acojan Ha crecido el número de adolescentes, casi niñas, que se convierten en madres. Esto sucede tanto en las grandes ciudades como en los caseríos rurales.

Muchos sostienen que la gran solución es la difusión masiva de anticonceptivos, por ejemplo el condón. Sin embargo esta pretendida solución es engañosa. Quienes promueven la difusión de los anticonceptivos, se basan en la intención de que los adolescentes y jóvenes tengan relaciones sexuales (sexo-genitales) con menos riesgo de embarazo. Sin embargo los adolescentes y jóvenes leen un segundo mensaje: la incitación a tener relaciones sexuales, incluso con diferentes personas.
No hay un anticonceptivo perfecto, eficaz al cien por ciento para impedir la concepción o fecundación. Quienes ganan son los que promueven una mentalidad y voluntad permisiva, de libertinaje sexual… y quienes están atrás en el negocio de los anticonceptivos.

A mayor uso de anticonceptivos hay mayor infidelidad en los matrimonios, más conflictos y separaciones; más embarazos de adolescentes. Se deteriora la relación personal, el sentido del respeto y la ternura; crece la cosificación de la relación, basada en cuerpos que dan placer; prevalece el instinto sobre la inteligencia, la afectividad y la voluntad.

Quien usa anticonceptivos envía este mensaje: “Te quiero, pero estéril”. La fertilidad, que es tesoro, se convierte en amenaza y en enfermedad. Es la degradación de la propia vida, de la vida del otro y el rechazo a la máxima obra creativa: Participar en la obra maestra de Dios, que es la creación del ser humano, cumbre de la creación, imagen y semejanza de Dios.

El tema es para varias horas; debo ser mucho muy breve.
Tal vez se parte de algunas posturas: Por un lado, que la relación sexual se tenga como un derecho para todos; por otro, que ya no sea posible detener a los adolescentes en su ejercicio de intimidad sexual.

Sin embargo la relación sexual, para que sea una unión plenamente humana, debe estar abierta a la procreación. Intimidad sexual y apertura a generar una nueva vida, son dos aspectos que deben ir inseparablemente unidos. Esa apertura a la vida incluye madurez personal y en los dos que tienen relaciones sexuales, para acoger y educar dicha vida humana que llega.

La clave está en que los padres revisen sus propios principios y convicciones, entrando en proceso de rectificación o conversión, según sea necesario. Luego, que eduquen a sus hijos desde su más tierna infancia; más aún, desde que los están esperando antes de nacer: Con una educación que sea continua, graduada y armónica, integrando palabras, acciones y el propio ejemplo; sin esconderles lo que sucede en torno a la familia, sino ayudándoles a juzgar los hechos que ven en la calle, en la televisión, en las películas, de modo que vayan aprendiendo a juzgar y actuar con madurez psicológica y moral.

Fíjense los padres de familia si en las palabras y actitudes que manejan con los hijos, están siendo íntegros, amorosos y claros; o, en cambio, ambiguos, permisivos y evasivos. Hay que hablar con apertura, pero también con amor y precisión, teniendo en cuenta la edad, el sexo y el estilo de ser de los hijos. Verificar si los hijos están de acuerdo y valoran la relación sexual para vivirla sólo en el matrimonio.

Además, que los padres se enteren y estén de acuerdo con los principios y las prácticas educativas que rigen en la escuela de los hijos, especialmente en educación sexual.

Subrayo el valor de la familia y la comunicación en estos temas. La familia es el grupo de personas por las que se está dispuesto a muchos sacrificios y retos para salir adelante.

En la familia, ayudada por la escuela, por la Iglesia y por el Estado, deposito mi confianza para sanear y revertir la proliferación de madres adolescentes: desde luego, que los padres no rechacen sino acojan a estas hijas que se convierten en madres a muy tierna edad, que amen y atiendan esa vida humana que se ha empezado a gestar; luego, que las adolescentes que no han tenido esa experiencia de embarazo, sean acompañadas con diálogo y amor para que, mediante una educación integral, eviten riesgos de caer en ello; que ellas se respeten a sí mismas y se den a respetar; que los adolescentes varones aprendan a respetar a la mujer en su dignidad y nobleza.

Reconozco que seré criticado por mi postura; espero poder ayudar a otros, adultos, jóvenes y adolescentes.
¿Imposible llevar a cabo esto? No. ¿Difícil? Sí y mucho; pero es posible, si de verdad lo queremos y nos unimos, al menos en familia, para lograrlo. Y que vaya habiendo más y más familias unidas, funcionales, que apoyen a otras familias.

+ Rodrigo Aguilar Martínez
Obispo de Tehuacán

Fuente: Conferencia del Episcopado mexicano

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