Blog «Educando a los más peques»

Siempre oímos que los padres son los primeros trasmisores de la fe a sus hijos, y nos encanta, ¿verdad? Uno se siente responsable de una gran tarea… pero ¿de verdad nos responsabilizamos de ello? Pues hala, vamos a pararnos a pensar sobre el tema y hablemos de la fe de nuestros peques.


Los niños pequeños, aunque no nos percatemos, tienen una sensibilidad especial para lo espiritual. Tras el bautismo se les queda el alma perfectamente limpia, como para entrar de cabeza en el cielo. Y esa limpieza de alma les hace tremendamente capaces de conectar con Dios. Os voy a contar unas anécdotas y veréis.
Hace unos años me contó una amiga lo que le había pasado con su hermano pequeño. Ella estaba intentando hacer un rato de oración en una capilla y tenía que cuidar a su hermano de cuatro años, con lo que le dio un par de juguetes para que le dejara en paz. En un momento dado el niño se le acercó y le preguntó: ¿Pero qué haces? Ella le explicó que en esa cajita estaba Dios y que hablaba con Él en silencio, con el corazón. Y se le ocurrió pedirle que hiciera él también lo mismo. Para su sorpresa el niño se sentó a su lado, miró atentamente al sagrario y se quedó como embobado un rato. De pronto dijo, “ya está, me voy a jugar”. Así que mi amiga, con curiosidad, le preguntó… “¿Has hablado con Dios, qué te ha dicho?” Y la respuesta le dejó de piedra: “pues le he contado que me gusta jugar con coches y con el balón y le he preguntado a qué juega Él. Me ha dicho que juega a amar a los hombres y enseñarles el camino hacia el cielo.” Era imposible que se lo hubiera inventado por lo pequeño que era, o que estuviera repitiendo una frase oída. Tal cual, su hermano pequeño había hecho oración.
Y otra historia que me impresionaba era la de mi sobrina lejana Andrea. Era una niña monísima que nació de milagro, pues su madre tenía un tumor inmenso en la matriz y le animaron a que abortara. Ella siguió adelante con su embarazo y contra todo pronóstico nació Andrea sana y salva. Bueno, pues esta niña desde muy pequeña, cada vez que su abuela la llevaba a Misa, se quedaba mirando fijamente al altar y sin moverse, se ponía a llorar. Más bien, se le saltaban las lágrimas. Era algo muy curioso, se emocionaba con lágrimas, con uno y dos añitos, cuando alguien le llevaba ante un sagrario. Y eso no era muy a menudo, pues sus padres no practicaban la fe. Era feliz y lloraba de alegría. Muy raro, es verdad, pero totalmente cierto. ¿Qué sentiría esa niña al acercarse a Jesús? Ni idea. Pero a medida que se fue haciendo mayor fue perdiendo esa sensibilidad.
Y eso es lo que pasa. A medida que los niños crecen y van experimentando el pecado, esa sintonía con Dios la van perdiendo. Y cuando llegan al uso de razón y empiezan con la catequesis de primera Comunión (lo que para muchos es su primer contacto con la fe) ese alma ya no tiene la finura que tenía.
Os tengo que reconocer que yo no he tenido episodios tan bonitos con ninguno de mis hijos, que los míos son niños normales, que se portan fatal en Misa y se pelean mientras rezamos el rosario, pero sé que la Santísima Trinidad habita en ellos e intento hacer crecer el amor a Dios y a Nuestra Madre en sus corazones.
Y eso, ¿cómo se puede hacer? Por supuesto que te tienen que ver rezar, tienen que verte delante del Santísimo Sacramento, tienen que verte haciendo una genuflexión cuidada ante el Sagrario, tienen que ver que la Santa Misa es algo prioritario en tu vida. Y luego, aunque te cueste un poco, busca momentos para rezar con ellos. Por las noches, al levantaros, cuando se pone malita la abuela, antes de comer…. Lo ideal es llevarlos de la mano a ver a Jesús, de vez en cuando. Eso les chifla, además de que es lo más eficaz que podemos hacer porque les ponemos delante del mismo Dios. Y lo más importante, ve contándoles lo mucho que Jesús les quiere, cómo les cuida su madre la Virgen, cuánto les ayuda su ángel de la guarda. Al volver del cole, mientras cenan, en un viaje en coche, cuando tardan en coger el sueño. Enseñarles que el trato con Dios es algo personal, que se trata de AMOR, no de cumplimientos.
Mi experiencia es que desde muy pequeños tienen muchas ganas de saber de Jesús. Es un tema que les fascina. Por esa sensibilidad que os contaba. A veces parecen que no te escuchan porque mientras hablas están jugando con algo, pero en cuanto paras te piden que continúes, con lo que no estaban tan despistados…. Me piden que les cuente cómo era, qué ropa llevaba, porqué nos quiere tanto, cómo es su mamá. El otro día el de cinco años me preguntó todo preocupado que no acababa de entender por qué Dios quiso que su Hijo viniera al mundo… y eso antes de irme a dormir, porque él no podía conciliar el sueño. Le dije que ya hablaríamos, ya. Mi cabeza no estaba para tanta teología. Y en Misa, el pequeño de dos años me preguntó, tras escuchar el prefacio mientras jugueteaba con sus cochecitos, que por qué era “justo y necesario”…. y después de rezar las oraciones de la noche, que “él no veía a los angelitos a los pies y a la cabecera”. Ya os digo, aunque sean pequeños son esponjas y su cabecita puede más de lo que parece.
Os recomiendo de corazón que les habléis mucho del amor de Dios, que les pongáis vídeos formativos, de los que hay montañas en internet, que les alabéis cuando hacen algo por la Virgen y les contéis lo feliz que le hacen, que les llevéis a menudo a visitarle en el sagrario, e incluso que les sentéis un ratito a rezar. Y dejad que sea el Espíritu Santo quien vaya actuando en sus almas. Pedidle por cada uno de ellos y veréis cómo actúa de una manera muy especial. El cielo está empeñado en hacer felices a nuestros hijos y para que lo sean han de vivir cerca del amor de Dios y de su Santísima Madre.

Fuente: sontushijos.org

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