Dios, quien es el amor mismo, nos creó por amor y para amar. El amor es el mensaje central de la misión creadora y salvadora de Dios quien nos creó para que vivamos plenamente felices. Por ello, nuestro Señor Jesucristo nos dio el gran mandamiento que los comprende a todos: amar a Dios sobre todas las cosas y el prójimo como a ti mismo.
Toda persona humana nace en el seno de una familia y como bien nos enseñaron el Beato Juan Pablo II como el Papa Benedicto XVI, la familia es la primera escuela donde se aprende a amar, una comunidad de personas hecha para amar y para preservar, suscitar, motivar, vivir y realizar el amor. Por tal razón la Exhortación Apostólica del Beato Juan Pablo II, Familiaris Consortio claramente nos dice que “la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa” (FC 17). Es también el seno de la familia la escuela donde se aprenden los valores cristianos y humanos.
Por tanto “[l]a familia, en cuanto es y debe ser siempre comunión y comunidad de personas, encuentra en el amor la fuente y el estímulo incesante para acoger, respetar y promover a cada uno de sus miembros en la altísima dignidad de personas, esto es, de imágenes vivientes de Dios” (FC 22). Cada persona tiene una dignidad altísima e inviolable por ser creación e imagen de Dios. Por ello, la familia está llamada a ser el lugar de seguridad y paz donde la persona humana puede abrirse, ser acogida, apreciada sin juicios, sin presiones, sin desprecios. La familia es justamente el lugar donde la dignidad de cada persona debe ser respetada y promovida, pues si no respetamos la dignidad y el valor cada persona en el seno de nuestras familias, la persona se desarrolla llena de inseguridades, complejos, sin autoestima, y llena de vacíos, rencores y resentimientos que socaban el amor y pueden llevarla hasta la violencia.
Por ello es tan importante que cada miembro de la familia sea respetado verbal, emocional, sexual y físicamente. La falta de respeto, los insultos, las críticas destructivas, los gritos, los abusos físicos, emocionales, sexuales y verbales en el hogar destruyen la dignidad y la autoestima de la persona, ya sea el padre o la madre, o los hijos por más pequeños que estos sean. El hogar donde reina la violencia en todas sus manifestaciones es como un infierno en la Tierra que destruye la felicidad, la paz y la armonía y por tanto está vacío de Dios. Muchas veces la violencia llega también a causa de los vicios y las adicciones que destruyen no solo la persona presa de ellas sino a toda la familia, adicciones en las que muchas veces se cae precisamente por estos vacíos y heridas en el corazón de la persona.
Debemos fomentar el amor en las familias, el amor que viene de Dios y es Dios mismo. Si queremos construir un hogar de paz, invitemos a Dios para que sea el centro y base de nuestras familias. Compartamos en familia la Palabra de Dios que nos enseña de su amor y su bondad, alimentémonos de la Eucaristía, la presencia misma de Dios en nuestra vida, busquemos tener una relación íntima, personal y real con nuestro Señor y enseñemos a nuestros hijos a hacer lo mismo. Solo así podremos aprender a amar como Dios ama y tratarnos los unos a los otros con verdadero respeto y amor. La violencia doméstica manifiesta la falta de amor en la persona y por ende, en el hogar. Mas el amor que viene de Dios es el preventivo para toda evitar la violencia futura y el antídoto para contrarrestar el veneno de la violencia y el desamor en las familias. Construye tu hogar sobre la roca, que es nuestro Señor Jesucristo, ámalos y enséñales a amar como él nos ama, así evitarás la violencia en tu hogar y construirás para ti y los tuyos ¡un hogar de paz!
Fuente: POR TU MATRIMONIO