En una finca a las afueras de Bogotá, capital de Colombia, creció Verónica Cardona. Una niña inocente, con una vida en apariencia normal para toda la sociedad, que -según se decía en su familia- estuvo a punto de morir en manos de su abuela al nacer. Fue ella quien atendió el parto pues no contaban con un médico cerca en ese momento. Pero el nacimiento con riesgo de vida, no sería la única situación extrema de su vida…

Con tan solo 4 años de edad la pequeña Verónica intentaba comprender esa realidad alterada que otro le imponía. Algo en su interior la ponía en alerta ante su padre por aquellas caricias incómodas que le prodigaba. Pero era muy pequeña para comprender o resistirse y a pesar del doloroso desagrado que sentía en esos momentos, pensaba que todos los padres trataban de esa forma a sus hijos. Así pasaron varios años -cuenta a Portaluz-, en que padeció abusos sexuales a manos de su progenitor. Cuando tenía 10 años el esposo de una tía también la violentó y en ese momento –aunque sin saber cómo- su mente de niña comprendió en toda su violenta dimensión lo que eran aquellos actos deleznables… “En ese momento le recriminé mucho a Dios ¿por qué no me dejo morir el día que nací, si tenía que sufrir esto?” recuerda Verónica.

La inocencia ultrajada

Sometida a guardar silencio, nada dijo la pequeña. Tenía miedo -dice- a cómo reaccionaría su familia, miedo a lo que dirían los vecinos, sus amistades, miedo a ser rechazada. Continuó así soportando ser violada por su padre. A los 15 años, cuando Verónica se encontraba cursando décimo grado… “empecé a sentirme enferma, con unos dolores bajitos. Tuvimos que ir al médico, la doctora me formuló una ecografía y el resultado arrojó que estaba embarazada. Me quería morir, pensé que todo era un mal sueño, que en algún momento iba a despertar sin que hubiera pasado nada”, nos confidencia emocionada Verónica.

La angustia e incertidumbre se hizo insoportable para esta adolescente colombiana cuando su madre la confrontó argumentando: «No entiendo cómo pudo quedar embarazada, si usted no tiene novio y su vida esta de la casa al colegio, del colegio a la casa». En ese momento Verónica cuenta que se desbordó y llorando le gritó la verdad: “¡Durante toda mi vida mi papá me ha violado y usted ni se ha dado cuenta!”.

Amar en el momento de la prueba

La madre entonces actuó conforme requería la situación y protegió a su hija de inmediato… “Con mi mamá tomamos entonces la decisión de demandar a mi padre, desde ahí hable más formalmente sobre todo lo que había pasado, me enviaron a medicina legal y entablé la demanda; mi embarazo era de alto riesgo, estaba muy enferma, sangraba con frecuencia”, recuerda Verónica.

En Colombia, bajo la sentencia C-355 del año 2006, matar al bebé en gestación es permitido por la ley en tres casos: cuando fue gestado en una violación, si el bebé presenta malformaciones o si existe riesgo de vida para la embarazada.

Fue así entonces que tanto el médico como su familia insistían para que Verónica asesinara al bebé, amparándose en la ley de aborto. Pero la joven, aunque tenía mucho dolor espiritual, amaba a Dios; tenía inscrito en lo íntimo de su ser el respeto por la vida y decidió afrontar todos los inconvenientes que -según le decían- involucraba su embarazo…

“Cuando mi hermano me insistía para que matara a mi bebe -cuenta Verónica a Portaluz- yo le decía: lo que usted me está pidiendo es como si a mí mama la mataran y yo saliera a matar al primero que apareciera sabiendo que es inocente; mi bebe no tuvo la culpa de los errores de mi padre”.

El milagro del perdón

Al padre de Verónica lo condenaron a 25 años de cárcel. Luego por buena conducta y porque comprobaron que él también había sido violado por su padre, la justicia le rebajó la pena a 10 años. Finalmente, tras pagar una fianza, permaneció solo 4 años en la cárcel, pudiendo cumplir en régimen externo el resto de la pena.

Por su parte Verónica seguía viviendo con madurez su nuevo desafío de vida, como madre; educando a su hija -puntualiza- “con amor y valores”. Pero al mismo tiempo se mantenía firme, sin perdonar al hombre que tanto daño había hecho en su vida.

Un día, recuerda, recibió una invitación para asistir a un retiro espiritual de la comunidad católica Lazos de Amor Mariano y fue entonces que… “en una actividad de perdón, cuando a mí me dijeron: «Tiene que perdonar»; yo respondí: «No soy capaz, ¡lo odio tanto al punto de desear que se muera!» Entonces me dijeron: «Cuando tu odias la única persona que se hace daño eres tú»; y respondí… «Si Dios quiere que yo perdone pues que me dé la gracia porque yo sola no puedo». Así ocurrió. Dios no se hizo esperar y me dio la fuerza para perdonarlo de corazón, tanto así que una vez él salió de la cárcel lo invité al mismo retiro, ya que él también tenía que perdonar los abusos sexuales de mi abuelo en su niñez. Dios sanó nuestro corazón, logramos perdonar y por primera vez en mi vida, una vez finalizó el retiro, sentí por parte de él un verdadero abrazo de padre el cual nunca había tenido”.

Dos años después de este encuentro con Dios, el padre de Verónica fue asesinado por unos paramilitares. Partió de esta tierra pero tuvo la gracia de ser perdonado por Dios y por Verónica.

Actualmente Verónica es una fiel defensora de la vida, misionera de Lazos de Amor Mariano, se alimenta de la eucaristía, el rosario, visita al Santísimo Sacramento y diariamente desde su propia experiencia está contribuyendo para evitar que siga aumentando la cifra de abortos en el mundo. Por ello ha dado su testimonio en Portaluz -como regalo de Navidad dice- y agrega que para la gloria de Dios su hija “a quien los doctores le habían diagnosticado malformación es hoy una niña de 10 años totalmente sana y alegre”.

Fuente: PORTALUZ

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