Hace unos días tuve una conversación con una amiga acerca del papel de la mujer en la Iglesia. Llegué a comprender que, muchas veces, cuando hablamos de este tema no estamos hablando realmente en términos de importancia sino en términos de poder.

Me da la sensación de que seguimos, una y otra vez, unos y otros, identificando relevancia con poder ejecutivo. Tal vez sea cierto, alguien sin poder ejecutivo no es alguien importante pero no es menos cierto que si estamos dispuestos a aceptar eso… la imagen que tenemos de nuestra fe y de la Iglesia misma, de la vida en su conjunto diría yo, está absolutamente lejana de lo que luego decimos creer.

No hay lugar ni institución más idóneo en nuestro mundo que la Iglesia para poner en práctica eso de que “los primeros serán los últimos”. No es algo inventado sino que son palabras mismas de nuestro Señor Jesús, el mismo que aceptó con voluntad inquebrantable ser rebajado a la más grande de las humillaciones y de las pasiones, para, así, vencer definitivamente al mal y salvarnos a todos. ¿Hay algo más grande, importante y poderoso que el servicio, que la donación, que la misericordia?

No voy a ser yo quién decida el papel que la mujer debe jugar en la Iglesia. No tengo ni formación ni criterio. Apoyo la decisión del Papa Francisco de crear una comisión para estudiar qué papel jugaba la mujer en aquellos primeros años de Iglesia y creo que, sin duda, en muchos lugares la mujer sigue siendo ciertamente relegada a roles de escasa decisión, de irrelevante presencia y que, como sucede en la misma sociedad, sigue sufriendo y padeciendo una cultura eminentemente machista. También sucede en la Iglesia, como en empresas, parlamentos, deportes… donde la mujer sigue teniendo que demostrar su valía y sigue siendo tratada con mirada menor y muchas veces condescendiente.

Pero dicho esto, también me niego a aceptar la idea de que la mujer no cuenta en esta Iglesia. No debemos olvidar que debajo del mismo Jesucristo viene su Madre, María, mujer en cuyas manos se puso el mismo Dios. No debemos olvidar que muchas de las Doctoras de la Iglesia son mujeres y que son mujeres muchas de las que han cambiado y perfilado aspectos relevantes de esta institución a lo largo de los siglos de historia.

Fundadoras, misioneras, santas… ¡Tantas! Y hoy, en estas horas bajas de práctica religiosa en nuestra vetusta Europa, siguen siendo las mujeres las que con mayor ardor, amor y ternura siguen llenando iglesias, postradas ante el Santísimo, cuidando los objetos sagrados, velando por sus parroquianos, educando en la fe a sus hijos y nietos…

¿De qué importancia estamos hablando cuando decimos que la mujer hoy no es importante en la Iglesia? ¿Que no puede ser sacerdote? ¿Que no puede ser cardenal? ¿Que no puede ser Papa? Tal vez, el problema es que hemos dada demasiada notoriedad a lo que una vez más, en nuestra Iglesia, no son más que servicios en mayor grado.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Fuente: ALETEIA

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