Entre las obras de misericordia, se nos pide visitar a los enfermos y a los presos. Ambos tipos de personas tienen males en común: la soledad, las horas vacías, el sufrimiento, la desesperanza, el aburrimiento.
¿En que ocupan su tiempo los enfermos? En lo general en pensar y pensar en su enfermedad, sus males, sus dolores. Pero sobre todo en su soledad, ellos y sus largas e inacabables horas de enfermedad. No todos son iguales, claro, depende de qué enfermedad se trate y de quienes convivan con ellos. Pero los que yacen en cama pasan muchas horas con su yo, y a ratos con quienes los acompañan.
¿Y los presos? Ellos pueden pasar tiempos de soledad, encerrados o bien en compañía, salvo excepciones, de personas prisioneras que no son ni las mejores ni las deseables. Pero cuando reciben la visita de la familia, de los amigos, las cosas cambian, pero cambian por los ratos de visita, aunque les quede el grato recuerdo de esos momentos. Los presos, están como se ha dicho de mucha gente que no convive con otros, solos en la muchedumbre, si están en una prisión de gran población penitenciaria.
Es la sensación real o simplemente considerada de estar solos, el elemento común. Falta la calidez humana que haga pasar algo de tiempo valioso en convivencia.
La soledad
Pero hay un fenómeno social que cada vez se agrava más, y es el de las personas que viven en soledad, una soledad involuntaria, no un aislamiento social buscado para disfrutarlo. La convivencia en las zonas urbanas, sobre todo, se ha vuelto cada vez menos cálida, más escasa, sin el calor del familiar o el amigo.
La vida urbana ha hecho que las familias se dediquen menos tiempo, entre padres e hijos adultos, entre hermanos y hasta entre amigos. Y la soledad de personas sobre todo mayores, ancianas, crece, por la desatención de quienes deberían darles compañía y no lo hacen, por diversas razones, justificadas o injustificadas. La mayor esperanza de vida ha hecho que más ancianos vivan más años, solos.
Y las personas que viven solas, que poco salen a la calle, o si lo hacen se sienten precisamente solas entre desconocidos con quienes se cruzan, están enfermas, y la obligación de misericordia es visitarlas, hacerles compañía. Y sus enfermedades son la depresión y la ansiedad, que normalmente van juntas. Y la depresión acaba con la salud y lleva a la muerte. La depresión de la soledad es causa de tristeza. Quienes están, viven solos, quisieran convivir con seres queridos, pero estos no están con ellos. O al menos personas agradables que deseen conversar y convivir un rato con ellos.
La compañía una obra de misericordia
Hace unos años, tras una onda de gran calor en Francia, el gobierno encontró varios ancianos muertos de hacía días, que murieron por falta de atención, y que, lo peor, nadie había extrañado, pues su soledad incluía la desatención, ya no digamos presencial sino telefónica de sus parientes.
En general, las personas solitarias, aisladas, son mayores, ancianos a veces con achaques o enfermedades que les limitan, y que pasan horas en involuntario y aburrido ocio, no hacen nada, no hablan casi con nadie, y generalmente quienes deberían estar con ellos o atentos a su vida, no lo hacen, no los acompañan, prefieren dedicar su tiempo a sus intereses y entretenimientos.
Hay personas o grupos que se dan a la tarea de visitar asilos de ancianos, sobre todo enfermos, y con ratos de compañía les llevan felicidad.
Es necesario, para un cristiano, practicar las obras de misericordia, esas por las que el Señor nos ha dicho que seremos juzgados y entre ellas visitar a los enfermos de soledad. Cada minuto de compañía para un solitario vale oro. Y amén de la compañía presencial, está la de los medios de comunicación, los teléfonos principalmente. Presencia por voz, que lleva el mensaje de me interesas, me preocupo por ti. Los mensajes escritos de las redes sociales demuestran un cierto interés, pero son fríos, distantes. No resuelven el problema de la soledad depresiva.
Publicado originalmente en Catholic net