(Charles de Foucauld)

Si para darme tu corazón esperas a ser un ángel, nunca llegarás a amarme. A un cuando caigas de nuevo muchas veces en esas faltas que quisieras no cometer jamás, y seas un cobarde para practicar la virtud, no te consiento que me dejes de amar.

Ámame tal como eres. Ámame en todo momento, cualquiera que sea la situación en que te encuentres, de fervor o sequedad, de fidelidad o de traición.

Ámame tal como eres. Quiero el amor de tu corazón indigente. Si esperas a ser perfecto para amarme, nunca me llegarás a amar…

Déjame amarte, quiero tu corazón. En mis planes está el moldearte, pero mientras eso llega, te amo tal como eres. Y quiero que tú hagas lo mismo: deseo ver tu corazón que se levanta desde lo profundo de tu miseria. Amo en ti incluso tu debilidad. Me gusta el amor de los pobres; quiero que desde la indigencia se levante incesantemente este frito: “Te amo Señor”.

Lo que importa es el canto de tu corazón. ¿Para qué necesito yo tu ciencia o tus talentos? No te pido virtudes; y aún cuando yo te las diera, eres tan débil que siempre se mezclaría en ellas el amor propio; pero no te preocupes por eso… Preocúpate sólo de llenar con tu amor el momento presente.

Hoy me tienes a la puerta de tu corazón, como un mendigo, a mí que soy el Señor de los señores.

Llamo a la puerta de tu corazón y espero, apresúrate a abrirme. No alegues tu miseria. Si conocieras plenamente la dimensión de tu indigencia morirías de dolor. Una sola cosa podría herirme el corazón: ver que dudas y que te falta confianza.

Quiero que pienses en Mí todas las horas del día y de la noche: no quiero que realices ni siquiera la acción más insignificante por motivo que no sea el amor. Cuando te toque sufrir, yo te daré fuerzas: tú me diste amor a mí. Yo te haré amar a ti más de lo que hayas podido soñar.

Pero recuerda esto: “Ámate tal como eres”.

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