El «Salterio de la Virgen María», como antiguamente se le llamaba,(hoy rosario)  era la «herramienta» que utilizaban las personas sencillas que no sabían leer o que no tenían libros, para reemplazar el rezo del Salterio, es decir, los 150 Salmos de la Biblia que los religiosos tenían que rezar cada semana.

Quienes no podían rezar los 150 Salmos de la Biblia, los reemplazaban por otras 150 oraciones, como por ejemplo: Padrenuestros, Credos, Ave María, etc.

Para poder llevar de una mejor manera la cuenta de las oraciones que se rezaban, hacían nudos en una cuerda o ensartaban en ella pequeñas pepitas y allí iban contando. En tumbas muy antiguas se han encontrado estas cuentas o sartas de piedrecitas. Muchos enfermos murieron rezando, y en sus manos dejaron sus familiares aquello con lo cual iban contando las oraciones que enviaban al cielo.

El Rosario se compone de 59 pepitas o cuentas repartidas de la siguiente manera: cinco cuentas al principio, desde el crucifijo hasta donde empiezan las decenas, quizás en honor de las llagas de Cristo o de los cinco misterios que se van a meditar. Cinco grupos de 10 cuentas, cada una para contar las 10 Avemarías de cada misterio; y entre una decena y otra, una cuenta para rezar el Padrenuestro que va al principio de cada Misterio.

La devoción del Rosario tiene ya ochocientos años de vida en la Iglesia. Un papel importante en su origen se atribuye a Santo Domingo de Guzmán quien recomendaba mucho a las personas que repitieran frecuentemente a la Santísima Virgen el «Ave María», pensando en los Misterios de la Vida, Pasión y Resurrección de Nuestro Señor. Él y otros padres dominicos, dedicaron su vida a propagar entre las gentes la costumbre de rezarle a la Santísima Virgen lo que antes se llamaba «Salterio de la Santísima Virgen», y que desde entonces empezó a llamarse «Rosario de Nuestra Señora».

La tradición cuenta que en el año 1208, María, la Madre de Dios, enseñó personalmente a Santo Domingo, a través de una visión, cómo rezar el Rosario y le dijo que propagara esta devoción a todas las naciones y la utilizara como arma poderosa en contra de los enemigos de la Fe.

Publicado originalmente en EWTN

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