Soberana Emperatriz del cielo y de la tierra, Santísima Madre de la Luz, yo…, indigna hija tuya, te reconozco y confieso como dignísima Madre de Dios,  soberana de todo el universo y madre mí amorosísima.

Te venero con afecto y reverencia, y con el mayor júbilo de mi corazón me alegro en este día, al considerar las alabanzas que te dirigen a porfía los ciudadanos de la corte celestial, celebrando el alto privilegio que tienes al ser Madre de la Luz.  Te amo Madre y Señora mía y me alegro de verte tan engrandecida,  mas  no me parece que me alegro cuanto conviene ni te alabo y venero como deseo.  Por eso quisiera  unir los afectos de mi pobre corazón con las alabanzas que te tributan en el cielo y en la tierra todas las criaturas; quisiera unirlos con los ardores de los más elevados y abrasados serafines para amarte y bendecirte, si no cuando yo debo y tú mereces, al menos cuanto se permite a las criaturas, después de ti las más puras.   Pero ya que esto no es posible, me postro en tu presencia en señal de lo mucho que te amo y venero, y con deliberado y pleno afecto de mi corazón, me dedico y entrego toda y para siempre a Ti como tu hija.  Te elijo por mi Madre y Señora, dígnate recibirme, benignísima Reina, aunque no lo merezco. Con las amables cadenas de tu amor aprisiona mi corazón, ennoblece mi frente con la marca de tu dominio, para que los ángeles, los hombres,  los demonios  y todas las criaturas reconozcan que esta pobre pecadora es toda de María.  Confieso  Señora mía, ser indigna de tan sublime favor por las innumerables faltas que he cometido en tu servicio y amor; te pido perdón por ellas y con íntimo dolor de mi corazón, detesto mi ingratitud, mi tibieza e inconstancia en tu servicio.  Perdóname Madre piadosa y ayúdame con tu favor, para que desde este instante,  comience a servirte con esmero, a amarte con todo mi corazón y a procurar traer muchas almas  a tu devoción.  Pero no quede Señora en sólo los afectos de mi amor, sino que se traduzca en las obras.  Concédeme que imite tus virtudes, que procure tu  gloria y que siempre me ocupe en amarte y servirte.  Mira con benignos ojos el amoroso afecto de mi corazón y si lo recibes con agrado, por tu bondad, concédeme en recompensa, el que te ame más y más en el tiempo y en la eternidad.

Amén.

Fuente: cdigital

Comparte:

About Author