A lo largo de la historia, la infancia se ha visto con diferentes perspectivas, el paso del nacimiento real, donde él bebe deja el vientre materno para explorar una nueva etapa que lo íntegra al mundo. El modelo de familia va dando importancia a los vínculos sanguíneos, donde papá y mamá ejercen un papel relevante sobre la educación del menor.
Indagando en las culturas antiguas, se puede observar que había una desvalorización de la niñez, constatándolo en la práctica del infanticidio. Tomando como ejemplo, al Rey Herodes el Grande de Egipto “el asesinato de los niños recién nacidos hasta 2 años (Mt 2,16-18).
En tiempos posteriores como en la edad Media, el niño pasa a una etapa de obscurantismo, en la cual no se reconoce la infancia. La realidad social de aquel entonces influyó en todos los ámbitos sociales y por consiguiente afecto a la población más desprotegida: los niños. Quienes eran de clases bajas; su encomienda era el trabajo. A los de clases acomodadas, su educación era proporcionada en los monasterios, dónde se les inculcaba las artes, letras, entre otras. Se daba importancia a la formación de las niñas para la vida en sociedad.
Un pensador ilustre llamado Jacobo Rosseau dio un giro importante al reconocimiento de los niños como una etapa propia, que tiene características, físicas, morales, el cual requiere de atención y educación. Para el mencionado autor, “el pequeño hombre, no solamente es un hombre pequeño” Ese hombrecito incluyendo las mujeres requiere educación.
Al paso del tiempo el niño va ocupando un lugar importante. Entre los siglos XVIII y XIX, se va urgiendo en la necesidad de darle al niño su espacio, tiempo para estudiar, jugar, como parte esencial e influyente en su desarrollo. Se pone interés en la escuela como centro de formación y enseñanza. El infante aprende no solo las letras y ciencia, recibe educación y valores. A la vez que se realza la interacción entre padres e hijos. Estableciendo una comunicación afectiva, floreciendo una oportunidad para el adulto, entrar en la magia de la infancia con un amor recíproco.
El niño de la modernidad empieza a tener acceso al mundo adulto, a una velocidad precoz. Donde se amplía el contexto educativo siendo los maestros, padres de familia y educadores en ocasiones sustituidos por la innovación tecnológica e informativa de la actualidad. Es entonces que los infantes en cierta forma se van igualando en la vida adulta. Pero surgen las siguientes preguntas: ¿Qué tanto favorece o afecta cuando el menor es influenciado por este mundo postmoderno?, ¿Dónde queda el papel de los educadores y/o padres de familia?, ¿En manos de quién se deja la educación de los menores?
El niño de hoy va en evolución, y esta entrada repentina al mundo adulto puede afectar y acelerar la adolescencia; cambiando en ocasiones las actividades propias de su edad y por ende quemando etapas en su vida. Los juegos van tomando un rol contrario a la preparación de lo que pudiera ser el infante en la vida adulta. Subyace la inclinación por entrar de lleno en la experiencia de lo desconocido. Lo que lleva consigo, un sin fin de consecuencias de índole emocional y social. Puesto que el menor no está preparado para ciertas responsabilidades. Tomando como ejemplo, ya no es el jugar a ser mamá y papá, es el experimentar ser padres en etapas muy tempranas.
Toda esta situación en la que el menor se ve involucrado va dejando huella en su vida, acelerando el proceso de su desarrollo, en una supresión de la infancia como etapa propia y preparatoria. Que más tarde cuando biológicamente y psíquicamente le llegue al menor vivir esa etapa, se traduce inconscientemente en querer volver a las etapas que no se vivieron, proyectándose regresiones importantes en sus relaciones familiares, laborales etc.
El mundo no permanece estático, y va cambiando la vida de las personas, pero es responsabilidad de los adultos, padres de familia y/o educadores aprovechar las herramientas de la modernidad con responsabilidad, sin dejar del todo la formación de los menores en manos de la tecnología.
Lic. Emma Monjarás Anguiano