En el año de 1541, hubo una terrible epidemia de viruela que conducía a los pobres indígenas al sepulcro, un indio ingenuo y cristiano convencido, llamado Juan Diego Bernardino, originario del pueblo de Santa Isabel Xiloxostla, como no encontrara medicamento para dar a su familia afectada por la epidemia, atravesando el río de Zahuapan llenó su cántaro de agua para ver si lograba calmar las molestias de los enfermos.

 

Al pasar por la loma se le apareció una señora con dulce semblante y le dijo: “Dios te salve hijo mío, ¿a dónde vas?” Voy niña, le respondió el indio, a mi pueblo y llevo agua del Zahuapan para curar a mis enfermos que mueren sin remedio, entonces, ella le dijo: “Ven, sígueme que yo te daré agua con que sanen no sólo tus parientes , sino todos aquellos que la bebieren, porque mi corazón está siempre inclinado a favorecer, a los desvalidos”.

Él la siguió por el bosque donde había pinos resinosos, comúnmente llamados ocotes, ahí se detuvo la Señora y cerca de sus pies hizo brotar una fuente cristalina.

“Toma de estas aguas cuanto quieras, y todos las que la beban se verán libres de su enfermedad, avisa a los padres franciscanos que en un árbol de los que se encuentran en este sitio se encuentra una imagen mía y que es mi voluntad que se coloque en un lugar preferente de la ermita de san Lorenzo”.

Rápidamente Juan Diego partió a su pueblo y cuantos tomaban el agua que se les presentaba, sanaban al instante por lo cual los vecinos acudían en multitud al manantial y la epidemia desapareció, al día siguiente Juan Diego dio cuenta de todo a los franciscanos.

Cuando llegaron al bosque notaron que de los arboles salían llamaradas  a semejanza de la zarza que Moisés vio sin consumirse. De uno de los árboles irradiaba una luz particular en el que se halló una imagen de la Virgen. Los indios la llamaron Nuestra Señora del Ocote, se pusieron de rodillas y cargándola los religiosos la llevaron entre cantos de alabanza a la ermita donde pidió estar.

IFCJ

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