Hoy en la escuela me pregunta un niño ¿cómo se hacen los Santos? A lo que yo con palabras sencillas para que el me comprenda le digo que es hacer las cosas llenas de amor y con alegría para que alguien más sea feliz, dando algunos ejemplos como ayudar a alguien que te necesita, recoger la basura que no es mía, etc.

Tratando de explicar que aunque sean cosas sencillas si se hacen con amor y alegría se transforman en actos buenos y esos actos buenos se convierten en una estrellita que Papá Dios va acumulando y cuando nos morimos Él las cuenta y si tenemos muchas estrellitas podemos entrar al cielo y ser Santos.

Pasando un rato observe a Quique, otro niños jugar con Juan Pablo tiros a gol, pero noté que Quique se dejaba meter goles y los celebraba como si fueran realmente grandes jugadas, tomando en cuenta que Juan Pablo presenta una pequeña dificultad motora que le impide correo o patear con fuerza el balón.

Posteriormente se acerca Quique y me pregunta: Miss ¿Crees que Juanpi está feliz porque me metió muchos goles? A lo que yo le respondí que sí porque se veía muy contento y con una gran sonrisa. Fue impresionante ver a Quique descansar y al mismo tiempo decir ¡Que bueno!, entonces ya tengo una estrellita para ser un Santo.

La vocación de todo cristiano sacerdote, religioso o laico es la santidad.

Santos son quienes aman a Dios por encima de todas las cosas y aman a sus semejantes, a su prójimo, y no viven para ellos, sino para los demás y para Dios.

Educar para la santidad significa educar para el Amor. Pero un amor entendido no sólo como un mero sentimiento sensibleramente romántico. Debemos educar los sentimientos para que los niños aprendan a conocer sus pasiones y a controlarlas; para que el niño aprenda a quererse a sí mismo, aceptándose tal y como es, con sus capacidades y sus limitaciones. Amar al prójimo implica comprender con caridad y misericordia las limitaciones de los demás, sin juzgar ni condenar a nadie, porque todos estamos necesitados del perdón de Dios y de conversión constante.

Educar la inteligencia consiste en desarrollar las capacidades de los niños y lograr que sus talentos rindan al máximo. Educar la inteligencia es contagiar a los niños la pasión por la búsqueda de la Verdad y la justicia.

Una educación para la santidad tiene que propiciar que el niño se sepa hijo amado por Dios; tiene que enseñar al joven a conocerse a sí mismo para potenciar sus cualidades y perfeccionar sus limitaciones; tiene que ayudarle a forjarse un espíritu de esfuerzo y de trabajo y a trazarse un proyecto de vida enfocado a poner toda su persona al servicio de los demás.

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