Hace unos días D Jose Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián, estuvo de tertulia con un grupo de matrimonios. Al terminar, los asistentes comentaban lo grata que había sido la conversación, amena pero profunda, y la cantidad de cosas que habían aprendido.

Por esta razón quiero compartir con los lectores de SONTUSHIJOS algunas de las ideas que salieron en aquella reunión, con la seguridad de que sus palabras harán un gran bien a muchas otras familias que no estaban allí, pero que sienten el deseo de que el año de la misericordia iniciado por el Papa Francisco el pasado 8 de diciembre ilumine con una luz nueva su vida cotidiana.

En su exposición D. Jose Ignacio repasó las obras de misericordia, tanto espirituales como materiales, con una breve explicación de como se pueden vivir en el seno de la familia.

Enseñar al que no sabe. Debemos enseñar a los hijos que estamos llamados a conocer la verdad, a creer en ella. La labor de enseñar a aprender es también de los padres, no sólo del colegio. Podemos transmitirles el amor por la verdad. Los padres complementan el deseo de verdad de los hijos, y también entre ellos se pueden ayudar a buscar la verdad.
Dar buen consejo al que lo necesita. Aconsejar es lo contrario a la indiferencia. Dar consejo no es dar órdenes. Cuando los hijos crecen no se les dan órdenes, sino consejos, y llega un momento en el que incluso les podemos pedir consejo, y eso les hace crecer, y se refuerza su autoestima.
Corregir al que se equivoca. La corrección nace del amor. La meta no puede ser evitar el conflicto, no llevarse un mal rato.
Perdonar las injurias. Perdonar y pedir perdón son complementarios. Hay que superar el orgullo y el rencor, como han hecho con nosotros. Reconocer la gratuidad, dar gratis lo que gratis hemos recibido.
Consolar al triste. En la familia consolamos, pero también educamos los Estados de ánimo, la tolerancia a la frustración. Si ponemos el centro de gravedad en lo principal, las tristezas se relativizan. Ojalá descubramos que tenemos muchas razones para la alegría!
Sufrir con paciencia los defectos del prójimo. Puede parecer contradictorio con corregir, pero el arte es saber distinguir cuando hay que corregir y cuando no. Un buen criterio es que el motivo de la corrección no sea mi estado de animo : no corrijo cuando algo me ha sentado mal, cuando estoy enfadado, sino cuando he meditado el asunto con sosiego y veo que el otro lo necesita.
Orar a Dios por vivos y difuntos. La familia es escuela de oración.
Dar de comer al hambriento. Es necesario enseñar a los hijos a comer sin caprichos, con austeridad. Los gustos son reconducibles, y somos más libres cuando no vivimos a merced de lo que nos gusta o nos deja de gustar.
Dar de beber al sediento. También nos recuerda la medida con la bebida, que tanto sufrimiento genera en muchos hogares.
Visitar a los enfermos. En la familia se cuida del débil, se cambia lo que haga falta para atender al que esta enfermo.
Dar posada al peregrino. Abrir las puertas de nuestra casa, tener capacidad de acogida – con el debido discernimiento -, nos ayudará en la educación de los hijos.
Redimir al cautivo. Educar el libertad, sin ataduras materiales – videojuegos, adicciones,….-
Vestir al desnudo. También en el vestido se puede vivir la sobriedad, sin estar apegados a las marcas, valorando lo que cuestan las cosas.
Enterrar a los muertos. No debemos ignorar la existencia de la muerte, ni evitar que los hijos oigan hablar del tema. No le tendrán miedo si nos oyen a nosotros hablar con naturalidad de ello, porque nuestro destino es el cielo.
Para que nuestros hijos sean misericordiosos, tengan el corazón grande, tendremos que orientar su sensibilidad : que nuestras referencias no sean siempre los que triunfan, si no las personas que de verdad son ejemplares, los santos.
Pero misericordia no es debilidad, y a la vez que un corazón que se compadece, queremos para ellos la fortaleza de ir contra corriente cuando sus convicciones lo hagan necesario. Entonces les ayudarán los fundamentos sólidos que han recibido en casa, los amigos que comparten sus ideales, y sobre todo, el convencimiento de que su espectador es Dios mismo, y ante El lo que opinen de nosotros los hombres pasa a un segundo plano.

Patricia Gómez

hogarFuente: SON TUS HIJOS

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