“Por mi experiencia de hablar con cientos de mujeres que sufrieron abortos, sé que el aborto no le da nada a la mujer sino que la hiere profundamente. Cuando una mujer tiene un aborto, ella da su consentimiento de matar a su hijo y a veces es forzada a hacerlo”.
La familia Wagner
Mary Wagner se define a sí misma como canadiense con raíces irlandesas por el lado materno, desde que tiene memoria ha tratado de ser la voz de sus pequeños hermanos y hermanas en peligro de ser asesinados en el vientre de sus madres.
Sus padres participaron activamente en el movimiento pro vida, por lo que Mary comenzó todo esto cuando era niña, asistiendo a reuniones, vigilias y cadena de oración por la vida. Ella sabía que su madre, que dio a luz a siete hijos, experimentó embarazos difíciles y sufrió un aborto espontáneo. Sus padres, feroces opositores a la mentalidad anticonceptiva, adoptaron cinco niños más.
Los escritos que inspiraron su trabajo pro-vida son de la Madre Teresa y de Santa Teresa de Lisieux. Sus mayores influencias han sido sus padres, la activista pro-vida estadounidense Joan Andrews Bell y la activista pro-vida canadiense Linda Gibbons, quien ha estado dentro y fuera de la prisión durante 25 años.
Primer arresto
Su primer arresto se produjo inesperadamente, en 1999, después de que se hizo amiga de una adolescente que mendigaba en los escalones de su catedral local. Mary descubrió que la joven de 16 años estaba embarazada y que ella y su novio querían un aborto; sólo esperaban que se completara el papeleo. Aunque Wagner no logró convencer a su amiga de cancelar la cita, sabía cuándo y dónde sería. Ella esperó a la pareja en la clínica de abortos, y aunque insistieron en entrar, la dejaron acompañarlos. Cuando un trabajador de la clínica llamó el nombre de otra mujer embarazada en la sala de espera, Mary lo repitió para llamar su atención. Cuando la chica la miró, Mary dijo: «No tienes que hacer esto». Esto llamó la atención de los empleados, que le pidieron a Mary que se fuera. Mary se negó y llamaron a la policía.
El sistema de salud de Canadá contempla la “asistencia hospitalaria gratuita”, es decir, que el aborto está disponible para todos los canadienses. La expresión pública de las convicciones pro-vida en Canadá equivale a un suicidio político y a veces social.
“Si pensamos simplemente en que podemos ser arrestados o no, perdemos de vista a Cristo, escondido en ‘el angustiante disfraz de los pobres’. Unos niños tan pobres que no podemos ni verles ni escucharles”.
Wagner, ha pasado casi 5 años en la cárcel como resultado de su intervención pacífica en nombre de los niños no nacidos y sus madres en los lugares donde se cometen esos crímenes.
La voz del niño no nacido
“Esto no es un derecho, sino una derrota terrible para las mujeres. Ella es madre de un niño muerto. Le dieron el mensaje de que no vale la pena luchar por su hijo. Le venden una mentira de que va a solucionar su problema. Es un ataque a su maternidad”.
Muchas personas no comprenden la insistente actitud de Mary, una activista provida que no se deja intimidar, ni acepta protestar a una mayor distancia de las clinicas abortistas que le evitarían ir a la cárcel, pero ella ha dejado clara su postura en una carta publicada en varios medios:
“La gente a menudo me han preguntado si no podía simplemente quedarme fuera de la zona en la se me ha prohibido entrar, y de esa manera, evitar el arresto. Pero cuando me plantean esta cuestión se olvidan algo: los niños que ese día van a ser asesinados no tienen a nadie que vaya a luchar por ellos. ¿Vamos a dejar de acudir a la clínicas y abandonarlos a ellos y a sus madres por obedecer una restricción inmoral impuesta por las autoridades?”.
A mediados de agosto de 2013 el Cardenal Oswaldo Gracias, arzobispo de Bombay, visitó a Mary en la Centro Penitencial para Mujeres Vanier después de hablar con ella dijo: “me ha quedado claro que tiene una misión … es la voz del niño no nacido, el abogado de sus derechos», quien quedó convencido de la utilidad de lo que Mary está haciendo, incluso ahí desde la cárcel.
Las rosas
«Creo que no podría continuar este camino y no sé si ni siquiera si podría haberlo comenzado, sin el don de la fe y la gracia que Dios, gracia tras gracia, me ha dado»
Wagner explica que regala rosas blancas o rojas desde que, en 2012 habló con un hombre llamado John, sobreviviente de un aborto químico, que había ido a una clínica de abortos en su cumpleaños para entregar rosas al personal de la clínica en su camino al trabajo y contarles su historia. Mary se sintió muy conmovida por eso y pensó que era algo hermoso y no amenazante.
“Por mi experiencia de hablar con cientos de mujeres que sufrieron abortos, sé que el aborto no le da nada a la mujer sino que la hiere profundamente. Cuando una mujer tiene un aborto, ella da su consentimiento de matar a su hijo y a veces es forzada a hacerlo”.
Su estancia en la cárcel no le ha impedido seguir con su apostolado: muchas mujeres que ha conocido ahí han tenido abortos y quieren reconciliarse con Dios. Aunque el párroco local hace lo que puede, no tiene tiempo. Mientras tanto, solo se han dicho dos misas en la prisión desde que fue construida, ambas durante los encarcelamientos de Mary.
«Este lugar es una mina de oro de almas», ha dicho.
“Cada nueva vida concebida causa en el mundo el hacer lugar para él o ella. La respuesta es amor y ayuda, no la de oponer la madre contra el hijo. No la destrucción brutal de la vida”.