Jeremías 33, 14-16
1 Tesalonicenses 3,12-4,2
Lucas 21,25-28. 34-26
Comenzamos el periodo litúrgico del Adviento, que significa expectativa, preparación, deseo, esperanza de la llegada al mundo de aquel hacia quien, por siglos, se ha orientado el ansia de salvación.
El Adviento, como espíritu de espera y de tensión hacia el futuro, atraviesa todo el Antiguo Testamento; espíritu que no se agota ni siquiera con la venida de Cristo, el personaje misterioso que no solo Israel sino el universo entero han esperado por milenios. La historia de Cristo no se limita al espacio de tiempo en el que él plantó su tienda “entre nosotros”, sino que continúa en la experiencia siempre nueva que los hombres de todos los tiempos tendrán de él, hasta su retorno final en la gloria.
La escena evangélica está orientada a alimentar la actitud de expectativa en el corazón de los cristianos; una espera que va más allá de la fiesta de Navidad y se orienta hacia el retorno final de Cristo, que vendrá a premiar la fidelidad de sus servidores y a celebrar la victoria sobre todas las fuerzas del mal.
Con el lenguaje apocalíptico de su tiempo, el evangelista preanuncia la renovación de la creación y de todas las cosas, cuando veamos “venir al Hijo del hombre en una nube, con gran poder y majestad”. Al mundo viejo, que se derrumba, le sucederá otro, en el que la gloria de Dios y de Cristo será absoluta y no estará amenazada por las turbias potencias del mal.
Hacia ese mundo nuevo, liberado de la esclavitud del pecado, orientan los discípulos de Cristo su expectativa y su deseo: “Cuando estas cosas comiencen a suceder, pongan atención y levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación”.
Ese mundo nuevo, si, por una parte, es creación y regalo de Dios, por otra, es también fruto de la cooperación del hombre; pues él lo prepara y lo anticipa, con la santidad de la vida y su espíritu de expectativa y vigilancia. Al final del pasaje evangélico, san Lucas atribuye gran importancia a la vigilancia y a la oración. Vigilando y orando en todo momento, el cristiano hace de su vida un continuo tiempo de Adviento.
Al comenzar el Adviento con la celebración eucarística, avivemos nuestra fe en la presencia del Señor Jesús en nuestras vidas y en su venida gloriosa al final de los tiempos.
Pbro. Jacinto Rojas Ramos