Hay un descendiente de la casa de David –José- que no dará la descendencia davídica al Mesías por el camino de la carne y de la sangre, sino por el camino de un amor y un servicio desinteresados
Se puede decir que la liturgia de este último domingo de Adviento está bajo el signo de la admiración y aun del “estupor”. Lo prodigioso es parte esencial de la economía de la salvación.
Es María, quien nos conduce al portal de Belén
El profeta Isaías habla sobre el ofrecimiento que Dios hace de una “señal”, misma que el rey Ajaz rechazaba por miedo de verse obligado a abandonar sus proyectos de mero cálculo político. El pasaje del evangelio nos hace ver el cumplimiento verdadero de aquella señal prodigiosa en el don de Cristo, concebido virginalmente en el seno de María.
También san Pablo, nos hace constatar la dimensión prodigiosa: “nació, en cuanto a su condición de hombre del linaje de David”, y “se manifestó con todo su poder como Hijo de Dios, a partir de su resurrección de entre los muertos”.
San Mateo
San Mateo nos muestra la realización última de la profecía de Isaías. La “señal” comienza a manifestarse en todos sus aspectos misteriosos: “hay una virgen que llega a ser madre; hay un hijo generado por virtud del Espíritu Santo; hay un descendiente de la casa de David –José- que no dará la descendencia davídica al Mesías por el camino de la carne y de la sangre, sino por el camino de un amor y un servicio desinteresados”.
Más allá del dato histórico, el relato de san Mateo contiene preciosos elementos de fe. El primero es que Jesús es un “don” puro de Dios para la humanidad. Pero, aun viniendo de Dios, este “hijo” viene a servir a los hombres, y éste es el segundo elemento de fe que el evangelista nos sugiere. Eso queda claro por el doble nombre que le dará al Mesías: “le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”.
Emmanuel
El otro nombre es “Emmanuel”, es decir, “Dios-con-nosotros”. Él es Dios-con-nosotros no solo por- que nos representa o nos anuncia a Dios, sino porque lo expresa en sí mismo, siendo al mismo tiempo Dios y hombre. En él Dios ha venido a nosotros para hacerse uno de nosotros. Nuestra participación en la Eucaristía ayudados por la Virgen María prepara y celebra, al mismo tiempo, la venida de Jesús. Abrámosle nuestro corazón con la fe, la esperanza y el amor para recibirlo como se merece.
Pbro. Jacinto Rojas Ramos