se confesaba regularmente.
La esposa ora y ayuna por su conversión
La esposa de Antonino, quebrada emocionalmente, aunque no era una mujer que frecuentara la parroquia o los sacramentos, luego de escuchar hablar de Medjugorje, decidió ir allí para pedir ayuda a la Santísima Virgen María. A su regreso ella venía renovada, confiada a la voluntad de Dios, leía la Biblia, iba dos veces por día a misa, una por su esposo, otra por ella y se confesaba regularmente. Pero además comenzó a rezar hasta diez rosarios diarios y ayunaba, pidiendo por la conversión de su esposo.
Esclavo del demonio
Tras un nuevo sueño en el que veía a su hija rogándole que volviese al hogar, aceptó tomarse unos días junto a su esposa e hijos visitando Medjugorje.
“Cuando llegué a Medjugorje, el primer día que entré en la iglesia estaban rezando el rosario y recuerdo que blasfemando abandoné inmediatamente la iglesia. Empecé a fumar, me sentía sofocado por esa oración”, confidencia.
Confesión y gratitud a la Virgen de Medjugorje
Tras este incidente Antonino se quebró, iniciando su liberación y conversión acudiendo al confesionario. Así narra el mismo aquellas vitales experiencias de fe:
“Me desahogué con el sacerdote y al salir del confesionario comenzó mi verdadera peregrinación. Ya no sentía la rabia de estar en ese lugar, y ya no tenía el rechazo de las imágenes sagradas o de las oraciones. Poco después estando con el Padre Jozo, comenzó a recitar oraciones y mirando la imagen de la Virgen nos hizo consagrar a todos. Durante la Consagración lloré y a mi manera me consagré a la Virgen. Antes del último día de la peregrinación me confesé de nuevo, confesando sinceramente todos los pecados que tenía dentro. El confesor me dio 10 rosarios para rezar como penitencia. Luego asistí a la Santa Misa, antes de salir, y en el momento del intercambio de paz, sentí que me tiraban por detrás de la camisa, me di la vuelta y vi que era una niña de unos 8 años y me dijo «Paz», dándome la mano. Antes de eso esa niña no estaba allí, me dio el signo de la paz sólo a mí, y luego regresó a su lugar cerca de la estatua de la Virgen, abrazó a su padre y sin esperar el final de la misa se fueron. Sé que gracias a la Virgen de Medjugorje, gracias a la Reina de la Paz, me salvé de una vida sin reglas y sin frenos, que me estaba llevando a la perdición”.