Con 22 años la costarricense Pamela Arguedas disfrutaba de su juventud cumpliendo las metas que a sus cortos años se proponía. Repentinamente a inicios de 2014 –cuenta al Semanario EcoCatólico de Costa Rica- descubrió que el Señor guardaba nuevos desafíos para ella.
Malestares en su garganta, dolores en el pecho y cansancio fueron razones suficientes para ir al médico. A los 15 días el resultado de los exámenes le cambió su vida por completo. “Me diagnosticaron Linfoma de Hodgkin” (cáncer en el sistema linfático).
“Primero le reclamé a Dios”
Luego del diagnóstico, tardó tres días en asimilar la noticia. “Todo me daba igual, no hablaba con nadie… Al primero que le reclamé fue a Dios”, recuerda, comentando le preguntó: ¿por qué no la quería?, ¿qué había hecho tan mal?, ¿por qué a ella?… “si lo defendía y vivía metida en la Iglesia rezando”, señala la joven. Dolida, dice, se enojó con Dios y dejó de rezar e ir a misa durante un mes.
Pamela comenzó un obligado tratamiento por seis meses. Cada 15 días recibía su quimioterapia y las reacciones de su cuerpo a los químicos casi la desesperaban.
En una de esas tantas madrugadas en que se sentía agobiada por la enfermedad y lo que en ella conlleva, se abrió a Dios y a la Virgen. “Pedí que me perdonaran porque no sabía lo que estaba pasando, pero que lo aceptaba”… y no dejó de suplicar además que la ayudaran y le dieran “fuerzas para seguir y para entender”, señala la joven. “Entendí que, ante semejante prueba, solo Dios me podía sacar adelante”.
El cáncer vuelve
En diciembre de ese año 2014 el cáncer parecía retroceder. “Pasé un fin de año agradecida y feliz, retomando mi vida otra vez”, recuerda. Sin embargo fue apenas un descanso en la batalla…
“¡En abril de 2015 el cáncer vuelve!, en ese momento me convencí de que Dios no me quería o que me quería ver sufrir nada más”, reconoce Pamela.
En medio de días tan tristes su “ángel personal” -como suele llamar a Marianella Salas, su madre- siempre le repetía que rezara la Coronilla de la Divina Misericordia a las tres de la tarde, porque Jesús tenía un propósito. “Le volví a pedir perdón al de arriba. Llevé un tratamiento más fuerte, se me cayó el cabello, las cejas, las pestañas… duré 22 días en coma”, dice con ritmo pausado, sereno.
Tras ese duro período el doctor le dio un diagnóstico positivo. Los exámenes indicaban retroceso del cáncer y ella dio gracias a Dios porque todo el esfuerzo le estaba permitiendo curarse. No imaginaba que a los dos meses el cáncer estaría de regreso. “Pensé que fijo, Dios lo único que estaba haciendo era vacilándome”, comenta con humor.
Aceptar la voluntad de Dios
En ese momento Pamela tuvo un cambio espiritual que no buscó, se dio naturalmente. “Comencé a ver los pequeños milagros… El amanecer, poder comer, ir a estudiar y tener una casita donde vivir… En Navidad pedí un regalo que no podía comprar, solo Dios me podía ayudar”, relata. A principios de 2016 la joven estuvo dos meses internada y con más tratamientos.
Pero Dios le entregó el regalo que ella había pedido y así entonces pudo celebrar su cumpleaños en casa. “Ese fue el regalo de cumpleaños más chiva que me han dado”.
Luego comenzó un trasplante de médula ósea, que no funcionó, no obstante haber recibido 30 sesiones de quimioterapia. Así, a principios de este año 2017 el doctor fue categórico en su anuncio. “Dijo que nada funciona y ya no tengo opciones, entonces decidí aceptar la voluntad de Dios y aquí estoy todavía con cáncer, pero viviendo en Él el amor más grande que existe: el amor a Dios y María”.
Hoy con 25 años de edad en su enfermedad descubrió que, “aunque le fallemos a Dios, Él siempre va a estar con nosotros y nunca nos va a dejar… Diosito da cuando le pedimos con fe. Sueño que ya casi es el momento que mi milagro llegue. Yo creo en Dios, no porque mis papás me obligaron o porque la Iglesia me lo pide, creo porque conocí a un Jesús joven como yo”, afirma.
Fuente: Portaluz