Dios nos ha otorgado en María una madre a la que siempre podemos acudir.

Izamal era la ciudad sacerdotal y cabecera del imperio maya. El Padre español Diego de Landa quien alrededor de 1560 catequizó esa región, caminando a pie y descalzo. Como los misioneros vivían  entre la población que adoraba ídolos, el padre construyo una Iglesia y un convento con la ayuda de los indígenas.

Más tarde los misioneros y los recién convertidos hicieron las diligencias necesarias para traer de Guatemala dos estatuas una con advocación de Inmaculada Concepción y otra de Nuestra Señora de la Natividad —destinada al convento grande de Mérida.

Al poco tiempo de su arribo al pequeño pueblo de indios causó tal fervor que se creó un culto caracterizado por grandes peregrinaciones y procesiones realizadas en diferentes épocas del año, a las que asistían gentes de todos los grupos étnicos, clases sociales y regiones geográficas, por lo que pronto decidieron llamarle cariñosamente “Mama Linda”, por ser la madre de todos que no hacía distinción al socorrer a los necesitados.

De todas partes acudían a visitar a la Virgen. Indígenas y españoles la visitaban en cualquier día, pero el 8 de diciembre acudían de Yucatán, Cozumel, Tabasco y Chiapas. Los nativos le ofrecían regalos.

Lamentablemente  el 17 de abril de 1829 un terrible incendio en la ciudad de Izamal destruyó el altar, la imagen sagrada y el sagrario se convirtieron en cenizas, dejando al pueblo desolado.

El pueblo yucateco comenzó la búsqueda de la segunda imagen llevada por Diego de Landa a Mérida, considerada como la hermana de la original, que fue encargada y tallada al mismo tiempo, cuyo destino había sido el convento grande de San Francisco de Mérida, y que para esas fechas se encontraba en manos de doña Narcisa de la Cámara, quien la había heredado de su abuela tercera, quien generosamente la dono y así fue como esta imagen sustituyo a la primera.

IFCJ

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