“Cristo vino al mundo. Estando María, su madre, desposada con José, y antes de que vivieran juntos, sucedió que ella, por obra de Espíritu Santo, estaba esperando un hijo. José su esposo, que era hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto”. Mt.1,18-24
Conversación imaginativa con José, esposo de la virgen María.
José ¿Cómo te encontrabas en esos días?
En realidad me estaba muy confundido. María y yo nos queríamos mucho y ella me platicó lo del ángel Gabriel. Yo no sabía qué pensar, ni mucho menos qué hacer. Nunca dudé de lo ella me comentó, pero lo que ella me comentaba también me implicaba a mí. Intuí que yo también tendría que participar.
Por eso pensé dejarla en secreto; yo no me consideraba ni preparado, ni digno para participar en el cumplimiento de las promesas de nuestro Dios, de darnos un Salvador que librará a su pueblo de todos sus pecados.
Y ¿El anuncio del ángel en sueños?
Eso cambió todo. El Señor me invitó a participar en los planes de salvación para su pueblo. Me dijo: No dudes en recibir en tu casa a María, tú esposa y me pidió proteger a María y al niño. Nos apoyamos mutuamente y formamos una familia; como lo habíamos pensado y planeado. Sentí una fuerte invitación a confiar en nuestro Dios.
Comprendí que así hace las cosas Dios. Te da indicaciones, mandatos, algo claro y no muy claro, son invitaciones – sugerencias, a las que uno debe responder libremente.
Así me sucedió a mí, con lo que el ángel me dijo en sueños. Al despertar tome la decisión de colaborar. En mi corazón sentí una fuerza e ilusión nueva. Desaparecieron mis dudas y una gran confianza en el amor que Dios nos tiene me invadió.
Y ¿Después? .
Apresuramos las cosas; hablamos con nuestras familias y adelantamos el casamiento. Luego la recibí en mi casa y fue maravilloso porque los dos nos ayudábamos y cooperábamos con los planes de Dios. Los dos, siempre quisimos cumplir su voluntad; así todo se nos hizo más fácil.
Platicamos de nuestros miedos e incertidumbres, de las comunicaciones con los ángeles y de nuestras respuestas.
María habla más bonito que yo. Ella respondió: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra”.
Yo sólo hice lo que el ángel del Señor me había encomendado.
Yo soy más reservado y de pocas palabras. Eso lo aprendí de mi padre, desde chico.
En mi casa, mi “abba”, papá constantemente nos repetía dos cosas:
– Que teníamos que obedecer a Dios, como los profetas
– Y que se debían responder, no sólo palabras, sino con acciones, realizando lo que se nos pedía.
Y ¿La ida a Belén a empadronarse?
La Divina Providencia lo arregló todo. Mis padres y los de María son gentes buenas, piadosas, justas… Ya teníamos todo arreglado para que el niño naciera en Nazaret, con nuestros cuidados y los de los abuelos y parientes, pero los planes de Dios aparecen con imprevistos. Aprendimos a aceptarlos y a adaptarnos a ellos. Con tranquilidad empacamos lo indispensable y partimos. Sabíamos que el Señor nos protegería como lo había hecho hasta ahora.
Me quedé pensando en la conversación con José. Admiré la comunicación y confianza que se tenían y lo importante que es poner el amor más en obras que en palabras.
Pido al Señor nos conceda tenerlo siempre presente en nuestras decisiones. Lo primero es obedecer a Dios antes que a los hombres, luego hablar, comunicarnos con los que estamos involucrados para apoyarnos y confiar que Dios pues nos apoyará y protegerá como lo hizo con María y José para que el niño naciera en Belén. Necesitamos aprender a confiar en la acción de Dios. Siempre está presente en todos los momentos por difíciles que se nos presenten.
Que así sea.
Max Verduzco S.J.