Queridos amigos y hermanos: hemos empezado con indecible gozo el sagrado tiempo del Adviento, que son estos días que nos restan para la Navidad.


Días en que esperamos el Advenimiento de Jesús, el Hijo de Dios e Hijo de María Santísima, que quiere nacer; no en un pesebre como lo hizo ya hace dos mil años, sino que quiere nacer en nuestro corazón. Quiere hacer en nuestra alma su pesebre, un pesebre pobre, humilde y limpio donde poder reclinar su sagrado cuerpo en la Nochebuena.

Pero para esto tenemos que prepararnos debidamente, por eso la Iglesia, Madre y Maestra, nos presenta el Adviento para que nos preparemos bien en espera de la Natividad de Cristo, y de la mejor forma, ¿Cómo? Con la oración, la limosna y la penitencia.  Éstos son los medios que la Iglesia nos propone, encaminando todo hacia una nueva y profunda conversión de toda nuestra persona a Dios, gracia infinita que tenemos que implorar en estos días.

Un propósito que debemos tener presente desde ya: hacer antes de la Navidad una buena Confesión Sacramental, para que en gracia de Dios poder recibir a Jesús Eucaristía en la Misa de Nochebuena o del día de Navidad.

Pero el Adviento que hemos comenzado no mira solamente a la primera venida de Cristo ya realizada en la historia, sino también a su segunda venida que ocurrirá al fin de los tiempos y que le pondrá punto final a la historia del hombre en el tiempo, para ingresar desde ese momento y para siempre en la eternidad.

Estos son los dos polos entre los cuales gira el arco del Adviento cristiano: el recuerdo agradecido del nacimiento del Salvador y de todos los dones recibidos de Él, y su manifestación gloriosa al final de los tiempos.

Si sabemos llenar con una espera vigilante y activa el espacio intermedio entre uno y otro, Dios mismo nos confirmará hasta el fin para que seamos irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo. A la fidelidad del hombre que espera en su Dios, corresponde la fidelidad de Dios que mantiene infaliblemente sus promesas.

La fidelidad por parte del hombre se traduce en un generoso servicio en el cumplimiento del propio deber de estado sin rendirse ni al cansancio, ni a la pereza.  Trabajar intensamente para sintonizar en la órbita de la salvación a la cual Dios nos llama incansablemente.  Esta es la tarea por cumplir, tarea que nos toca a usted y a mí, y que no podemos dejar para último momento.

Que la Virgen María, la Madre del Adviento, nos conceda la gracia de prepararnos debidamente, según Cristo, para la próxima Navidad.

Con mi bendición.
Padre José Medina

Publicado originalmente en Religión en libertad

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