El mismo san José de alguna manera debió de haber sabido que el hijo de María era el hijo del altísimo, pero sabía también que si aceptaba a María por esposa su vida no sería como la de cualquier hombre, por eso el mismo ángel también lo animará con las mismas palabras: ¡no temas! “José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo” (Mt 1,20).
Afirma san Ignacio de Antioquia en su carta a la comunidad de Efeso: “Y quedó oculta al príncipe de este mundo la virginidad de María y el parto de ella, del mismo modo que la muerte del Señor.
Tres misterios sonoros que se cumplieron en el silencio de Dios” (19, 1) y que sólo en la meditación que abre el corazón a la misericordia de Dios pueden llegar a ser comprendidos, porque Dios las ha ocultado a los sabios e inteligentes y las ha revelado a la gente sencilla (Lc 10, 21).
La presencia del Hijo de Dios entre nosotros, hecho hombre por obra del Espíritu Santo y encarnado en el vientre purísimo de la Santísima Virgen María, me permite proponer una meditación que nos invite a la confianza en aquel que ha querido compartir en todo nuestra condición humana, menos en el pecado (Hb 4,15), y desde la cual, asumiendo precisamente las propias limitaciones de la condición humana, nos invita a responder a la llamada de Dios a ser sus hijos: ¡No temas!
El ángel saluda a María Santísima y le revela el proyecto que Dios tiene para ella: “vas a concebir y a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús” (Lc 1, 31), la situación no resultaba fácil para ella, si aceptaba ser la madre del salvador, sabía que estando comprometida con José y antes de que se realizara propiamente el casamiento, si quedaba embarazada la ley la condenaba a morir (cf. Lv 20,10; Dt 22, 23-24), por eso seguramente el ángel le dirá: ¡no temas!, y aun a costa del riesgo que supone para ella, María acepta llena de confianza: “hágase en mi según tu palabra” (Lc 1,38).
El mismo ángel para animarla en este riesgo, le habla de su prima Isabel, ¡escucha! -probablemente le dice- ahí tienes a tu pariente Isabel una mujer anciana que ha querido correr el riesgo de la maternidad en una edad avanzada y las cosas van bien, pues ya va en el sexto mes de su embarazo (pues todos sabemos que una mujer después de un determinado tiempo si se embaraza pone en peligro su vida).
El mismo san José de alguna manera debió de haber sabido que el hijo de María era el hijo del altísimo, pero sabía también que si aceptaba a María por esposa su vida no sería como la de cualquier hombre, por eso el mismo ángel también lo animará con las mismas palabras: ¡no temas! “José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo” (Mt 1,20).
Y seguramente a lo largo de toda su vida terrena, María siguió escuchando las palabras del ángel ¡no temas!, como cuando una noche san José la despertó apresuradamente para decirle ¡toma al niño! nos vamos a Egipto, porque Herodes busca al niño para matarlo (Mt 2, 13-14) que palabras tan terribles para el corazón de una madre cuyos brazos no son suficientes para estrechar a su hijo, recién nacido, contra sí misma para protegerlo.
No temas María las palabras del anciano Simeón: “Este niño está puesto para caída y elevación de muchos…y como signo de contradicción ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma” (Lc 2, 34-35); o como cuando el niño Jesús a sus doce años subió con José y María a Jerusalén a la celebración de la Pascua y se quedó en la ciudad “sin saberlo sus padres”, y después de tres días de angustiosa búsqueda lo encontraron, ¡No temas! a su respuesta que guardaste celosamente en tu corazón de madre: “¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?” (Lc 2, 49);
A lo largo de muchos pasajes de la vida de Jesús, María renovó una y otra vez su confianza en Dios: ¡hágase en mí según tu palabra! La piedad cristiana nos ofrece en la meditación del Vía crucis una escena desgarradora, cuando en la cuarta estación propone el encuentro de Jesús con su Santísima Madre, la secuencia de fiesta de la Virgen de los dolores nos hace esta invitación: “Y ¿cuál hombre no llorara, si a la Madre contemplara de Cristo, en tanto dolor? ¿Y quién no se entristeciera, Madre piadosa, si os viera sujeta a tanto rigor?”
La fe del pueblo cristiano ha compuesto un hermoso canto precisamente a la confianza de María: “Madre de los creyentes que siempre fuiste fiel, danos tu confianza danos tu fe/ Pasaste por el mundo en medio de tinieblas, sufriendo a cada paso la noche de la fe, sintiendo todavía la espada del silencio, a oscuras padeciste el riesgo de creer”.
La fe puesta en Dios y su confianza han llevado a María atravesar por un camino muy estrecho su paso por este mundo, “¡que estrecha la entrada y que angosto el camino que lleva a la Vida!” (Mt 7, 14). Así es, éste camino lleva a la Vida, que ahora ella posee junto a su hijo en la comunión eterna con el Padre y el Espíritu Santo.
Después de todo “¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?” (Mt 16, 26). En medio de nuestras propias oscuridades, del no poder comprender el plan de Dios sobre nosotros, pero al mismo tiempo iluminados por la fe y el ejemplo de María digámonos unos a otros ¡No temas! porque Jesús cumple su promesa: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).
Pbro. José Rafael Luna Cortés