Judy Landrieu Klein, madre de cinco hijos, es hoy una activa comunicadora de los valores del Evangelio. Pero hubo un tiempo en que por años su vida permaneció alejada de Cristo, María y su doctrina.
Del dolor a la paz, en un ir y venir antes de comprometerse, Judy sería conquista da para Jesucristo por su Madre, la Santísima Virgen María. Esta es su historia de amor con la Virgen, publicada en el portal Cari Filii y que Judy narra en el libro Mary’s Way.
La violencia que condicionó su ser mujer
Judy recuerda que “habiendo vivido mi juventud en los años sesenta y setenta, adquirí muchas ideas inculcadas en nuestra cultura por los movimientos e ideologías de aquella época tales como que los hombres eran ‘cerdos machistas chovinistas’, que la ‘igualdad’ como mujer significaba vencer al hombre o que la ‘liberación sexual’ era la clave para la libertad y la felicidad personal”, o eso pensaba ella por entonces.
Pero había un daño que permaneció en su alma, incluso sabiéndose amada por Dios, tras volver a la fe. Alguna vez había sido herida en su dignidad más íntima cuenta Judy, explicando que esto influenció sus convicciones sobre el ser mujer. En el pasado había sido víctima de abusos, motivo por el cual odiaba a los hombres, confidencia.
Con el paso del tiempo el discurso ácido del feminismo comenzó a parecerle vacío y en la búsqueda de sentido recaló en comunidades evangélicas. No permaneció tampoco con ellos pues una amiga -que cita con el nombre “Peggy”- le contó entusiasmada el impacto de bien que le había producido la Consagración a la Virgen María según el método de San Luis María de Montfort (que dura 33 días). Aunque a Judy le parecía algo extraño eso de ser “sierva de María”, finalmente más por curiosidad, reconoce, decidió también realizarla y ver si algo pasaba.
Jamás imaginó su conversión, la sanación y paz que el vínculo con la Santísima Virgen María trajo a su vida.
Perdonar a quien te ha hecho daño
Lo primero que comenzó a experimentar tras consagrarse a la Virgen fue “el perdón hacia los hombres que me habían dañado en mi vida, especialmente el que abusó de mí. Aunque había rezado durante años para perdonarle en obediencia a las palabras de Jesús todavía sentía ira hacia el agresor”. Pero un día, recuerda, “me invadió de forma espontánea un sentido enorme de misericordia y perdón hacia él que me hizo caer de rodillas llorando, fue como si un río de dolor acumulado hubiera sido liberado de mi corazón”.
“Poco después –prosigue narrando Judy- comenzaron a darse en mí frutos inesperados; los bloqueos y distorsiones que había en mi mente, en mi corazón, comenzaron a caer como fichas de dominó”.
De este modo fue casi obvio el retorno a la comunidad fe, relata esta madre estadounidense: “Lo primero que desapareció fue mi fuerte resistencia a la autoridad de la Iglesia, y por extensión a los hombres que componen su jerarquía”. Luego, cuenta que comprendió el beneficio de las enseñanzas del Magisterio de los Papassobre la anticoncepción y la defensa de la vida. En un proceso donde Dios respetaba su libre albedrío, Judy fue acogiendo la doctrina de la Iglesia y se abrió a recibir de corazón los sacramentos y dogmas de fe.
Mediadora y modelo de vida cristiana
“Casi milagrosamente, lo que antes me parecía ridículo comenzó a tener un perfecto sentido, y empecé a notar un cambio interior respecto a la consideración de mí misma como mujer, un cambio que conllevó una profunda sanación de mis heridas y mis pecados sexuales”, afirma Judy Landrieu.
Asimismo la Santísima Virgen María surgió en todo su esplendor mediador y como modelo de vida cristiana relata: “Se modificó mi percepción de María, a la que comencé a ver no sólo como una formidable mujer de fe, esperanza y amor, sino también como la mujer a la que todas las mujeres estamos llamadas a imitar, el ideal de feminidad al que deberíamos adherirnos… Necesitamos a María porque su amor y ejemplo nos humaniza, nos ablanda y nos hace acoger mejor a Cristo. Ella nos enseña en carne y hueso lo que significa ser un portador de Cristo”, concluye.
Fuente: Portaluz