Jesús, con su modo de actuar y sus palabras nos ha dado este mensaje de perdón y de amor. En él es donde mejor hemos podido experimentar en verdad que Dios es amor. Es él que ha cumplido en plenitud la nueva ley del amor.

Comentario a las lecturas de hoy

Levítico 19,1-2. 17-18 1 Corintios 3,16-23 Mateo 5,38-48

Seguimos escuchando la enseñanza de Jesús en su Sermón de la Montaña. Nuestro auténtico Maestro sigue profundizando en la ley del Antiguo Testamento, proponiéndonos las características del obrar cristiano.

¿Qué es ser cristiano sino ir haciendo nuestro el proyecto de vida de Cristo? Y muestra su mentalidad, y su escala de valores, por encima -y a veces en contra- de la mentalidad y los valores de esta sociedad en la que vivimos. Por eso, cada domingo somos invitados a mirarnos al espejo de Cristo: a escuchar y aceptar su Palabra viva, orientadora. Hoy, sobre nuestra relación con el prójimo.

En vísperas de la Cuaresma, viene Jesús y nos recuerda el amor que le debemos a nuestros enemigos. Se trata de un mensaje de esperanza y exigencia cuando somos víctimas, pero también es una fuerte llamada de atención cuando somos culpables directamente o cómplices de alguna situación. Tratemos ver esta escena evangélica pensando en que estamos en la misma posibilidad de tener enemigos o de serlo con otros.

Jesús, con su modo de actuar y sus palabras nos ha dado este mensaje de perdón y de amor. En él es donde mejor hemos podido experimentar en verdad que Dios es amor. Es él que ha cumplido en plenitud la nueva ley del amor. Y no porque no luchara contra el mal, ni se callara ante las situaciones que intentaba corregir. Cristo denunció el mal. Pero perdonó. Murió pidiendo a Dios que perdonara a los que le mataban. Dios nos enseña a superar la ofensa con el amor, no con otra ofensa justiciera.

Una vez más parece que el estilo de vida que nos enseña Jesús es claramente, contra corriente, difícil, audaz. No solo nos dice que no odiemos. Nos pide más: que amemos incluso al «enemigo», aunque estemos luchando contra el mal. La gran fuerza que transformaría el mundo si los cristianos la entendiéramos en la práctica, es el amor. Cuando, antes de ir a comulgar a Cristo en la eucaristía, nos damos el gesto de paz con los hermanos, éste es un gesto amable, pero serio: es nuestro compromiso de que entendemos el «amén» que damos a Cristo como íntimamente relacionado con el «amén» que en la vida le vamos a decir a nuestros hermanos.

Que nuestra participación en la santa misa, fuente de amor y perdón nos ayude a llevar a la práctica esta difícil invitación de Jesús, pero que con su ayuda y nuestra disposición es posible cumplir.

LA CUARESMA

El tiempo de la Cuaresma rememora los cuarenta años que el pueblo de Israel pasó en el desierto mientras se encaminaba hacia la tierra prometida, con todo lo que implicó de fatiga, lucha, hambre, sed y cansancio… pero al fin el pueblo elegido gozó de esa tierra maravillosa, que destilaba miel y frutos suculentos (Éxodo 16 y siguientes).

También para nosotros, como fue para los israelitas aquella travesía por el desierto, la Cuaresma es el tiempo fuerte del  año que nos prepara para la Pascua o Domingo de Resurrección de Jesús, cima del año litúrgico, donde celebramos la victoria de Cristo sobre el pecado, la muerte y el mal, y por lo mismo, la Pascua es la fiesta de alegría porque Dios nos hizo pasar de las tinieblas a la luz, del ayuno a la comida, de la tristeza al gozo profundo, de la muerte a la vida.

Pbro. Jacinto Rojas Ramos

IFCJ

 

 

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